El pasado viernes, el presidente Barak Obama le declaró formalmente la guerra al Estado Islámico, que ocupa una gran zona de Irak y una zona más pequeña del norte de Siria. Y por supuesto hizo gala de sus dotes de narrador para hacer descripciones terroríficas de la peligrosidad de aquel ejército de extremistas islámicos sunitas.

Pero, según se aprecia incluso en la prensa más oficialista de Estados Unidos, como el New York Times y el Washington Post, el señor presidente le puso demasiado color a su discurso.

De hecho, ambos importantísimos diarios estadounidenses, más otros de enorme importancia, como el Christian Science Monitor y el Huffington Post, han denunciado que el Estado Islámico, por muy salvaje y extremista que sea, no reviste de ninguna manera un peligro para Estados Unidos.

Tanta ha sido la reacción hostil al discurso de Obama, que el Congreso simplemente anunció que esperará hasta noviembre, después de las elecciones parlamentarias, para ver si le aprueban o no un financiamiento para armar a los supuestos rebeldes moderados de Siria, que en su mayor parte ya se pasaron a Al Qaeda o se enrolaron con el Estado Islámico.

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