A 41 años de la Guerra de Malvinas siguen las consecuencias del enfrentamiento bélico más importante ocurrido en Sudamérica en el siglo XX. De alguna manera, la guerra acabó, "pero la posguerra no", señala Roberto Herrscher, quien con sólo 19 años fue enviado a combatir con los ingleses en las islas del Atlántico Sur en 1982.

Con una calma que por momentos sorprende, el escritor y periodista evoca los momentos en que debió hacer el servicio militar en Argentina tras salir sorteado. Un año después de su ingreso a la Marina estalló la Guerra de Malvinas, luego que la dictadura argentina tratara de recuperar las islas reclamadas por el país trasandino pero ocupadas por el Reino Unido.

Pese al fervor inicial al otro lado de la cordillera, con masivos actos en los que el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri llegó a ser ovacionado al exclamar a los ingleses “si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla”, lo cierto es que el enfrentamiento desnudó muchas de las falencias que la Junta Militar había tratado de disimular.

“Cada momento de espera era darme cuenta, junto con mis compañeros, de lo mal preparados que estábamos”, señala tajantemente Herrscher en conversación con BioBioChile.

“Esto se probó al final, de que nosotros éramos un grupo completamente novato de conscriptos, que éramos la fuerza principal de los regimientos del ejército y embarcaciones, mientras que nuestros enemigos eran la tercera potencia militar del mundo con la más alta tecnología”, agrega.

En mayo de 1982, la Armada argentina decomisó una goleta malvinense llamada “Penélope”. Herrscher fue asignado a ella durante la guerra, siendo el único conscripto de los siete tripulantes.

Como una especie de cruel anécdota, el académico enseña dos imágenes que fueron tomadas con apenas cuatro meses de diferencia. En la primera, aparece sonriente junto a su hermana ataviado con su traje de marino durante su paso por el servicio militar. La segunda fotografía es del día en que regresó a su hogar una vez terminada la guerra. “Aún no me sacaba la gorra”, dice. “Es como si hubiese envejecido años”, añade.

Roberto Herrscher poco antes de la guerra
Roberto Herrscher poco antes de la guerra

A pocos días de que se cumplan 41 años del fin de la guerra (14 de junio de 1982), con una maciza victoria británica, el periodista trasandino recuerda su experiencia en aquella compleja época, días en los que vivía con la incertidumbre constante de no saber si volvería a su hogar alguna vez.

-Usted se educó en plena dictadura militar.

Mi colegio no era distinto de ningún otro colegio, hubo mucha gente que se dedicó después a otras actividades. El mismo presidente Alfonsín estudió en el Colegio Militar y ahí sí eran puras marchas y nacionalismos.

Muchos padres de clase media acomodada mandaban a sus hijos a colegios privados y mi colegio se llamaba Saint John’s en donde en la mitad hacíamos los estudios oficiales de la educación argentina y ahí subíamos la bandera, cantábamos los himnos y las marchas de San Martín, de Sarmiento, de Belgrano y por la tarde estudiábamos inglés.

Tenía como un mundo de profesores y de estudios que eran para prepararme para los exámenes. Después en las tardes estudiaba Historia inglesa, cultura inglesa, llegábamos hasta leer y analizar obras de Shakespeare. Entonces, en ese sentido, tenía una formación que hizo que cuando llegara el momento de la guerra yo entendía las dos culturas.

-Después entró a hacer el servicio militar el año 81 en la Marina, experiencia que se extendió por un año. ¿Cómo fue esa experiencia?

Para mí fue muy impactante. De hecho, ese fue el momento de pasar como a otro universo. Todos los varones de mi generación, y hasta los años 90, cuando Menem quitó el servicio militar obligatorio, nos sometíamos a una especie de sorteo que era una lotería. Tomaban los últimos números de tu documento de identidad para ver si te tocaba la Marina, Fuerza Aérea o Ejército, y los números más bajos se salvaban porque de acuerdo con la cantidad de varones de cada generación y las necesidades de las Fuerzas Armadas, uno entraba a una fuerza o a otra.

