“Una de las víctimas del centralismo -y Chile es un caso de estudio- es el ahogamiento de las identidades locales, de la diversidad que le da valor e interés a los territorios”, afirma el historiador Armando Cartes Montory, conversando sobre el libro “Región y Nación, la construcción provincial de Chile , s XIX”, de Editorial Universitaria.

El libro es el resultado de la invitación que hizo Armando Cartes Montory a un grupo de destacados historiadores que miran el país desde las regiones, como Mateo Martinic, Eduardo Cavieres, Jorge Pinto, Sergio González, Hernán Delgado, de Osorno; Carlos Zúñiga, de Talca y Alex Ovalle, de la Serena, entre otros.

¿Cuáles son los principales momentos y motivos que generan el gran centralismo existente en Chile?

Más que momentos, son largos procesos, y no todos de índole política. La guerra de Arauco en el sur, que arreció en el primer siglo de la ocupación hispana, hasta mediados del siglo XVII, provocó la destrucción y el abandono de las primeras ciudades.

La Independencia, que se consolida en Santiago en 1818, con la batalla de Maipú, pero que continúa larga y cruel en el sur, por una década más, también causó desplazamientos hacia la capital, muchos de ellos irreversibles.

Los terremotos y maremotos han generado también procesos migratorios, llevando familias hacia la región central. Durante los dos siglos republicanos, los terremotos, han hecho lo suyo, pero más ha contribuido el Estado con sus políticas.

El llamado “crecimiento hacia adentro”, política propiciada en Chile desde los años ’30 y por muchos países, estimuló el traslado de empresas y empresarios hacia Santiago, donde el Gobierno concentraba el poder de subsidiar y proteger a las empresas, asegurándoles la prosperidad o la supervivencia. Esto llevó a un círculo vicioso de migración interna, que al acumular población hizo a la capital más atractiva como mercado de consumo y lugar de empleo. Y la concentración demográfica no solo fue cuantitativa; también se centralizó el poder económico y social.

A todo lo dicho se añade la dimensión más obvia o visible del centralismo, la del poder político, que se manifiesta en gobiernos regionales sin atribuciones y municipios sin presupuesto; en políticas nacionales que no se adaptan a las realidades locales; al manejo centralizado, en fin, de los recursos y poderes públicos, en perjuicio de un país más equilibrado y sin verdadera igualdad de oportunidades a nivel territorial.

En muchas regiones y grandes ciudades regionales se dan los caudillos y “caciques” locales. ¿Por qué surge el fenómeno y qué lo fomenta?

Es inevitable en política, dado su carácter de actividad humana, que se expresen las pasiones y las preferencias; individuos carismáticos o con alguna forma de poder local, como redes económicas o familiares, incluso asociados a clubes deportivos, suelen dar lugar a caciques con “clientela”. No es lo deseable. Es mejor contar con política más orgánica, estructurada en partidos estables, no dogmáticos, pero con un ideario claro.

El centralismo chileno ha impedido la creación de una política regional de calidad; no hay partidos políticos regionales que sean significativos y los líderes se mueven en línea con la política nacional. Su poder depende de la cercanía con los grandes líderes nacionales, de partido o de gobierno y no hay espacios para una política local con identidad y peso propio.

Eso debería comenzar a cambiar con la tan postergada elección de gobernadores regionales, en la medida que logren reunir atribuciones y recursos considerables, que aseguren su autonomía y liderazgo.

¿Cómo y por qué se reproduce el centralismo a nivel nacional en el ámbito regional?

En una política basada en el voto individual, las concentraciones de población equivalen a peso político. Así ocurre con las Grandes Áreas Urbanas de Chile, el Gran Valparaíso y el Gran Concepción y, desde luego, con Santiago, la única Metrópolis como tal. Pero también, debido a la urbanización creciente, hay varias capitales que superan los 200 mil habitantes, concentrando poder, en desmedro de la áreas rurales.

Un efecto que se observa es el deseo creciente de provincias postergadas de transformarse en regiones. Lo lograron Valdivia y Ñuble, sin que sean evidentes hasta ahora los beneficios. La solución es un mejor Estado y más poder local. Una gestión pública separada de la política contingente, en efecto, que asegure a los ciudadanos ciertos niveles mínimos de servicio, es la mejor defensa contra el centralismo.

