Discutible nueva producción para la inmortal “Madama Butterfly”

Madame Butterfly, foto de Patricio Melo, TMS (c)
Madame Butterfly, foto de Patricio Melo, TMS (c)
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Aunque tuvo momentos de innegable belleza visual, en su estreno como parte de la temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago no convenció por completo el concepto teatral del prestigioso y experimentado director de escena argentino Hugo de Ana para la popular ópera de Puccini, originalmente realizado para el Teatro Colón de Buenos Aires. De todos modos hubo buenos elementos musicales y como era de esperar, el público se emocionó con la trágica historia.

Por Joel Poblete

Madame Butterfly, foto de Patricio Melo, TMS (c)

Madame Butterfly, foto de Patricio Melo, TMS (c)

Hasta el día de hoy y transcurrido más de un siglo desde su estreno en 1904, “Madama Butterfly” de Giacomo Puccini continúa siendo una de las óperas más populares y queridas del repertorio italiano, y además una de las más representadas en todo el mundo. Aunque su trama y desenlace sean ampliamente conocidos, la belleza expresiva de la música, notoriamente difundida además por medios como la publicidad y el cine -con un fragmento tan célebre como “Un bel dì vedremo”, que canta la protagonista- y la triste historia de la joven geisha enamorada de un oficial estadounidense nunca dejan de emocionar al público; y Chile no ha sido la excepción: desde su debut local en 1907, el principal escenario lírico de nuestro país, el Teatro Municipal de Santiago, la ha presentado en más de 50 temporadas. Y considerando que ya habían pasado ocho años desde la última vez que se ofreciera en ese recinto, no es de extrañar que el público agotara las entradas para las seis funciones programadas originalmente, lo que obligó a agregar otras dos fechas, la primera de las cuales, este lunes 22, se convirtió en el estreno oficial de esta nueva versión de esta obra, como segundo título de la temporada lírica del coliseo santiaguino.

En lo musical, el titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago, el maestro ruso Konstantin Chudovsky, realizó una lectura correcta, aunque pudo ser aún más incisivo al destacar las decenas de detalles de una partitura tan rica, emotiva y fascinante; como comentamos en anteriores óperas que han contado con su batuta, debe cuidar más el equilibrio sonoro entre el foso y los cantantes, ya que éstos a menudo son cubiertos más de la cuenta por la orquesta. Y el coro del teatro, dirigido por Jorge Klastornik destacó especialmente por el delicado cortejo femenino que acompaña la entrada de la protagonista en el primer acto, y estuvo tan sólido como de costumbre, incluso aunque en esta ocasión en el primer acto algunos de sus integrantes tuvieron que cantar algo apretujados y de espaldas al escenario, en la platea.

Por su complejidad vocal y actoral Cio-Cio San, la protagonista, es uno de los roles más intensos y exigentes del repertorio para soprano; por un lado musicalmente debe tener un amplio rango como cantante, para ser capaz de alternar los elementos de lirismo, poesía y dulzura con los instantes más desgarradores y dramáticos, y en lo escénico debe parecer una figura juvenil -se supone que el personaje tiene 15 años-, pero también permanecer buena parte de la obra en escena, y convencer como mujer y madre cuando la tragedia se va haciendo irreversible. Por todo esto, no es excesivo decir que por muy bella que sea la música de Puccini y a pesar de la emoción que la historia provoca en los espectadores, el éxito de una función dependerá siempre de si se cuenta con una cantante capaz de abordar bien el personaje.

La soprano estadounidense Keri Alkema ya demostró su talento y sólidas condiciones con dos anteriores incursiones en el Municipal, ambas en óperas de Verdi: en 2011 como Amelia en “Simón Boccanegra”, y el año pasado como una excelente Desdémona en “Otello”, en su debut en el rol. Este año aborda dos desafíos en el escenario capitalino, al cantar por primera vez en su carrera dos papeles tan diversos como la dramática protagonista de “Butterfly”, y en agosto Fiorilla en la comedia de Rossini “El turco en Italia”. En el estreno del lunes volvió a exhibir una voz de bello color y un timbre parejo, así como buenos agudos y potencia en la emisión cuando era necesario, y aunque desde su aparición en escena pareció incómoda durante el primer acto, a partir del segundo en adelante fue mostrándose más firme y convincente; más que en la popular “Un bel dì vedremo”, que resolvió de manera aceptable sin sobresalir, resultó particularmente conmovedora en una desgarradora entrega de “Che tua madre dovrà prenderti in braccio”, y en conjunto considerando que era su debut en el papel, fue una buena Butterfly con un innegable potencial, pero indudablemente todavía debe continuar desarrollando y profundizando el personaje a futuro.