Esto había pasado a lo largo de las democracias y las dictaduras recurrentes en Argentina. Desde el golpe de Estado de 1930, más o menos cada diez años había un nuevo golpe de Estado y gobiernos militares. A mí me tocó bajo el más atroz y sanguinario de los gobiernos militares, el que empezó en 1976. Ese año empecé el colegio secundario, lo que en Chile llaman la enseñanza media, y cuando salí me tocó la lotería del servicio militar y me tocó la Marina.

El primer día, que fue justo un año antes del comienzo de la guerra, el 2 de abril de 1981, para mí fue muy impactante, principalmente por toda esa operación militar de transformarte en una no persona, en algo que no tenga nada de individualidad. Perdíamos nuestros nombres, nos convertíamos en números, perdíamos nuestra fisonomía, nuestra ropa, nos sacaban todo, hasta los calzoncillos y las medias. Teníamos que vestirnos con todo lo que nos daban. Nos rapaban el pelo y nos ponían al sol. Yo tenía el pelo largo así que para muchos era terrible el dolor de cabeza al estar rapados y al sol.

De ahí nos mandaron en tren a Bahía Blanca y de ahí a la principal base naval de Argentina que es Puerto Belgrano, en el sur de la provincia de Buenos Aires, donde están los barcos. Ahí es donde hice los dos meses de instrucción Fue una experiencia impactante, para mí tuvo algo que a la distancia fue terrible. Yo sentía que ahí si estaba en el corazón de una dictadura, yo no tenía ningún tipo de poder sobre mí mismo. Perdía mi identidad y el arbitrio los suboficiales y los oficiales era lo que lo que tocaba.

Roberto Herrscher el día que volvió de la guerra
Roberto Herrscher el día que volvió de la guerra

Pero al mismo tiempo yo conocí una Argentina que no conocía antes, que eran chicos de mi edad muy distintos, chicos de provincias, algunos chicos muy pobres. El primer día nos castigaron a todos porque uno orinó en el rincón de la cuadra donde dormíamos porque no conocía el baño. A otros les tuve que enseñar a atarse los cordones de las botas porque no tenían zapatos. En ese sentido yo siento que hay una cosa que me ha perjudicado pero que considero que es justa. Un chico como yo que fue a un colegio inglés y que era de clase media alta, por lo que me han dicho en Chile, Colombia, Bolivia o en Perú el servicio militar obligatorio lo hacen los pobres.

Ahí yo tuve compañeros que eran hijos de terratenientes y eran de las clases dirigentes. Prácticamente todos teníamos que hacer el servicio militar. Esa experiencia traumática nos tocaba a todos. Cuando mi hijo llegó a los 18 años yo dije ‘uh, a la edad que tenía él, yo entré al servicio militar’. Yo lo veía como un niño entonces que tuviera que ir a la guerra es terrible, yo no se lo deseo a nadie.

Pero siento que aprendí y en parte el conocer a chicos de de orígenes tan distintos al mío, siento que es una de las cosas que me ha enseñado a ser mejor periodista, que es lo que yo considero que es mi vocación en la vida.

-¿Cómo recuerda el día en el que le informan que debe ir a la guerra?

Yo ya estaba por terminar, era el 2 de abril de 1982. La gran parte de la planificación de la toma de las Islas Malvinas se hizo en el edificio donde yo estaba haciendo el servicio militar. Después de haber estado en la instrucción en Puerto Belgrano, yo fui a una oficina en el Comando en Jefe de la Armada en Retiro, Buenos Aires, y obviamente nosotros los conscriptos no teníamos ni idea de lo que se estaba cocinando ahí.

A las 06:00 tomé el tren. Los que hacíamos el servicio militar en la oficina teníamos esa ventaja de que dormíamos en la casa de nuestros padres pero muy temprano teníamos que presentarnos a la formación y a cumplir nuestras tareas, salvo los días que teníamos guardia.

