Al revés de lo que podría pensarse, la marea roja que convulsiona las costas chilenas, desde la región de la Araucanía hasta el límite sur de la región de Los Lagos, abarcando varios centenares de kilómetros con su destructiva extensión, no es una marca comercial ni un eslogan para una campaña electoral.

Es un fenómeno medioambiental que daña a los pescadores artesanales, a los buzos y recolectores de orilla y a las comunidades del borde costero, significando un durísimo golpe a sus economías familiares y una aguda incertidumbre frente al futuro.

La marea roja esta encadenada al calentamiento global, cuyos efectos son devastadores en algunas zonas del planeta que cambiaran en forma decisiva sus condiciones de vida. La reciente Conferencia de las Naciones Unidas, en Diciembre pasado, nos ha convocado a tomar conciencia de la gravedad y magnitud del cambio climático como un reto que abarca a la humanidad en su conjunto.

En efecto, los avances científicos y tecnológicos permiten que la humanidad genere hoy productos y materiales imposibles siquiera de ser pensados hace un par de siglos. De ese fenómeno se habla a diario en millones de páginas y ediciones.

Pero, ese mismo despliegue obliga a la emisión de contaminantes y partículas en suspensión que siguen en la atmósfera indefinidamente, a la puesta en marcha de millones y millones de motores y otros medios que generan temperatura y al empleo de combustibles que, sumados a los anteriores, han elevado la curva de crecimiento del calor que reciben la atmósfera y los océanos, al punto de provocar en ciertas regiones amplios derretimientos de hielos y aumento del nivel de las aguas, y en otras zonas sequías y descertificación.

En suma, los humanos en el proceso social de producción liberan fuerzas que no se orientan o conducen con criterios de racionalidad y justicia, liberadas esas energías al entorno durante ya varios siglos de una intensa explotación que se realiza a diario, han creado una nueva realidad medioambiental ignorada o menospreciada muchas décadas, pero ya imposible de desconocer por sus consecuencias planetarias.

Ello obliga a una nueva mentalidad, se trata que el Estado democrático logre encauzar las formidables fuerzas productivas que en siglos los seres humanos han sido capaces de concebir y crear, las que también se han acumulado en Chile, por la estabilidad democrática que ha permitido un buen promedio como crecimiento económico en el país.

La civilización humana dejo atrás las hambrunas y epidemias que le asolaron durante la Edad Media, hoy es capaz de entregarse a sí misma una cuota de alimentación y salud, comodidad y seguridad para vivir, que durante milenios no tuvo; sin embargo, ese mismo avance ha ido configurando un nuevo riesgo de alcance global, un desequilibrio ambiental que puede llevar a la humanidad a sufrir el resultado de un colapso ecológico que afecte a largo plazo sus condiciones de vida.

En Chile, se peca de imprevisión ante este nuevo desafío que enfrenta la humanidad. La rudimentaria escuela prusiana de Pinochet y el grupo golpista, así como, el dogmatismo ultra mercantilista de su entorno civil, fueron la base de una rígida ortodoxia dictatorial que se entregó al empuje sin conciencia racional de las fuerzas del mercado.

La tarea de reemplazar ese enfoque por un concepto humanista, solidario y racional ha costado demasiado y el país ha perdido un tiempo precioso. Los grandes consorcios se preparan a veinte, treinta o cuarenta años, en cambio, en el Estado lo más futurista es la preparación del Presupuesto del año próximo. Así no hay capacidad de anticipación ante dilemas de fondo, que afectan el bien común.

En Chile avanza la desertificación, mientras en el sur millones de metros cúbicos de nuestras aguas se viertenen el mar, en el norte no hay con que regar y cubrir necesidades básicas; asimismo, caen aluviones, sequías e inundaciones, que se suman a los terremotos y erupciones volcánicas.

Se viven también las consecuencias directas del impacto de industrias intensivas en la explotación de los recursos naturales, en el caso de la región de Los Lagos, la acuicultura es un ejemplo paradigmático de un proceso dual, que genera empleos y altos ingresos, junto a un impacto ambiental que esta lejos de ser debidamente evaluado por los organismos respectivos, débiles ante la fuerza de ese sector de inversión.

Hay un riesgo futuro evidente, en el Estado son precarios los esfuerzos de diseño prospectivo que debiesen pensar, diseñar y proponer las respuestas que formulen y anticipen las políticas de Estado que se requieren con urgencia si no queremos, simplemente, someternos al día a día, con rara posibilidad que salgamos como nación, bien parados de esta transformación global.

Lamentablemente, se han hecho habituales los bandazos, irse de un lado a otro, sin continuidad en las políticas de Estado, en el gobierno anterior no querían cambiar nada, puro mercado, sostenían que con eso bastaba, el mercado era el supremo hacedor; ahora hay quienes tienen una mirada refundacional, con la idea de cambiarlo todo, hay reparticiones del Estado en que no hay formulación de las políticas públicas que son apremiantes ante fenómenos, problemas y demandas que no se habían presentado hasta hoy.

La solución de la tragedia que se vive en Chiloé necesita más que el bono propuesto por las autoridades, es una luz roja ante la imprevisión y un reclamo por la ausencia de un pensamiento y de una planificación estratégica que formule políticas públicas de largo plazo. Hace una década el Plan Chiloé fue una buena iniciativa, pero quedo sin que concluyera su implementación.

Pareciera que después del impulso nacional para rehacer la democracia, el país se ha quedado sin las perspectivas necesarias y el debate cotidiano cae en el insulto, el prejuicio o lo irrelevante. Hay que superar esta apatía y falta de ideas y la desorganización ante este reto, con vistas a dirigir las energías nacionales a las respuestas que hace tiempo se reclaman y que no se debe seguir dilatando indefinidamente.

En concreto, hay que conversar, dialogar y definir, cual es la respuesta para el Chile de los próximos diez, veinte, o más años, en ese contexto epocal y con los nuevos desafíos nacionales y civilizacionales que marcan la agenda del país.

Esa es la mejor manera de que Chile se haga cargo de las angustias y aflicciones de miles de familias que en Chiloé y, otras regiones del país, sufren el impacto de las secuelas del calentamiento global o de los golpes de la naturaleza que, año a año, se hacen presente con un costo social y nacional, en verdad, incalculable.

Camilo Escalona Medina
Vicepresidente Nacional
Partido Socialista de Chile