El tenor Zach Borichevsky, también estadounidense y quien en el 2013 en el Municipal ya fuera Romeo en “Romeo y Julieta” de Gounod, regresó para encargarse del siempre ingrato rol de Pinkerton, quien debe cantar música muy hermosa pero suele ser aborrecido por el público por el comportamiento que tiene en la trama; volvió a exhibir una voz agradable y ahora mostró mejores notas agudas, y aunque su actuación sigue siendo convencional y un poco rígida, su presencia física y desplante funcionaron en el rol. Otro estadounidense, el barítono Trevor Scheunemann, debutó en Chile encarnando a un cónsul Sharpless menos cálido que lo habitual, pero de todos modos cantado con una voz sonora y bien timbrada; también debutó en nuestro país la mezzosoprano rumana Cornelia Oncioiu, quien se llevó merecidamente algunos de los aplausos más efusivos del público por su excelente y entrañable interpretación vocal y teatral de Suzuki.

En los diversos roles secundarios destacaron artistas chilenos: el tenor Gonzalo Araya fue un eficaz y divertido Goro, mientras el barítono Cristián Lorca logró hacerse escuchar como el furibundo tío Bonzo incluso cantando desde uno de los pisos superiores del teatro; el barítono Pablo Oyanedel fue un digno y creíble príncipe Yamadori, la soprano Marcela González fue una juvenil Kate Pinkerton, y en otros personajes estuvieron Matías Moncada (comisario imperial), Felipe Ulloa (Yakusidé), María José Uribarri (madre), Francisca Cristópulos (tía), Madelene Vásquez (prima) y Carlos Guzmán (oficial del registro).

Más allá de los aspectos musicales, fue lo escénico el aspecto más llamativo y curioso de este regreso de la obra pucciniana. Estrenada originalmente en noviembre pasado en el Teatro Colón de Buenos Aires, esta nueva producción de “Madama Butterfly” despertaba expectativas por estar a cargo del argentino Hugo de Ana, uno de los directores de escena más prestigiosos y experimentados surgidos de Latinoamérica, y uno de los pocos que han destacado en algunos de los escenarios líricos más cotizados del mundo, incluyendo la Scala de Milán, el Covent Garden de Londres y la Arena de Verona, entre otros.

A lo largo de más de tres décadas, De Ana ha estado previamente al frente de los montajes de 11 óperas distintas en el Municipal, y algunas de ellas figuran entre lo más memorable que ha presentado el teatro santiaguino: los más veteranos no olvidan sus elogiadas propuestas de los años 80 para óperas como “Werther” y “Romeo y Julieta”, mientras en mi caso particular su “Lucrezia Borgia” de 1993 y “Los cuentos de Hoffmann” de 1995 figuran entre los mejores recuerdos líricos. Siempre provocador, sensible y detallista, en la actual década el artista ofreció en ese escenario en años consecutivos dos trabajos tan diferentes como su extraño, atípico e inclasificable “Macbeth” en 2010 y su notable “Boris Godunov” de 2011, otro de sus mejores aportes en Chile y con justicia premiado por el Círculo de Críticos de Arte como lo mejor en ópera de ese año.

Con tales pergaminos, es de entender que entre los operáticos locales haya curiosidad por este acercamiento de De Ana a la obra maestra pucciniana, aún más considerando que en su estreno el año pasado en Buenos Aires algunos de los críticos especializados de los medios argentinos más conocidos lo habían calificado de “discutible”, incluso usando adjetivos como “kitsch” y “recargado”. Separando los tres actos en dos partes con sólo un intermedio, el montaje puede ser en verdad discutible, sobre todo considerando las expectativas que muchos pueden hacerse guiados por las convenciones escénicas que el público se ha acostumbrado a esperar en esta obra. Pero es imposible negar que una vez más De Ana demuestra su oficio y talento al encargarse tanto de la dirección teatral como de la escenografía, vestuario e iluminación.

