En la ciudad de Bajmut, en la línea del frente, el sonido constante de los disparos de artillería resuena en los inmuebles de apartamentos, en su mayoría abandonados, y la ciudad está atravesada por controles de carretera y trampas para tanques.

Cuando Nadiya Gorbunova habla de sus vecinos ucranianos, que hacen fila frente a una oficina de correos de la ciudad de Mykolaivka, en el este de Ucrania, cruza la calle y baja la voz.

Esta mujer sospecha que el 80% de ellos apoya a las tropas rusas estacionadas al otro lado del río y las reivindicaciones del Kremlin sobre la región del Donbás, donde se encuentra Mykolaivka.

“No hay enfrentamientos físicos, pero la agresividad de los prorrusos es palpable”, dice a la AFP Gorbunova, de 58 años, con un tono conspirador.

Su propia lealtad está clara. Lleva un bolso de lona con una santa ucraniana que destruye un tanque enemigo con una espada en llamas.

El conflicto entre Rusia y Ucrania carcome las comunidades en primera línea, en el epicentro de la ofensiva rusa.

“No hay amor ni armonía”, dice Gorbunova.

Ucranianos divididos

El conflicto comenzó en el Donbás en 2014 tras una revolución prooccidental en Ucrania y la anexión de Crimea por parte de Rusia.

Las fuerzas ucranianas lucharon contra los separatistas prorrusos que recibieron apoyo militar y financiero de Rusia y que se apoderaron de una parte de la región.

Los habitantes de la región son predominantemente rusoparlantes, aunque las personas que se identifican como rusas son una minoría.

También está dividida por otras líneas de demarcación. “La población está dividida en dos bandos”, afirma Serguéi Nikitin, de 52 años.

“Cada uno tiene su propia opinión, pero todos mantienen la boca cerrada”, asegura. Sin embargo, Nikitin da algunas pistas sobre la suya.

Habla de la “degradación” de Ucrania, del cierre de fábricas desde el fin de la Unión Soviética y de las posibilidades de empleo en Rusia.

Mykhaylo Matsoyan, de 38 años, recuerda haber oído a sus vecinos de Bajmut decir “que sería estupendo que vinieran los rusos”.

“Casi nos peleamos, así que tuve que marcharme. No se puede demostrar nada a los tontos”, afirma.

“Todos queremos la paz”

Otro habitante, que sale de una farmacia, prefiere callar sus opiniones.

“Todos queremos la paz. No hago distinciones. Quiero a todo el mundo, estoy a favor de la paz”, afirma Dmitriy, de 40 años, antes de alejarse a toda prisa.

“Cuando nos topamos con prorrusos les explico que no somos nosotros los que invadimos el país”, dice Serguéi, un soldado ucraniano de 56 años, mientras toma un café frente a una tienda.

“Siempre lo digo, si vengo a lo de mi vecino con pan, él pondrá la mesa, pero si vengo con un arma, se defenderá”, agrega.

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La vecina ciudad de Soledar está cerca de las zonas bajo control de los rusos. Allí los bombardeos son constantes y la devastación de la ciudad es casi total.

“Estamos esperando a que todo esto pase”, dice Oleg Makeev, de 59 años.

“Rusos o ucranianos, no nos importa, lo único que queremos es una vida tranquila, nada más”.