Creo que le hacemos un flaco favor al futuro de Chile rebajando el debate por una nueva Constitución a un choque de barras bravas.

Esto no es un clásico de fútbol. Esto no es un duelo a muerte con cuchillos. Debería ser un debate con argumentos sobre si nos conviene o no refundar las bases de nuestro país.

No deberíamos buscar callar al otro, como se está haciendo tristemente común en la “cultura de la cancelación”: deberíamos escuchar, hacernos oír y demostrar nuestro apoyo con fundamentos, no consignas.

De forma estrictamente personal, creo que Chile debe tener una nueva Constitución. Por múltiples razones, comenzando por tener una que nos represente a todos como pueblo y no sea herencia de un grupo ungido a dedo por una Dictadura.

Mi visión es que necesitamos escuchar e incluir a minorías relegadas, como los pueblos indígenas o comunidades LGBTI. Necesitamos consagrar una real igualdad de derechos no sólo entre hombres y mujeres, sino también entre hetero y homosexuales, para que puedan acceder al matrimonio y adopción.

Necesitamos eliminar la exacerbación en el carácter mercantil de la salud y la educación, o dar efectiva propiedad a las personas sobre sus fondos de AFP, asumiendo las consecuencias una vez retirados. No puede ser que una persona sea condenada en su vejez a malvivir con una pensión de 180 mil pesos mensuales -inútil en la práctica- en vez de recibir los fondos suficientes para pagar su casa, comprar un terreno o montar un negocio.

Necesitamos revisar la existencia de las Leyes Orgánicas Constitucionales, con las cuales la inamovilidad de la Constitución se extiende mañosamente a planos que van desde los regímenes de las Fuerzas Armadas hasta las concesiones mineras.

Pero aún así no me siento con todo el conocimiento que debería tener para decidir (y ya habrán oído por ahí aquel dicho: quien no está informado no puede tener opinión, y quien no tiene opinión no puede tomar decisiones). Por eso me interesa escuchar lo que tienen que decir quienes se oponen al cambio. Y sobre todo, entender sus temores.

(Por cierto, un excelente punto de partida para aprender es este pequeño libro gratuito de 100 preguntas sobre la Constitución de la Universidad Autónoma. Incluso puedes poner a prueba tus conocimientos acá).

Combatir la desinformación también es crítico. Por interés o ignorancia, a mucha gente se le quiere hacer creer que una nueva Constitución se traducirá en cambios inmediatos, o por el contrario, que no cambiará nada. Ninguna de las dos es cierta e incluso puede ser peligroso crear falsas expectativas.

Aprobar un proceso constituyente es el primer paso para obtener cambios profundos, para evolucionar y progresar. Para echar raíces sólidas. Quizá algunos de nosotros no veamos sus frutos, pero “una sociedad crece cuando sus mayores plantan árboles sabiendo que no serán ellos quienes se sienten a su sombra”, dice un proverbio griego.

Y por último, lo más importante: no me interesa “derrotar” a nadie. En un proceso constitucional no pueden haber derrotados porque es el inicio de todo y debe incluirnos a todos.

Ayer le contaba a mi esposa que para el plebiscito del 88, los volantes del “No” incluían un consejo importante: el día del triunfo, sé humilde y generoso con los vencidos. No humilles a nadie pues debemos construir un nuevo país entre todos.

(Y ojo, que veníamos de tiempos donde las acusaciones contra las autoridades no eran por negligencias y abusos, sino por crímenes y vejaciones horrendas).

Aquella sabiduría del 5 de octubre, la de dar el ejemplo de tolerancia y de libertad, de “vencer a la violencia con las armas de la paz”, nunca cobró más vigencia que ahora.

Christian F. Leal Reyes
Director BioBioChile
cleal@biobiochile.cl