Minimalista y desplegando diversos símbolos, el espectáculo no carece de momentos evocadores y de sugestiva belleza, en especial gracias a la iluminación de algunas escenas, a la presencia del mar en el fondo del escenario y al uso de efectivas proyecciones de imágenes como mariposas y flores, y también un video que acompaña el maravilloso interludio que separa los actos segundo y tercero, momento en el que para ilustrar el sueño de la protagonista incluye también la llamativa y alegórica aparición de diversas figuras y personajes. Como suele ocurrir con De Ana, el vestuario fue uno de los elementos más lucidos.

Pero también en el estreno se hizo notoria y a lo menos curiosa la aparición de “ninjas” en distintos momentos, o detalles de dudoso gusto, como las “guirnaldas” de flores que aparecen durante el bello dúo entre Butterfly y Suzuki, elementos que le quitaron a ese instante su magia y encanto. El uso del espacio escénico tampoco convenció por completo, y por momentos pareció muy recargado, afectando el desplazamiento de los cantantes, como en el primer acto, en particular en la llegada de la protagonista. La aparición simbólica y teatral de varios aspectos muy representativos de la cultura oriental en el vestuario y los movimientos y la escenografía (incluso en detalles tan icónicos como los dibujos que recuerdan a la célebre ola de Kanagawa del pintor y grabador nipón Katsushika Hokusai) demuestran el cuidado que De Ana puso en esta producción, pero de seguro los espectadores más avezados se dividirán entre quienes la aplaudan y los que queden menos satisfechos, y tal vez no falten quienes echen de menos montajes anteriores para este título en el Municipal, como el muy tradicional pero bonito de Ming Cho Lee que se ofreció entre 1981 y 1996, o la hermosa, también minimalista y muy típicamente japonesa versión de Keita Asari que se pudo ver en 2001 y 2007. Sin embargo, es altamente probable que quienes ven por primera vez “Madama Butterfly” queden encantados, y al final todo el mundo vuelva a llorar y conmoverse con la historia y su música.

Madame Butterfly, foto de Patricio Melo, TMS (c)

Madame Butterfly, foto de Patricio Melo, TMS (c)

Las siguientes funciones del elenco internacional de “Madama Butterfly”, serán este jueves 25, sábado 27 y martes 30 de junio, además del viernes 3 de julio. El elenco estelar se presentará este viernes 26, y también el miércoles 1 y sábado 4 de julio.

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Aunque tuvo momentos de innegable belleza visual, en su estreno como parte de la temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago no convenció por completo el concepto teatral del prestigioso y experimentado director de escena argentino Hugo de Ana para la popular ópera de Puccini, originalmente realizado para el Teatro Colón de Buenos Aires. De todos modos hubo buenos elementos musicales y como era de esperar, el público se emocionó con la trágica historia.

Por Joel Poblete

Madame Butterfly, foto de Patricio Melo, TMS (c)

Madame Butterfly, foto de Patricio Melo, TMS (c)

Hasta el día de hoy y transcurrido más de un siglo desde su estreno en 1904, “Madama Butterfly” de Giacomo Puccini continúa siendo una de las óperas más populares y queridas del repertorio italiano, y además una de las más representadas en todo el mundo. Aunque su trama y desenlace sean ampliamente conocidos, la belleza expresiva de la música, notoriamente difundida además por medios como la publicidad y el cine -con un fragmento tan célebre como “Un bel dì vedremo”, que canta la protagonista- y la triste historia de la joven geisha enamorada de un oficial estadounidense nunca dejan de emocionar al público; y Chile no ha sido la excepción: desde su debut local en 1907, el principal escenario lírico de nuestro país, el Teatro Municipal de Santiago, la ha presentado en más de 50 temporadas. Y considerando que ya habían pasado ocho años desde la última vez que se ofreciera en ese recinto, no es de extrañar que el público agotara las entradas para las seis funciones programadas originalmente, lo que obligó a agregar otras dos fechas, la primera de las cuales, este lunes 22, se convirtió en el estreno oficial de esta nueva versión de esta obra, como segundo título de la temporada lírica del coliseo santiaguino.

