El prostíbulo donde trabajan Bella y otras muchachas venezolanas, aliviadas de volver a trabajar después de las dificultades del confinamiento, está lleno de clientes en una calurosa tarde de julio en Atenas.

“Nuestro trabajo es como la ruleta rusa. Nos ponemos en peligro a nosotras mismas y a nuestras familias, pero de lo contrario nos morimos de hambre”, dice Anna Kouroupou, una transexual que encabeza el Paraguas Rojo en Atenas, una iniciativa para apoyar a las personas que viven de esta actividad.

Después de tres meses de confinamiento, la asistencia es densa en el burdel del centro de la ciudad, ya que las prostitutas fueron autorizadas a reanudar sus actividades a mediados de junio.

Es que tienen apenas dos opciones: volver al trabajo o quedarse en la penuria.

“Traté de dormir lo más posible para olvidar mi hambre durante esos tres meses”, dijo Bella, quien también es madre de un niño.

La joven prostituta habla con AFP en un período entre dos clientes, mientras que la señora de la limpieza limpia y ventila la habitación.

Las autoridades griegas han anunciado una lista de medidas de salud y seguridad para proteger a clientes y prostitutas, una de las profesiones más expuestas al riesgo de contaminación.

Pero estas medidas no son aplicables, coinciden las muchachas.

Las medidas “son ridículas”, dice Dimitra Kanellopoulou, presidenta de la Asociación Griega de Trabajadores Sexuales. “No podemos estrechar una mano en la sala de espera y luego vamos a la habitación, con todo lo que allí sucede”, se queja.

Las prostitutas deben “mantener su distancia” y evitar el “contacto cara a cara”, según las instrucciones de las autoridades. También están invitados a usar una máscara que sugiere que puede “ser parte del juego sexual”.

Máscara con cremallera

“Es una broma. ¿Cómo puede una chica satisfacer a un cliente con una máscara? ¿Tiene que poner una cremallera en la máscara?”, se pregunta Katerina, que dirige otro burdel en el centro de Atenas.

Entre las pautas también está la obligación, casi surrealista, de mantener los datos de contacto del cliente durante cuatro semanas en un sobre cerrado, en caso de que se detecte un caso de coronavirus en el establecimiento.

Unas pocas hojas de papel blanco pegadas a los sofás de la sala de espera instan a los clientes a mantener la distancia.

Como recordatorio de que la pandemia no ha terminado, uno de ellos se pone una máscara suelta alrededor del cuello.

El peor momento

“Este es sin dudas el peor momento para nuestra profesión”, agrega Kouroupou. “Fue catastrófico con el SIDA, pero en ese momento en unos meses habíamos aprendido a ponernos un condón. Pero ahora no hay forma de protegerse”, comenta.

El limbo jurídico en que se encuentran los burdeles en Grecia priva a la mayoría de ellos de la ayuda estatal otorgada durante la pandemia.

Según la ley griega, un establecimiento de prostitución para ser legal debe estar a más de 200 metros de cualquier lugar público, como hospitales, parques, iglesias, escuelas o estadios, pero ello es prácticamente imposible en el centro de la ciudad.

Según el Paraguas Rojo, más de 600 burdeles operan ilegalmente en Grecia.

“Ningún edificio cumple con los requisitos de la ley en Atenas”, dice Dimitrios Moraitis, abogado de la Asociación de Trabajadores Sexuales.

“Más de 100.000 personas trabajan en el sector y apenas (burdeles) equipados con una caja registradora y un permiso de actividad han podido obtener ayuda financiera del Estado, es decir, menos de 10%”, apunta.

Peor aún, las autoridades ahora sugieren que los clientes paguen con tarjeta bancaria, algo imposible para establecimientos que operan ilegalmente y que no tienen un terminal de pagos.

Si bien el Ministerio de Protección Civil y los municipios están comenzando a establecer un registro de prostíbulos en Grecia, la enmienda para legalizar a cientos de ellos aún no se ha votado.

Mientras tanto, muchas prostitutas se ven obligadas a desfilar por las aceras sin protección contra el virus para alimentar a sus familias.

Muchas otras regresaron a sus países durante el confinamiento y ya no pueden regresar a Grecia.

Para ayudarlos, el Paraguas Rojo recaudó unos 7.000 euros en cupones en supermercados. En las aceras de la capital, la asociación también distribuye gel hidroalcohólico a las prostitutas.

“No tengo miedo de la pandemia, tengo más miedo de un posible nuevo confinamiento”, dijo Linda poco antes de iniciar una nueva noche de trabajo.