Y yo me acuerdo de ver en los diarios, en el quiosco de la estación de tren, que los medios, que estaban controlados y censurados por la dictadura, anunciaban que se habían tomado las Malvinas y en ese tren yo iba vestido de marinero. Algunos me miraban con orgullo y otros me miraban con lástima, pero con la idea de algo que yo no sabía en ese momento, que es que a mí me iba a tocar ir.

Tal vez el 10% o el 15% de todos los conscriptos del país que estábamos haciendo el servicio militar nos tocó finalmente ir a las Islas Malvinas. A la mayoría no les tocó. Esos días, entre el 2 de abril y el 11 de abril, en plena Semana Santa, viene una patrulla de la policía a buscarme a mi casa. Todo ese tiempo fue de no saber qué me iba a pasar, de no saber quiénes iban y quiénes no.

Yo llegué al edificio Libertad en la noche, dormimos unas poquitas horas en una oficina. Recuerdo ver en un papel escrito a máquina los nombres de los que iban a ir, y ahí estaba mi nombre. Como a las 04:00 nos mandaron a algo que nos preparó un poco mejor que a los de Ejército porque algunos de ellos venían de provincias calientes del norte, de Corrientes o Salta, entonces iban con la ropa que tenían, a morirse de frío en las Malvinas. En nuestro caso éramos un grupo pequeño de Marina y entonces a nosotros nos dieron ropa antártica que nos sirvió.

A mí me mandaron en un avión a Río Gallegos y de ahí en un Hércules de transporte al pequeño aeropuerto de las Malvinas. Lo primero que vi fue la absoluta descoordinación y falta de de organización que tenían. Nosotros no viajamos a una guerra porque de hecho durante todo el mes de abril no se sabía si el gobierno de Margaret Thatcher en Gran Bretaña iba a decidir mandar tropas para retomar las Malvinas para ellos o si va a haber negociaciones con el Papa, con el Secretario general de Naciones Unidas.

En muchos de los procesos bélicos hay un poco de tiempo que son los que triunfan en las películas y en las series, que son los de combate y de los muertos, pero también hay muchísimo tiempo de angustia y de espera. Para mi, cada momento de espera era darme cuenta, junto con mis compañeros, de lo mal preparados que estábamos. Esto se probó al final, de que nosotros éramos un grupo completamente novato de conscriptos, que éramos la fuerza principal de los regimientos del ejército y embarcaciones, mientras que nuestros enemigos eran la tercera potencia militar del mundo con la más alta tecnología.

-También estuvo una semana como prisionero de guerra.

Primero, yo sentí un extraño alivio de que se haya terminado. Recuerdo que venían los soldados de las montañas a contar cómo habían sido las batallas de los últimos días, eso había sido una carnicería terrible. Para mí no tenía sentido. El que tomó la decisión final que fue el gobernador militar argentino de las Malvinas, el general Mario Benjamín Menéndez, la única decisión posible en el momento en que ya estaban perdidas todas las batallas, era la rendición.

Para mi, fue muy diferente lo que sufrí humanamente después de la rendición. Los lugares donde yo estuve embarcado en un barquito que se llamaba el Penélope, nosotros tomamos cuatro barquitos que tenían los isleños porque había un cerco naval en donde la Armada Argentina no llegaba. Después de que hundieron el crucero General Belgrano, que era el principal barco de la flota militar argentina, la flota no apareció.

Todos mis compañeros del Penélope sobrevivimos y todavía estamos todos vivos y hubo un marinero de los que estábamos en un destacamento al sur de Malvinas, que se llamaba Bahía Fox, que murió en un ataque inglés y ese era mi muerto. O sea, completamente distinto de los que estaban en un regimiento que fue diezmado y en los que murieron decenas de soldados.

