En el marco de la discusión de la Reforma Educacional, distintos han sido los clivajes por lo que se ha ido desenvolviendo la coyuntura en torno a la confección de los distintos proyectos. Y en particular, en lo que respecta al marco de la Educación Superior, se han suscitado en su desarrollo varias concepciones que algunos han intentado imponer en el eje, que al menos parecen de escasa credibilidad o en su defecto, que presentan en su contenido un amplio campo de arbitrariedad y falta de veracidad.
Distintos rectores del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas (CRUCH), entre ellos autoridades como las de la Universidad de Chile o Universidad de Valparaíso, han sostenido que las Universidades del Estado representan algo así como el “Alma Nacional”, es decir, serían representativas de manera absoluta e indiscutida del sentir de los chilenos, una especie de bendición sobre la cual todos los ciudadanos debiesen manifestar un coherente espacio de gratitud hacia éstas.
Precisamente, uno de los argumentos para sostener los anuncios realizados de manera preliminar por el Mineduc, han sido el del financiamiento exclusivo de las instituciones tradicionales (estatales y privadas), situación que excluiría de forma automática a las instituciones no parte del selecto grupo de 25 Universidades, por el simple hecho evidente de no financiarse íntegramente con dineros estatales. Tamaña mezquindad, porque supone extrañamente, reducir y aminorar la concepción de lo público al aspecto del financiamiento, elemento que por cierto debe ser transparentado debidamente, pero que al mismo tiempo, no parece sano reducir a esa sola característica.
Pero, si analizamos los conceptos emanados por autoridades del Consejo de Rectores, vemos que el principal error de lo allí expuesto, se expresa en la evidente falsa disputa que tratan de instalar ante las instituciones privadas, la que incluso ni siquiera es capaz de ser llevada bajo la discusión de cánones que sí debiesen importar más, como por ejemplo la calidad de los proyectos educativos, el cumplimiento de los fines universitarios como la investigación, la docencia y la extensión, o por ejemplo los espacios de integración que tienen los planteles o si las distintas instituciones están asumiendo o no como corresponde un rol de liderazgo en cuanto a ser polos de desarrollo, locales, regionales o nacionales.
Ninguno de los criterios anteriormente mencionados y tantos otros que pueden quedarse en el tintero, constituyen la fundamentación para afirmar que ciertas Universidades constituyen esto tan vago y falaz a simple vista como lo del “alma nacional”.
Para muchos, y entre ellos quien escribe, el alma nacional en educación está dado por factores justamente como los anteriormente mencionados, sin importar de forma alguna la naturaleza propietaria de las Universidades, ampliando de forma diversa los criterios para valorar el aporte de las instituciones, conociendo su proyecto educativo, su misión y su visión, resguardando su autonomía y preservando la existencia de distintos modelos educativos bajo la bien entendida libertad de enseñanza, y no supeditando la primacía de unas instituciones por sobre otras, por la mera fecha de creación o por si reciben o no fondos estatales, lo que en primer lugar no es un bien en sí mismo, ni tampoco garantiza en ningún modo la calidad y la buena educación que se entrega.
En lo personal, como estudiante de universidad de región, me alegra estar en una casa de estudios que es pública y que seguramente es parte del alma de nuestro país, por lo que entrega a la comunidad en su conjunto, por los múltiples aportes a la sociedad, por su crecimiento notable desde los años 90, por las exigencias que se imploran a cada uno de sus miembros, por otorgarle la oportunidad a más de la mitad de sus estudiantes de convertirse en la primera generación de sus familias en llegar a la Universidad, y por estar pensando el país desde la búsqueda constante del conocimiento y del replanteamiento de nuevas hipótesis y formas de comprender los procesos sociales.
Ese es justamente lo que arma el engranaje de una institución que puede direccionarse hacia la construcción del alma de la educación, y no precisamente ciertas entelequias que buscan generar una falsa jerarquía de un plantel por sobre otro. Y es que aunque a múltiples actores de la discusión educacional les cueste abandonar ciertas injustas banderas sesenteras de antaño, el crecimiento y las múltiples oportunidades para estudiar de hoy en día, surgen de la necesaria conjunción entre el estado y los particulares, entre esta estructura permanente enraizada en cada cultura y las personas.
Sí, porque al contrario de las vestimentas que algunos intentan crear sobre el rol de los particulares, éstos últimos no son más que personas que pudiendo asociarse legítimamente, crean proyectos educativos, los que hay analizar en su debido contexto. Habrá algunos que definitivamente se abocarán al mero objetivo económico y que tendremos, por tanto, sacar del sistema, pero también habrá muchos otros -que de hecho los hay- que aportarán al sistema educativo de forma valiosa y con toda la legitimidad posible.
Los desafíos latentes de mayor justicia y equidad en la sociedad chilena, exigen y merecen una respuesta acorde a sus expectativas, que no se fundamente nunca más en lecturas arbitrarias y antojadizas de la realidad, sino en lecturas en donde los esfuerzos mancomunados, vengan de donde vengan, pasen a ser los protagonistas del Chile más libre y justo al que aspiramos. Y es que como ya lo manifestara nuestra Gabriela Mistral en el año 1928 “me parece a mí calamidad el Estado Docente, especie de ‘trust’ para la manufactura unánime de las conciencias”, y acto seguido, la primer Premio Nobel de Literatura de nacionalidad chilena, esgrimió “…también pesó sobre mí el Estado docente, centurión que fabrica programas y que apenas deja sitio para poner sabor al alma”.
Necesitamos más instituciones que colmen el alma de la educación, pero la verdadera, esa que dice relación con la diversidad y la calidad de los proyectos educativos, y no con las consignas al servicio de la ideología de turno.
Ervin Castillo A.
Presidente Federación de Estudiantes Universidad de Talca