En lo musical, el titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago, el maestro ruso Konstantin Chudovsky, realizó una lectura correcta, aunque pudo ser aún más incisivo al destacar las decenas de detalles de una partitura tan rica, emotiva y fascinante; como comentamos en anteriores óperas que han contado con su batuta, debe cuidar más el equilibrio sonoro entre el foso y los cantantes, ya que éstos a menudo son cubiertos más de la cuenta por la orquesta. Y el coro del teatro, dirigido por Jorge Klastornik destacó especialmente por el delicado cortejo femenino que acompaña la entrada de la protagonista en el primer acto, y estuvo tan sólido como de costumbre, incluso aunque en esta ocasión en el primer acto algunos de sus integrantes tuvieron que cantar algo apretujados y de espaldas al escenario, en la platea.

Por su complejidad vocal y actoral Cio-Cio San, la protagonista, es uno de los roles más intensos y exigentes del repertorio para soprano; por un lado musicalmente debe tener un amplio rango como cantante, para ser capaz de alternar los elementos de lirismo, poesía y dulzura con los instantes más desgarradores y dramáticos, y en lo escénico debe parecer una figura juvenil -se supone que el personaje tiene 15 años-, pero también permanecer buena parte de la obra en escena, y convencer como mujer y madre cuando la tragedia se va haciendo irreversible. Por todo esto, no es excesivo decir que por muy bella que sea la música de Puccini y a pesar de la emoción que la historia provoca en los espectadores, el éxito de una función dependerá siempre de si se cuenta con una cantante capaz de abordar bien el personaje.

La soprano estadounidense Keri Alkema ya demostró su talento y sólidas condiciones con dos anteriores incursiones en el Municipal, ambas en óperas de Verdi: en 2011 como Amelia en “Simón Boccanegra”, y el año pasado como una excelente Desdémona en “Otello”, en su debut en el rol. Este año aborda dos desafíos en el escenario capitalino, al cantar por primera vez en su carrera dos papeles tan diversos como la dramática protagonista de “Butterfly”, y en agosto Fiorilla en la comedia de Rossini “El turco en Italia”. En el estreno del lunes volvió a exhibir una voz de bello color y un timbre parejo, así como buenos agudos y potencia en la emisión cuando era necesario, y aunque desde su aparición en escena pareció incómoda durante el primer acto, a partir del segundo en adelante fue mostrándose más firme y convincente; más que en la popular “Un bel dì vedremo”, que resolvió de manera aceptable sin sobresalir, resultó particularmente conmovedora en una desgarradora entrega de “Che tua madre dovrà prenderti in braccio”, y en conjunto considerando que era su debut en el papel, fue una buena Butterfly con un innegable potencial, pero indudablemente todavía debe continuar desarrollando y profundizando el personaje a futuro.

El tenor Zach Borichevsky, también estadounidense y quien en el 2013 en el Municipal ya fuera Romeo en “Romeo y Julieta” de Gounod, regresó para encargarse del siempre ingrato rol de Pinkerton, quien debe cantar música muy hermosa pero suele ser aborrecido por el público por el comportamiento que tiene en la trama; volvió a exhibir una voz agradable y ahora mostró mejores notas agudas, y aunque su actuación sigue siendo convencional y un poco rígida, su presencia física y desplante funcionaron en el rol. Otro estadounidense, el barítono Trevor Scheunemann, debutó en Chile encarnando a un cónsul Sharpless menos cálido que lo habitual, pero de todos modos cantado con una voz sonora y bien timbrada; también debutó en nuestro país la mezzosoprano rumana Cornelia Oncioiu, quien se llevó merecidamente algunos de los aplausos más efusivos del público por su excelente y entrañable interpretación vocal y teatral de Suzuki.

En los diversos roles secundarios destacaron artistas chilenos: el tenor Gonzalo Araya fue un eficaz y divertido Goro, mientras el barítono Cristián Lorca logró hacerse escuchar como el furibundo tío Bonzo incluso cantando desde uno de los pisos superiores del teatro; el barítono Pablo Oyanedel fue un digno y creíble príncipe Yamadori, la soprano Marcela González fue una juvenil Kate Pinkerton, y en otros personajes estuvieron Matías Moncada (comisario imperial), Felipe Ulloa (Yakusidé), María José Uribarri (madre), Francisca Cristópulos (tía), Madelene Vásquez (prima) y Carlos Guzmán (oficial del registro).

Más allá de los aspectos musicales, fue lo escénico el aspecto más llamativo y curioso de este regreso de la obra pucciniana. Estrenada originalmente en noviembre pasado en el Teatro Colón de Buenos Aires, esta nueva producción de “Madama Butterfly” despertaba expectativas por estar a cargo del argentino Hugo de Ana, uno de los directores de escena más prestigiosos y experimentados surgidos de Latinoamérica, y uno de los pocos que han destacado en algunos de los escenarios líricos más cotizados del mundo, incluyendo la Scala de Milán, el Covent Garden de Londres y la Arena de Verona, entre otros.

