Resumen generado con una herramienta de Inteligencia Artificial desarrollada por BioBioChile y revisado por el autor de este artículo.
"Los Morenos", de Jordi Lloret, narra la memoria colectiva de Chile desde la cotidianidad mestiza y migrante. A través de relatos concretos, el libro documenta la resistencia diaria de familias cansadas pero vivas, herederas de una historia que se transmite en recetas y gestos. Lloret revela la identidad chilena, mostrando que la verdadera historia de un país no se encuentra en los libros oficiales, sino en las experiencias de cada día.
Hay libros que se escriben desde una historia. Otros, que son nuestra historia y dibujan un territorio. Los morenos, de Jordi Lloret Pacheco, se escribe desde el cuerpo. No desde el recuerdo épico ni la postal familiar, sino desde la olla al fuego, el pan partido en silencio, los horarios de micro, los manteles girando para disimular el tiempo.
Lloret es la historia de Chile, registro que inició con “Matucana 19” y poéticamente en “Ladridos”, pero faltaba la letanía de algo completo que no se nombra y existe: mestizo, migrado, cansado, pero vivo. Una memoria en cuatro actos que no se archiva, sino que se mastica. Este es ese Chile que habitamos todos desde los bordes de las páginas de Los morenos.
La olla está en la cocina porque ahí la abuela pela las papas, esperando que el agua hierva.
De fondo, montones de niños nombrando recorridos de micro. Remolinos de tierra, barro, calles y casas para tomar un té, un mate. Los morenos es un libro que relata la memoria. Y entonces dirás “Padre” —porque toda memoria cuenta la historia de un padre—, y es que sí, lo cuenta, pero sobre todo responde “Madre”, y escribe a la morenidad que viene de abuela, de yaya, de vientre.
Mujeres revelando la mixtura de un país migrado, escrito por Jordi Lloret Pacheco, horas más tarde de haber leído los mapas de una ciudad que recién se dibujaba en los ojitos del niño que fue. Y cada palabra es, en este libro: paisaje, aroma y testimonio. Pero también país, un monte y una mantita tejida a mano, o pasillos de plaza que esconden aún viejos juguetes decolorados por el viento.
Un país que existe en la espera larga del consultorio, en el turno doble, en la fila para la municipalidad. Luego el piso para sacarse la foto para la integración, y talleres de reconocimiento intercultural, con sándwiches fríos de pan de molde y formularios bilingües. Donde la abuela no va, porque la olla en el fuego no espera.
La memoria de familia, sabemos, se construye sobre horarios de bus y la costumbre de inventar almuerzos con lo que sobró de la semana pasada. No hay descanso los domingos, solo menos ruido y los colores del mantel girando en la mesa para disimular el tiempo.
La memoria, en este territorio, no es un ejercicio: es herencia. Registro de todo lo que pasa por el cuerpo antes de pasar por la palabra.
En este libro, ese testimonio adquiere forma concreta. No hay anécdotas para la antología escolar, sino relatos que empiezan temprano: a las cinco y media, con el agua que hierve, al filo de la jornada. Fuera de la casa, la ciudad interrumpe y recicla los relatos. Las escuelas celebran la semana de la diversidad con cartulinas multicolores y la zona de migración se convierte en tema para los noticieros de la mañana.
La integración da para discurso largo pero para salario corto. No hay milagro chileno, solo paciencia y trayecto: los microbuses llenos al alba, los consultorios esperando con sillas frías, las noticias hablando de futuro mientras la vida ocurre en pasillos con baldosas sueltas.
La familia sostiene el relato desde las fracturas: reparte la culpa y el pan, administra el tiempo en cuotas. El libro muestra que el cansancio es la trama común, no el mérito. Nada se salva porque sí, ni el recuerdo. La herencia pesa justo donde no llega la ayuda, ni la beca, ni el discurso optimista de la autoridad local. El testimonio se arma con lo concreto: zurcidos, el sol de la tarde, la abuela y sus lágrimas con aroma a ajo y merkén.
Y aun así, en este administrativo que insiste en archivar nuestros nombres y organizarnos la esperanza. Hay diplomas de participación, ferias de integración, proyectos de título. No va, la abuela no va.
Sabemos que la olla sigue esperando en la cocina y las manos de la abuela, con los dedos deformados, lo saben: la herencia viene en forma de receta para el almuerzo, secreto familiar para rendir la carne, y la sonrisa.
El libro no busca moral ni épica; apunta y anota. Registra ese cansancio con claridad: documenta la escena de la madre ahorrando con tachuelas, los nietos, el pan partido que se reparte. El testimonio se arma de austera resistencia: lo cotidiano, silvestre, concreto.
Por eso, en cada fragmento, el libro sostiene esa memoria colectiva que nunca será viral ni tendrá hashtag. Herencia que se guarda en el cuerpo, en la costumbre de callar, en la mirada filosa con la que se atraviesan los días. Relato sin atajos: el cansancio es la herencia, y el testimonio —fiel a la rutina y a la historia— queda para quien quiera verlo sin prestidigitación ni adorno.
En Los morenos, Jordi Lloret no escribe una historia más, no una sobre Chile. La escribe desde Chile y todas sus fisuras. Desde la infancia, el cansancio, las plazas, los formularios mal traducidos, el baile de La Tirana sobre el olor del salitre, y los silencios que nadie archiva.
Si este libro logra quedarse, no será por adornar la identidad, sino por revelarla. Porque la historia de un país no siempre nace en sus libros oficiales. A veces, se cocina a fuego lento, con lo que sobró de la semana pasada. No hay historia real, si no se escribe desde la cocina.
Los Morenos, Jordi Lloret, Editorial Narrativa Punto Aparte
Los Morenos
Jordi Lloret
Editorial: Narrativa Punto Aparte
Género: Cuento, narrativa chilena contemporánea
ISBN: 978-956-9091-51-3
Formato: 13 x 21 cm., 152 págs.
Fecha de publicación: 2025
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