¿Qué relaciones hay entre centralismo –con la imposición de una noción de país y una cultura- y las etnias y culturas locales?

Una de las víctimas del centralismo -y Chile es un caso de estudio- es el ahogamiento de las identidades locales, de la diversidad que le da valor e interés a los territorios.

Nuestra idea de nación se construyó desde la cultura colchagüina, de cueca y club de huasos, que se ha extendido por el territorio, como si fuera la esencia de la chilenidad; de hecho, hay clubes de cueca en Arica y Punta Arenas. No me parece negativo, al contrario, pero siempre que no sea en desmedro de otras expresiones locales, de gran riqueza, que deben preservarse.

Pensemos en los bailes chinos, la cosmovisión mapuche o la cultura chilota, por ejemplo; sin ellos, Chile se empobrece. Es que a partir de un momento de nuestra historia, a mediados del siglo XIX, ser provinciano se volvió peyorativo. Lo registran los escritos de Jotabeche (“El provinciano renegado”), el teatro de Barros Grez (“Como en Santiago”) o las desventuras de “Martin Rivas”, el muchacho de provincias que retrata Blest Gana y que constituye un gran cuadro de época. Eso debe cambiar y es tarea de todos.

(Ver trapananda de Ignacio Aliaga)

Hay varias importantes universidades fuera de Santiago, como, por ejemplo, la Universidad de Concepción. ¿Por qué, a pesar de ellas, no hay miradas de la Historia de Chile desde las regiones?

Creo que en eso hay culpas compartidas de la historia regional y de la historia nacional. De la primera por haberse autoimpuesto la tarea de hacer la historia de los territorios y no pensar el país entero, desde los márgenes. Conspira a ello la carencia de fuentes y bibliografía, confinada por mandato legal, incluida la documentación generada en la región, a los repositorios santiaguinos. Es una política a lo mejor justificada a inicios de la república, pero que ya no se sostiene; por suerte, harto ayuda a superarla la digitalización de documentos y libros, que hacen posible la historia de Chile contada desde las regiones.

La historia nacional ha fallado, también, en reconocer la diversidad de procesos y matices que las regiones presentan, extrapolando la historia del centro como un relato único, del cual el resto de Chile ha sido espectador y no protagonista.

Por fortuna, eso está cambiando; ya hay muchos historiadores que piensan Chile desde los bordes. Es la perspectiva con que trabajo la historia hace ya muchos años. El libro Región y Nación representa la consolidación de esa perspectiva a escala nacional, para lo cual convoqué a estupendos historiadores, especialistas en cada región. Estoy muy reconocido de que todos hayan aceptado la invitación y sean parte de este importante libro.

Editorial Universitaria (c)
Editorial Universitaria (c)

¿Cuáles serían cinco medidas o temas claves para fortalecer las regiones?

Aunque también soy abogado y trabajo en temas de descentralización para la futura constituyente o la reforma constitucional, me aproximo a la realidad fundamentalmente desde la historia. Con todo, algunas ideas puedo proponer.

En la estructura política de Chile, un Estado Regional, donde las competencias y recursos se radiquen más cerca de las personas y sus territorios; para la gobernanza subnacional, gobiernos regionales con capacidad de conducir su desarrollo, en diálogo con otras regiones y el nivel central y que promuevan la inserción internacional de su región, sin pasar por la capital, en un mundo crecientemente globalizado.

En lo económico, creo en avanzar en una ley de rentas regionales, asegurando un equilibrio adecuado entre regiones y con el Estado central, que retendrá siempre importantes responsabilidades.

En la cultura, hay que fortalecer la identidad regional, con investigación y difusión de lo propio de cada territorio; lo anterior no solo en aras de la cultura sino también del desarrollo endógeno, pues se ha comprobado que una identidad fuerte contribuye a promoverlo.

En definitiva, creo que un mejor balance de poder y de oportunidades, que reconozca el aporte de cada territorio a la construcción nacional, en el pasado -como lo hace mi libro- pero también a un proyecto común de futuro, nos hará a todos mejores chilenos.