¿Somos los seres humanos violentos? La cultura, a través de las áreas donde se gesta como la religión, el habla, el arte y la ciencia, entre otros, las personas, sin darse cuenta, reproducen dichos, frases y conductas que son violentas.

Pero ¿qué es la violencia? Muchas veces supones que la violencia es aquella que se comprueba con moretones y sangre, olvidando los otros aspectos del desarrollo de la vida donde también existe violencia, pero no física.

La violencia simbólica es aquella que se perpetúa en diferentes ámbitos, que no necesariamente tienen que ver con una agresión verbal o física directa a una persona. Esta violencia utiliza patrones estereotipados, ya sea en mensajes, iconografía y signos para transmitir dominación.

En este sentido se naturaliza la esclavización de la mujer en el diario vivir. Cabe destacar que este tipo de violencia es la más difícil de notar.

En este contexto el antropólogo Nicolás Mardones explicó a BioBioChile que a aquella violencia que no es física siempre se le resta importancia, pese a que puede causar daños similares o incluso peores que aquella que es ocasionada por golpes.

“Un ejemplo muy claro es el bullying, que en muchos casos es ejercido sin violencia física, pero produce irremediables daños a nivel psicológico en los niños y niñas que son víctimas de él. Asimismo, en las mujeres que son víctimas de violencia doméstica, la demora de años o décadas para ponerle fin a una situación de abuso es una manifestación clara de que hay un daño inconmensurable a su seguridad, a su autonomía y a la creencia en sus propias capacidades”, explica el experto.

En ejemplos claros, es violento que un hombre gane más dinero que una mujer por la misma labor, que se dificulte el acceso a métodos de anticoncepción o aborto, “la violencia simbólica, perpetuada a través del imaginario colectivo, es la responsable de cosas tan antiguas como la desigualdad de los sexos al enfrentarse al mundo del trabajo o de las dificultades que tienen las personas transexuales para encontrar un empleo, poniendo el interés en características que no tienen que ver con las capacidades de una persona sino en cómo cuadra o no con los esquemas preestablecidos para él o ella”, añade Mardones.

Tratando de ocultar la violencia con “cultura”

A través de procesos culturales es fácil evidenciar la “supremacía masculina”.

“Podemos entender muy simple que la frase ‘más fácil que pegarle a una mujer’ enmascara siglos de violencia física y psicológica hacia mujeres y niñas, también frases como ‘corres como niñita’, ‘habla como hombre’ o ‘Nada más feo que una mujer borracha’; frases todas que perpetúan la violencia simbólica hacia todo lo que no cuadre en el paradigma masculino, en el que los hombres deben ser fuertes, excesivos y violentos y las mujeres delicadas, dóciles y cuidarse de no entregarse a pasiones que para los hombres son casi obligatorias como el beber o la euforia“, dice el antropólogo.

Puede ser muy difícil determinar el nivel de violencia simbólica que se le puede atribuir a los discursos. El psicólogo Clive Echagüe Alfaro, perteneciente al grupo de tesistas del proyecto Anillo del Conicyt “Normalidad, diferencia y educación”, en conversación con BioBioChile explica que esto tiene que ver con un nivel semiótico material que va a componer el ambiente.

“Cuando uno entra a un baño y hay una separación entre hombres y mujeres y tiene un símbolo, esto es semiótico, está ahí, es latente”, por otro lado “están los actos de hablas inconscientes, alcanzando un nivel performativo, ya sea violencia en nivel de agresión o frases como ‘sientese como señorita’, ‘no juegue a las peleas con los hombres porque eso no lo hacen las señoritas’, es decir, quien tiene el poder en esta relación reproduce un discurso estandarizante a las mujeres obligándolas a tener un único tipo de feminidad”, aclara.

Muchas veces la justificación para estos actos violentos, es que bajo los parámetros culturales “se entiende que es un dicho” o “es una frase no más, un decir”.

En este sentido, el psicólogo enfatiza su percepción con respecto a “tapar la violencia con cultura”, y puntualiza que quienes reproducen discursos están transmitiendo una cultura violenta a través de los actos de habla fomentados por dichos populares.

Cabe destacar que en la cultura chilena la mujer ha sido pensada, construida y hablada desde una perspectiva masculina, desde hombres que limitan la participación política de éstas a través de las relaciones de poder, donde ellos poseen privilegios que no son implícitos o tácitos, sino que se establecen desde las conversaciones hasta los puestos de trabajo a los que pueden postular.

El sociólogo Jeremias Ortíz explica a BioBioChile, que la violencia simbólica está intrínseca en los hechos sociales, tanto en lo cotidiano como en lo institucional.

Según explica el sociólogo, en el ambiente cotidiano estas prácticas se ven expresadas a través de relaciones comunicativas, como en conversaciones, donde se intenta equiparar a personas con grupos que son cotidianamente minorizados o discriminados, como mujeres y transexuales.

Un ejemplo concreto podrían ser los dichos “tú eres una mujercita”, para tratar de comunicar “eres muy débil”.

Estos hechos, según Ortíz son naturalizados en las prácticas cotidianas de la gente, y esto es lo que es la violencia simbólica ya que no son explícitamente agresivas para el común de la gente, quienes piensan o entienden violencia como algo físico.

“Desde otro lado, si una mujer es líder, muy fuerte, tiene capacidad para liderar grupos o decidir autónomamente es calificada como marimacho o ahombrada”, explica el experto.

En el plano institucional esto se ve reflejado cuando se legisla y “se excluye a un grupo de la sociedad de manera tácita”, por ejemplo cuando se excluye a grupos que no presentan las mismas características, en este sentido dentro del sistema de salud púbica y los lentos avances de políticas para la atención de personas transexuales.

En este caso no hay violencia física ni agresión, sino que hay una violencia simbólica, ya que la “sociedad encuentra natural o justifica culturalmente y procede a reproducir de manera constante estas prácticas”, enfatiza.

“son prácticas familiarizadas, pasadas como algo común corriente, aceptadas e incrustadas en las relaciones sociales que tenemos día a día con la gente”, explica.

En este sentido, dice que si no se “problematiza” este tipo de reproducciones y forma de relacionarnos no se podrá avanzar ni trabajar en ningún tipo de relaciones.

“La violencia simbólica es la más arraigada, la más presente en todos los ámbitos de los espacios sociales, es necesario un análisis complejo de cómo nos estamos relacionando y cómo estamos significando nuestros actos de habla, nuestros dichos y nuestra cultura”, finaliza.