La historia enseña que ningún acto de odio comienza en grande, pero que todas las matanzas masivas y persecuciones empezaron con un insulto que se tolera, con un ataque que se minimiza, con una agresión que se deja pasar.

El 9 de noviembre de 1938 Alemania se despertó inundada de cristales y vidrios rotos sobre el pavimento. Ventanas de sinagogas, comercios judíos, centros comunitarios y miles de hogares fueron destrozados por hordas que actuaron con odio, pero también con el permiso de las autoridades.

Aquel pogromo, conocido como la Noche de los Cristales Rotos, no fue un episodio aislado, ni un arrebato espontáneo: fue la señal de que la persecución nazi ya no conocía límites. Y la historia nos mostraría que, a partir de ese día, destruir un vidrio podía abrir la puerta a destruir una vida. De hecho, millones de personas fueron arrancadas de sus hogares y de la historia.

Hoy, 87 años después, la memoria nos exige estar alertas. No porque vivamos en las mismas circunstancias, sino precisamente porque aprendimos a reconocer a tiempo las señales del odio y la intolerancia. Hace solo un par de días, en Concepción, y hace un par de semanas, en Santiago, volvió a escucharse el ruido de los cristales simbólicos: dos sinagogas judías fueron nuevamente vandalizadas.

Lee también...
Hambruna Ideológica Viernes 07 Noviembre, 2025 | 10:21

No se trató solo de una ventana rota. Fue un acto que buscó sembrar miedo en una comunidad que ha sido parte de Chile desde mucho antes de que esos edificios existieran. El mensaje “no los queremos aquí”, aunque minoritario, no puede ser relativizado ni normalizado.

La historia enseña que ningún acto de odio comienza en grande, pero que todas las matanzas masivas y persecuciones empezaron con un insulto que se tolera, con un ataque que se minimiza, con una agresión que se deja pasar. “Son solo rayados”, dirán algunos, pero en 1938 se decía “son solo vidrios”.

La verdadera prueba para una sociedad basada en la democracia y los derechos humanos no es qué tan bien trata a la mayoría, sino cómo protege a sus minorías. El pueblo judío ya aprendió, con un costo inconmensurable, que la indiferencia es cómplice y que el silencio también corta como un vidrio roto.

Hoy el mundo enfrenta enormes desafíos de seguridad, convivencia y cohesión social. Precisamente por eso, cada acto de antisemitismo o de odio contra cualquier grupo religioso, étnico o cultural debe ser respondido con absoluta claridad: no hay espacio para eso en el mundo democrático.

Lee también...

No basta con declaraciones. Se requiere educación, aplicación rigurosa de la ley y una ciudadanía comprometida con los valores que decimos defender: libertad de culto, respeto y dignidad humana. Porque proteger a la comunidad judía, al igual que proteger a cualquier minoría, es proteger la esencia del país al que pertenecen, generando un clima de convivencia en medio de las legítimas diferencias de opinión.

La Noche de los Cristales Rotos nos legó una advertencia: el odio, cuando se lo deja actuar, no se detiene solo. Cada vidrio roto debe ser un llamado; cada muro vandalizado, una alarma, y cada ciudadano que ve o escucha un acto de discriminación debería ser un potencial defensor de la vida y la memoria.

La responsabilidad de que nunca más se rompa la convivencia es de todos. Por eso, que los cristales de 1938 y los muros rayados en las últimas semanas recuerden que la humanidad se juega en los detalles y que el “nunca más” se honra aquí y ahora.