A lo largo de más de tres décadas, De Ana ha estado previamente al frente de los montajes de 11 óperas distintas en el Municipal, y algunas de ellas figuran entre lo más memorable que ha presentado el teatro santiaguino: los más veteranos no olvidan sus elogiadas propuestas de los años 80 para óperas como “Werther” y “Romeo y Julieta”, mientras en mi caso particular su “Lucrezia Borgia” de 1993 y “Los cuentos de Hoffmann” de 1995 figuran entre los mejores recuerdos líricos. Siempre provocador, sensible y detallista, en la actual década el artista ofreció en ese escenario en años consecutivos dos trabajos tan diferentes como su extraño, atípico e inclasificable “Macbeth” en 2010 y su notable “Boris Godunov” de 2011, otro de sus mejores aportes en Chile y con justicia premiado por el Círculo de Críticos de Arte como lo mejor en ópera de ese año.

Con tales pergaminos, es de entender que entre los operáticos locales haya curiosidad por este acercamiento de De Ana a la obra maestra pucciniana, aún más considerando que en su estreno el año pasado en Buenos Aires algunos de los críticos especializados de los medios argentinos más conocidos lo habían calificado de “discutible”, incluso usando adjetivos como “kitsch” y “recargado”. Separando los tres actos en dos partes con sólo un intermedio, el montaje puede ser en verdad discutible, sobre todo considerando las expectativas que muchos pueden hacerse guiados por las convenciones escénicas que el público se ha acostumbrado a esperar en esta obra. Pero es imposible negar que una vez más De Ana demuestra su oficio y talento al encargarse tanto de la dirección teatral como de la escenografía, vestuario e iluminación.

Minimalista y desplegando diversos símbolos, el espectáculo no carece de momentos evocadores y de sugestiva belleza, en especial gracias a la iluminación de algunas escenas, a la presencia del mar en el fondo del escenario y al uso de efectivas proyecciones de imágenes como mariposas y flores, y también un video que acompaña el maravilloso interludio que separa los actos segundo y tercero, momento en el que para ilustrar el sueño de la protagonista incluye también la llamativa y alegórica aparición de diversas figuras y personajes. Como suele ocurrir con De Ana, el vestuario fue uno de los elementos más lucidos.

Pero también en el estreno se hizo notoria y a lo menos curiosa la aparición de “ninjas” en distintos momentos, o detalles de dudoso gusto, como las “guirnaldas” de flores que aparecen durante el bello dúo entre Butterfly y Suzuki, elementos que le quitaron a ese instante su magia y encanto. El uso del espacio escénico tampoco convenció por completo, y por momentos pareció muy recargado, afectando el desplazamiento de los cantantes, como en el primer acto, en particular en la llegada de la protagonista. La aparición simbólica y teatral de varios aspectos muy representativos de la cultura oriental en el vestuario y los movimientos y la escenografía (incluso en detalles tan icónicos como los dibujos que recuerdan a la célebre ola de Kanagawa del pintor y grabador nipón Katsushika Hokusai) demuestran el cuidado que De Ana puso en esta producción, pero de seguro los espectadores más avezados se dividirán entre quienes la aplaudan y los que queden menos satisfechos, y tal vez no falten quienes echen de menos montajes anteriores para este título en el Municipal, como el muy tradicional pero bonito de Ming Cho Lee que se ofreció entre 1981 y 1996, o la hermosa, también minimalista y muy típicamente japonesa versión de Keita Asari que se pudo ver en 2001 y 2007. Sin embargo, es altamente probable que quienes ven por primera vez “Madama Butterfly” queden encantados, y al final todo el mundo vuelva a llorar y conmoverse con la historia y su música.

Madame Butterfly, foto de Patricio Melo, TMS (c)

Madame Butterfly, foto de Patricio Melo, TMS (c)

Las siguientes funciones del elenco internacional de “Madama Butterfly”, serán este jueves 25, sábado 27 y martes 30 de junio, además del viernes 3 de julio. El elenco estelar se presentará este viernes 26, y también el miércoles 1 y sábado 4 de julio.