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Tom Michell, un inglés aventurero, llegó a Argentina en pleno golpe de Estado en 1976 para ser profesor en el Colegio St. George's. Pero un día, salvó a un pingüino de la muerte. La improbable amistad se convirtió en un fenómeno en la escuela.
Para Tom Michell la vida siempre ha sido una aventura. Desde que era joven, soñaba con recorrer todos los rincones del planeta, sin embargo, había un continente que quería conocer más que otros lugares: Sudamérica.
Es así como este inglés, nacido en Singapur, decidió que su destino estaba en Argentina, una vez que se había titulado de profesor.
Lo cierto es que su llegada no fue fácil, porque le tocó una época convulsa, pues a mediados de marzo de 1976, los militares dieron un golpe de Estado, derrocando a la presidenta Isabel Perón.
En un país que vivía profundos cambios políticos, Michell buscaba encontrarse a sí mismo y lo hizo de la forma más peculiar, puesto que se hizo amigo de un pingüino de Magallanes, que lo acompañó en la nación trasandina.
Una improbable amistad que dio origen al libro The Penguin Lessons (en español “Lo que aprendí de mi pingüino”) y su película homónima.
El sueño de Tom Michell
Con 12 años, Tom empezaba a preparar un futuro viaje a Latinoamérica, una cuestión que resolvió tiempo después, al salir de la universidad.
Quienes lo conocieron afirmaron que tenía un espíritu aventurero, que esperaba cumplir el sueño de conocer otras culturas y países.
Así las cosas, mientras estaba en su hogar, en la zona rural de Sussex, el joven leyó un aviso en The Times, que le vino como caído del cielo. En el matutino, ofrecían una vacante como profesor en el Colegio St. George’s.
Michell no lo pensó dos veces, era la oportunidad que había estado buscando. Así que les escribió para decirles que estaba disponible.
“Cuando llegué, el país estaba en un estado terrible, la inflación era del 100% mensual. El director de la escuela me dijo: ‘No tengo ni idea de cuánto valdrá tu salario, pero mientras estés aquí, te alimentaremos, y si te quedas un año, te pago los vuelos de ida y vuelta"”, dijo Tom Michell, en conversación con BBC Mundo.
De esta forma, con apenas 20 años, Tom ejerció como profesor de Matemáticas y Química en el St. George’s.
Después de ejercer algunos meses, en julio de 1976, durante las vacaciones de invierno, los Bellamy, unos ingleses que vivían en Latinoamérica, le permitieron quedarse en su casa en la playa, ubicado en Punta del Este.
Pero lo que parecía unos días apacibles en la playa uruguaya, sufrió un vuelco a cargo de un curioso personaje.
Mi amigo, el pingüino
Michell, que se encontraba disfrutando de su último día, pronto vio un triste escenario. En la orilla del mar, encontró a varios pingüinos muertos, que estaban embarrados con petróleo y alquitrán.
Los cuerpos inertes causaron una profunda impresión en el joven, quien quedó conmovido.
En ese sentido, el profesor afirmó en entrevista con La Nación, que alcanzó a divisar a un pingüino que todavía respiraba con dificultad.
“Mi primera reacción fue pensar que estaba agonizando, que tal vez tenía que matarlo para que no sufriera. Pero cuando me acerqué, se incorporó. Estaba débil, pero vivo. Pensé: “Esto es extraordinario. Si este está vivo, quizás muchos otros también podrían estarlo. Tengo champú, tengo detergente… podría intentar limpiarlo”. Lo inmovilicé con una red de pesca que encontré en la playa y lo llevé conmigo”, agregó Tom.

De cualquier manera, el muchacho se la rebuscó y metió al ave marina en un bolso para transportarlo a Argentina. Aunque primero debía pasar por la aduana.
Según comentó a La Nación, un oficial lo descubrió in fraganti.
—¿Qué hay en esa caja?, le interrogó el agente.
—Un pingüino, respondió Tom.
—¡No puedes traer un pingüino a Argentina! —exclamó gritando—. ¡Eso es ilegal! ¡Estás introduciendo una especie exótica!, rememoró el inglés para el diario argentino.
Finalmente, el hombre, viendo que el animal era de difícil cuidado, decidió darle permiso. Así llegó el pingüino, al internado del St. George’s.
Juan Salvador, el amigo de todos
Pese a la reticencia del ave, el joven pronto pudo conectar emocionalmente con él. De acuerdo con lo dicho por Tom, el pingüino pronto se dio cuenta, que solamente trataban de cuidarlo, por lo que muy pronto mantuvo un ánimo dócil. De hecho, el británico pudo bañarlo y alimentarlo sin problemas.
Sin embargo, el animal demostró que prefería la compañía de los seres humanos, una situación que no pasó desapercibida por Michell que decidió llamarlo Juan Salvador, como el protagonista del libro escrito por Richard Bach.
A propósito, el pingüino había causado un gran revuelo en el colegio. Juan Salvador, que se quedaba en la casa del profesor que tenía en el internado, logró hacer varios amigos, entre la planta docente y alumnos, quienes lo estimaban mucho.

“Cada vez que oía pasar a los niños, el pingüino corría animadamente de un lado a otro de su terraza, esforzándose por ver, e invariablemente alguno de los niños se le acercaba, le hablaba y le daba de comer pescado”, escribió Tom en su libro que recoge su experiencia con el animal, recogió Daily Mail.
En los meses que vivió en el colegio, Juan Salvador se transformó en la mascota del equipo de rugby, según el autor, el ave “corría arriba y abajo de la línea de banda como si quisiera no perderse nada de los partidos”.
Igualmente, el británico reconoció el impacto que causó el pingüino. “Descubrí que la gente solía hablar con Juan Salvador y descargaban lo que tenían en la mente. Escuché muchas conversaciones de chicos y adultos con él sobre lo que les afligía, tanto en inglés como en español”, expresó el profesor británico a BBC Mundo.
Según recuerda, el pingüino sudamericano era incapaz de sentir miedo, pues se relacionaba de tú a tú, siendo curioso y amigable, con cualquier persona que se le acercase. “Medía apenas 60 centímetros, pero no se achicaba ante nadie”, afirmó a La Nación.
La muerte de Juan Salvador
Aunque Tom Michell tuvo serias dudas de adoptar al animal, ante las dificultades que representa cuidar a una especie alejada de su hábitat, el inglés quiso devolver a Juan Salvador al mar.
Tom alcanzó a soltarlo, pero el pingüino, volvió cuatro veces hacia su nuevo amigo. Lamentablemente, la curiosa amistad llegó a su fin en 1977, apenas un año después de ser adoptado por el joven.
“Un año después, más o menos, yo había hecho un viaje corto para visitar a unos amigos en el sur. Me habían invitado a una estancia. Cuando regresé, un colega me recibió con la cara desencajada. Juan Salvador estaba bien —me dijo—, pero hace un par de días dejó de comer. No reaccionó. Y al día siguiente… murió”, expresó el inglés en conversación con La Nación.
“Se me rompió el corazón. Incluso ahora, 50 años después, me sigue doliendo”, expresó en una oportunidad.
Como tan rápido vino a la vida de Tom, Juan Salvador se había ido, pese a que los años han transcurrido, el hombre, a los 64 años, no olvidó ese año en que adoptó al ave, lo que lo inspiró a escribir sus memorias.