Los adultos mayores abandonados no son una estadística. La soledad que hoy los afecta es una curva creciente que, si no actuamos ahora, seguirá profundizándose.

Según el último Censo 2024, las personas de 65 años o más ya representan el 14% del total del país, más del doble de lo que eran en 1992, cuando apenas alcanzaban el 6,6%. Aún más elocuente es el Índice de Envejecimiento: hoy, por cada 100 personas de 14 años o menos, existen 79 personas de 65 años o más.

Estas cifras no son neutras ni anecdóticas; describen un país con desafíos sociales urgentes que no admiten indiferencia. El problema no es solo demográfico: es humano, moral y profundamente político. La soledad afecta a la mitad de las personas mayores en Chile, un 49% según el último reporte del Observatorio del Envejecimiento UC-Confuturo.

El mes pasado, Paula Ossandón alertaba en La Segunda que menos del 3% de las personas mayores vive en hogares o asilos, mientras la inmensa mayoría permanece en sus casas, muchas veces solas, con redes de apoyo débiles o derechamente inexistentes. Los datos más crudos lo confirman. Según cifras del Ministerio de Salud, la tasa de suicidio en adultos mayores en Chile es hasta cinco veces superior al promedio nacional.

El contexto que describo interpela a la sociedad en su conjunto, pero especialmente al Estado. Como sociedad, no podemos seguir actuando como si el envejecimiento fuera solo un problema individual, y como Estado, se requiere con premura una modernización institucional.

El enfoque de envejecimiento activo es valioso, pero claramente insuficiente. Hoy necesitamos, además, políticas y programas robustos que enfrenten de manera directa la soledad y el abandono.

En esa línea, es justo valorar algunos esfuerzos individuales, como el proyecto de ley “Hijito Corazón”, impulsado por el diputado Juan Santana. Sin embargo, el desafío no se resolverá con una sola ley ni con un solo servicio público. Se requiere un trabajo intersectorial, serio y sostenido en el tiempo. Así, el gobierno entrante debería poner en marcha el plan “Adulto Mayor Protegido”.

Desde el Congreso también tenemos una responsabilidad ineludible. Por eso, junto a varios colegas hemos decidido constituir la bancada transversal contra la soledad, que permita avanzar legislativamente en iniciativas concretas de acompañamiento, prevención del abandono, fortalecimiento de redes comunitarias y combate al flagelo de la soledad.

Estamos en Navidad. Es precisamente en esta época del año, tan cargada de simbolismo, cuando esta reflexión se vuelve más relevante. Los adultos mayores abandonados no son una estadística.

La soledad que hoy los afecta es una curva creciente que, si no actuamos ahora, seguirá profundizándose. Revertirla debe ser una meta nacional, asumida con seriedad, humildad y sentido de urgencia. En ello nos jugamos no solo la calidad de vida de nuestros mayores, sino también el tipo de país que queremos ser.