Lo principal del horror lo vi cuando bajaban de las montañas estos chicos heridos, locos, famélicos, era como un ejército casi de zombis. Terrible. Eran los que habían estado sufriendo en pozos de zorro llenos de agua, con frío, con mala comida, con mala vestimenta. Por hambre, algunos trataron de ir a donde había alguna casa con comida y pisaron campos minados.

A otros los habían estaqueado (en Argentina se le llama así a la práctica de estirar a una persona entre cuatro estacas clavadas en el suelo), que es una penalidad de la época del Martín Fierro del siglo XIX. Se les castigaba por intentar hacerse de comida cuando no les daban lo mínimo para estar en condiciones de enfrentar al al enemigo con armas inservibles y sin preparación.

Estos son los chicos del ejército con los que yo me encontré después de la rendición y hubo dos días en donde a mí me pasaron a un barquito civil argentino para llevar a los heridos al buque hospital.

Íbamos y volvíamos y eso era terrible. Había chicos a los que sólo les fltaban horas o minutos para que murieran. Habían otros que estaban desquiciados, delirantes y gritando. Este transporte de los heridos para mí fue el contacto con la guerra de verdad, con la guerra de las montañas y de las trincheras en donde yo no estuve porque estaba en la Marina. Cuando estás en un barco te hunden y ahí más o menos tienes comida y calor en el camarote, es otra cosa.

Éramos un grupo muy chico que sabíamos inglés. El jefe de la Marina me cedió a un capitán que se llamaba Brown, que era el jefe de prisioneros, para que yo hiciera de traductor porque había 10.000 prisioneros, había 10.000 carceleros y no se entendían. Entonces en esa semana no estuve encerrado como prisionero y pude ver más de cómo estaban los soldados. En el final del capítulo de la guerra de mi libro Los viajes del Penélope yo cuento que termino con el capitán Brown abriendo un depósito en Puerto Argentino, que ahora se llama Port Stanley, que estaba lleno de latas de comida y sobre todo de una cosa que es muy típica argentina que es el dulce de batata.

Entonces el capitán Brown me dice: ‘¿y esto para qué es? Cómo es posible que nosotros venimos de las carpitas en el aeropuerto donde estaban los chicos muertos de hambre y está este depósito?”. Y yo le dejo la conclusión a los lectores. Termino ese capítulo con la pregunta del capitán Brown y digo que no supe qué contestarle.

Además de muchas otras cosas de lo que es ejemplo la guerra de las Malvinas, para mí una de las cosas que año tras año se tiene que recordar es que ese triste y trágico episodio de la vida de mi país, es también ejemplo de la inhumanidad de las dictaduras militares. Ahora que aquí están pensando sobre si Augusto Pinochet es admirable o no, si es un estadista o no, el tema de que cómo yo aprendí en la instrucción y después tuve la comprobación muy práctica y patente durante la guerra que nosotros éramos números, éramos cosas, nuestras vidas no importaban.

A mí me impactó muchísimo después cuando empecé a escuchar las historias justamente de las torturas que les hacían a los soldados por robar comida. Los hambreaban, no les daban esta comida que la tenían. Probablemente pensaban que la guerra iba a durar meses entonces esa comida la guardaban para que los oficiales tuvieran siempre lo suyo. Pero incluso en términos militares, mantener hambreada a la tropa no es la forma de tener una tropa que pueda enfrentar al enemigo, ni siquiera para conservar los derechos humanos de los soldados.

Hay un grupo de los más aguerridos que pelean por sus derechos como ex combatientes que es el Centro de Veteranos de La Plata, quienes dicen que tenían dos enemigos: uno delante, que eran las tropas británicas, y uno atrás, que eran los oficiales y suboficiales de la dictadura. Muchos de nuestros jefes eran los represores y torturadores de la dictadura porque eran los que tenían algún tipo de experiencia de algo que podía ser de combate y que no eran de los típicos militares de escritorio.

