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Resumen generado con una herramienta de Inteligencia Artificial desarrollada por BioBioChile y revisado por el autor de este artículo.

La baja en las matrículas en pedagogía no es un fenómeno aislado, sino reflejo de la precarización, desgaste y falta de sentido en la profesión docente. La profesión es vista como subordinada y vigilada, sin espacio para la creatividad pedagógica. La desconfianza institucional y la tecnificación educativa han reducido la labor del profesor a indicadores de rendimiento, generando desinterés en los jóvenes por ser docentes. Es necesario valorar la pedagogía como labor comunitaria, ética y política para construir democracia y justicia social. Revalorizar la profesión docente requiere voluntad política, remuneración justa, clases con pocos alumnos y tiempo para la creación pedagógica.

La abrupta baja en las matrículas en pedagogía no puede seguir leyéndose como un fenómeno aislado ni como un problema de vocación individual. Es un reflejo directo del lugar que el Estado y la sociedad le han asignado a la profesión docente: un lugar más bien de subordinación, de vigilancia constante, de desgaste. Una profesión que ha sido sistemáticamente precarizada, instrumentalizada y despojada de sentido.

No es casual que cada vez menos jóvenes quieran ser profesores. ¿Qué horizonte se les ofrece? ¿Qué condiciones reales existen para enseñar con dignidad? La sala de clases se ha convertido en un espacio saturado de controles externos, exigencias burocráticas, desconfianza institucional y nulo o casi nulo margen para la creación pedagógica.

¿Quién quiere ser profesor en un país que no cuida a quienes enseñan?

La acción pedagógica está siendo tratada como un engranaje obediente del sistema educativo, y no como lo que verdaderamente es: una labor en comunidad, intelectual, ética y política, crucial para construir democracia y justicia social. Hemos permitido, extrañamente, que se les exija a los profesores como si no supieran su profesión, o bien como si debiesen de saber de todo lo que nuestra sociedad no sabe.

Se desconfía del criterio docente, se tecnifica la enseñanza y que reduce la experiencia educativa a indicadores de rendimiento. En este escenario, la pedagogía —con su potencia ética, su temporalidad lenta y su vocación transformadora— se vuelve sospechosa.

Es cierto, ha habido iniciativas, avances, pero no con la urgencia requerida o con un foco de reestructuración de los espacios y formas de hacer una comunidad educativa fuerte, creativa, propositiva, abierta e inteligente. Ser profesor hoy es, paradójicamente, un acto de resistencia y valentía, siendo necesario devolverle a la pedagogía su estatus, su autoridad y su espacio de invención.

Una decisión estratégica

Y eso implica voluntad política y el concurso de universidades que forman a profesores. Revalorar la profesión docente no es un gesto de cortesía: es una decisión estratégica para cualquier país que aspire a tener futuro

Las tareas son claras y los jóvenes profesores también lo tienen claro: se necesita que les paguen bien, que los cursos no sobrepasen los 30- 35 estudiantes, que se considere un tiempo real dentro de la escuela, colegios o liceos para crear, elaborar materiales, conversar pedagógicamente entre profesores, bajo una dirección abierta, creativa y creadora de comunidad.

Se requieren espacios educativos que tengan los materiales básicos para generación de material e inventar. De ese modo, el profesor con vocación podrá tener un buen trabajo y además tiempo para su vida personal. Algo muy básico, no creen.