La catástrofe ecológica de Chiloé, según cifras estadísticas internacionales, es a nivel mundial la segunda o la tercera peor matanza de vida marítima y costera jamás registrada. La más grave se produjo el año pasado en la costa de Estados Unidos sobre el Pacífico norte, desde Alaska hasta Oregón.

Allá, igual que en Chile, no se ha encontrado una prueba directa y fehaciente sobre aquello que en pocos días, entre el 15 y el 20 de enero del año pasado, mató un estimado de cientos de millones de peces, desde salmones del Pacífico hasta sardinas y mojarritas.

También como en Chile, las aves marinas y animales que comieron esos peces cuando varaban, perecieron a su vez. Según observaron los marinos y pescadores indígenas, los peces, las aves y los mamíferos muertos presentaban la curiosa similitud de que sus ojos parecían intactos incluso después de varios días de muertos.

Una de las conjeturas que se extendió en aquellos días fue la posible llegada a aquellas costas de agua contaminada por los vertidos radiactivos de las plantas nucleares de Fukushima, en Japón.

En todo caso, hubo consenso en que aquella catástrofe no tuvo una causa única. Por el contrario, igual que en Chile, fue la resultante de varias causas que coincidían. Desde la polución venenosa, hasta la corrupción política y el cambio climático.

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