Siguen apareciendo en las listas de los juicios de los derechos humanos del año 76, 77, los militares que yo me encontré en el 82 en las Malvinas. Ellos se presentaban como héroes de la patria y en realidad eran criminales y delincuentes de la represión ilegal a su propio pueblo durante la dictadura. En Argentina la dictadura duró siete años, no 17 como en Chile, y sin embargo en Argentina hay tres o cuatro veces más desaparecidos. Hubo una industria total del robo de bebés. Esas eran las fuerzas armadas que nos mandaron a las Islas Malvinas.

Y entonces ahora hay toda una discusión, hay una lucha sobre qué significa esto, qué tenemos que recordar, por qué recordar esto. Para algunos fue una gesta, para otros fue una tragedia. Me parece que para periodistas como tú y como yo, la importancia de recordar el pasado tiene que ver con que nos sirve hoy hablar de lo que pasó, por ejemplo, en la Guerra de las Malvinas.

-La guerra en sí terminó, ¿pero se podría decir que la posguerra aún no acaba? La reivindicación argentina sobre Malvinas se mantiene.

Sí, sí. El reclamo, digamos, no empezó en el 82, pero si hay un tema que es esto del reclamo de la soberanía de las Malvinas por el Estado argentino y una pregunta es si es lo mismo todo lo que tiene que ver con la guerra, por ejemplo con los derechos y con las reivindicaciones de los 10.000 excombatientes, muchos de los cuales se suicidaron. Otros murieron.

Yo no represento a nadie, no te estoy hablando en representación de los excombatientes. Hay algunos que son parte de un grupo que con gusto y para servir a la patria fueron a Malvinas. Yo tengo absoluto respeto por ellos, pero no soy yo, En ese sentido, no pienso que haya sido una gesta heroica y que tengamos que volver a reconquistar las Malvinas por las armas. Tampoco me veo como representante, como la voz de nadie. Pero yo creo todo está vivo.

Es cierto que no terminó la guerra para los que la sufrimos y tampoco para nuestros familiares, para nuestros padres, para nuestros hermanos y para nuestros hijos. Es difícil. Mi penúltimo libro se llama La voz de las cosas, en donde hay muchos autores que hablan de objetos para contar historias. Una es la hija de un soldado que estuvo en Malvinas que volvió, se casó, tuvo una hija que era ella y cuando la niña tenía cuatro años, su papá se suicidó. A ella le cuesta muchísimo, como a muchos otros, y en cierta forma sigue siendo Florencia una víctima de Malvinas.

Otros tienen familiares que murieron en la guerra, otros que no los han identificado hasta muy recientemente y que cuyos restos estaban bajo una cruz que decía ‘soldado argentino solo conocido por Dios’. Hay una crónica que a mí me parece estupenda de Juan Ayala y Daniel Riera, dos grandes cronistas argentinos, que se llama nuestro Vietnam. Si lo tomamos así, en parte Malvinas es nuestro Vietnam. Para los norteamericanos, Vietnam no tiene que ver con volver a a reconquistarla y ganar la guerra para que Vietnam sea suya. Más bien tiene que ver con qué pasa con los que volvieron de Vietnam quebrados física o mentalmente.

En cierta forma, todos volvimos quebrados y esa parte de Malvinas es como Vietnam, separado de la reivindicación de la soberanía. Es qué hacemos con los sobrevivientes y lo otro es el tema geopolítico. Me parece que el tema de que los derechos sobre Malvinas se basan en que murieron defendiéndola la sangre de nuestros jóvenes… eso justifica buenas guerras y malas guerras, guerras justas y guerras injustas. En todas mueren gente. No por eso Alemania tendría que volver a reconquistar Europa, porque muchos jóvenes alemanes murieron en Francia, en Checoslovaquia y en Italia.

No represento a nadie más que a mí mismo, pero me parece que una de las cosas de las que yo puedo hablar es del horror de la guerra y de lo que causan. Con la guerra de Ucrania puedo tratar de entender el espanto de las guerras y cómo la solución guerrera genera mucho mal dentro de las sociedades.