Hace más de cincuenta años, en plena euforia social contra la guerra de Vietnam, se produjo una masiva manifestación por el medio ambiente. La actividad se desarrolló en varias partes de Estados Unidos y relevó la importancia del cuidado de éste, del planeta. Este objetivo convocó masivamente, tanto es así, que el gobierno estadounidense durante ese mismo año creó la Agencia de Protección Ambiental, que sería muy influyente y precursora de estándares ambientales.

El tema sin duda es convocante. Quién podría negar la importancia de cuidar y respetar el lugar donde se habita. Sin embargo, a pesar de que supuestamente el tema parece ser aceptado por todos, los conflictos socioambientales siguen desarrollándose, e incluso intensificándose, a lo largo y ancho del planeta.

Reitero, el tema sigue sin duda siendo de interés masivo; particularmente en nuestro país, son miles de chilenos y chilenas las que se organizan, movilizan e informan diariamente respecto a la defensa del medio ambiente y no sólo por defender delfines, sino porque el descuido y atropello a éste le aparece en su plato de comida, en su jardín, en las enfermedades de sus parientes, y así sucesivamente en su cotidianidad.

Hoy, a lo largo de Chile encontramos varias zonas declaradas saturadas de contaminantes, sumadas a conflictos y manifestaciones por la instalación de industrias que dañan la calidad de vida de las comunidades, ya sea por la instalación de industrias que perjudican recursos hídricos, el borde costero, los suelos, bosques, etc., mientras un número importante de la población ve afectado su acceso al agua limpia y de calidad, a suelos cultivables y al aire limpio.

No es menor que en los últimos años exista una explosión considerable de conflictos, entre ellos Freirina, HidroAysén, Isla Riesco, Huasco, Coronel, Tocopilla, Puchuncaví, entre los más conocidos mediáticamente. Desde las organizaciones locales y no gubernamentales se ha instalado la idea de la existencia de zonas de sacrificio como lugares en los que se instalan todos los pasivos ambientales del desarrollo del país sacrificando –literalmente- a una parte de nuestra población.

Por eso se hace cada vez más evidente que la necesidad del cuidado a la Tierra, de nuestro entorno, no es un tema de ociosos ricos realizando acciones de caridad. Es un tema inaplazable porque nos obliga a situarnos en un debate mayor, vinculado directamente al modelo de desarrollo y de sociedad que queremos.

El tema nunca ha sido salvar el bosque por salvar el bosque, el tema es que los modelos impuestos como el monocultivo, provocan daños severos o destrucción de ecosistemas valiosos y daños silenciosos e irreparables en las personas, que se traducen en problemas para la salud como cánceres, enfermedades respiratorias y cardiacas, producto de la contaminación y daños psicológicos que produce el constante sometimiento a situaciones de vulnerabilidad a muchos habitantes de nuestro país, de nuestro planeta.

O sea, que nuestros hijos estudien en escuelas contaminadas con metales pesados y sufran episodios de intoxicación; que ya no se pueda desarrollar el oficio de pescador porque no hay nada que pescar; tener un miedo terrible a trabajar en la fábrica porque mi padre que trabajó durante 20 años en ella terminó con cáncer múltiple y en agonía durante los últimos seis años de su vida. Si a todo esto se suma que en mi comuna no tengo un servicio médico a la altura para hacer frente a las enfermedades que sufre la población que habita en ella… Si esto no es una forma de tortura no imagino qué otro nombre ponerle.

Las declaraciones de habitantes de Freirina el año 2012 sobrepasaban la vulneración de la cotidianidad: “ya no tenemos ganas de tener intimidad por el olor”, señaló una manifestante. A esto se suman los relatos de las viudas de los ex funcionarios de Enami (actual Codelco Ventanas), que en una relación de dependencia esclavista señalan estar agradecidas de la Fundición por que le dio trabajo a sus maridos, pese a que al mismo tiempo les produjo daños irreversibles al núcleo familiar por la agonía de años y la muerte inhumana que tuvieron.

El modelo de desarrollo en muchos países, y en especial en el nuestro, implica la reproducción de desigualdad socioeconómica y niveles de opresión física y psicológica.

El Día de la Tierra debe ser una oportunidad de reflexionar y comprender de una vez por todas y seriamente que el cuidado y el respeto del medio ambiente implica la posibilidad primaria de poder desarrollar, ejercer, defender nuestros derechos. Habitar en un medio vulnerado conlleva la afectación de derechos tanto individuales como colectivos. Considerar el medio ambiente en la planificación del desarrollo económico de un país implica humanizar este desarrollo.

Que el Estado de Chile no haya ratificado el Protocolo de San Salvador, protocolo adicional a la Declaración de Derechos Humanos que incluye los llamados derechos sociales, económicos y culturales, implica que no se encuentra obligado a establecer medidas efectivas y tampoco legislación para el ejercicio de los derechos de tercera generación, como lo son el derecho al trabajo, a condiciones justas y equitativas en él, a sindicalizarse, a seguridad social, a la salud, a un medio ambiente libre de contaminación, entre otros.

En este día internacional de la Tierra debemos apelar a abordar el cuidado de ésta en un sentido más humano, abogando por el planeta como recipiente de nuestros derechos y, como dice la frase, no se caga donde se come.

Javiera Vallejo, periodista de Fundación Terram.