Aunque la mayoría de nosotros sabe que los muertos vivientes -también conocidos como “zombis”- no existen más que en series como The Walking Dead o en películas de ficción, existe una extraña enfermedad mental que hace que las personas crean ser como una de estas criaturas.
Se trata del Síndrome de Cotard -también conocido como delirio de negación- el cual consiste en que un individuo tiene la convicción de que ya no existe o volvió de la muerte y que su cuerpo se encuentra en estado de putrefacción.
Esta psicopatología relacionada con la hipocondría, fue descubierta por el neurólogo francés Jules Cotard (1840-1889), quien en medio de una conferencia en París en 1880 describió el caso de una paciente.
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“Mademoiselle X afirma que no tiene cerebro, ni nervios, ni pecho, ni estómago, ni intestinos; que sólo posee la piel y los huesos de un cuerpo en descomposición. No tiene alma, para ella Dios no existe y el Diablo tampoco. Dice que no tiene necesidad de comer para vivir y que no puede morir naturalmente. Sólo dejará de existir eternamente si es quemada. El fuego será su única salvación”, señaló Cotard en la oportunidad, según recoge un documento publicado en la revista académica Mind & Brain, The Journal of Psychiatry.
De acuerdo al portal oficial del canal científico Discovery Channel, una persona con Síndrome de Cotard “cree que sus órganos vitales internos se han paralizado, que sus intestinos no funcionan, que su corazón no late, que no tienen nervios, ni sangre, ni cerebro. Imagina a sus órganos en estado de putrefacción y se ve, se huele y se siente como si esto fuera cierto. Se presentan alucinaciones visuales, como verse frente a un espejo con forma de cadáver; alucinaciones olfativas, como sentir olores desagradables, a carne en putrefacción, o alucinaciones táctiles, al sentir que tiene gusanos deslizándose sobre su piel”.
Asimismo, se explica que en etapas más avanzadas de la enfermedad, el afectado puede llegar a estar completamente convencido de que está muerto y que quienes le rodean también lo están. Al mismo tiempo, la persona cree que se ha convertido en un “alma en pena” que nunca descansará en paz y de cierto modo, se ha vuelto “inmortal”.
Este tipo de delirio -propio de personas con depresiones severas, psicóticas o delirantes y en pacientes con enfermedades como demencia, esquizofrenia y psicosis- fue descrito en la década de los ’90 por los psicólogos Andrew Young y Kate Leafhead, quienes presentaron el caso de un hombre que tras un accidente en moto que le ocasionó daño cerebral, manifestó indicios.
“Los síntomas se dieron en el contexto de sensaciones más generales de irrealidad y de estar muerto. En enero de 1990, después de recibir el alta en el hospital de Edimburgo, su madre lo llevó a Sudáfrica. Estaba convencido de que había sido llevado al infierno (lo que se confirmaba por el calor), y que había muerto de septicemia (que había sido un riesgo al principio de su recuperación), o quizá de sida (había leído una historia en The Scotsman acerca de alguien aquejado de sida que había muerto de septicemia), o de una sobredosis de una inyección contra la fiebre amarilla. Pensaba que se habían ‘apropiado del espíritu de mi madre para mostrarme el infierno’, y que seguía dormido en Escocia”, escriben los profesionales en la publicación científica “Method In Madness: Case Studies In Cognitive Neuropsychiatry”.
Cabe destacar que -según Discovery Channel- luego de un análisis retrospectivo de 100 casos, en 1995 se clasificó la enfermedad en 3 tipos: El primero que se manifestaba como una depresión psicótica, caracterizada por ansiedad, delirios melancólicos de culpa y alucinaciones auditivas; El segundo catalogado síndrome de Cotard tipo I, relacionado con delirios hipocondríacos y nihilistas, pero no depresión; y el tercero, llamado síndrome de Cotard tipo II, que lleva consigo ansiedad, depresión, alucinaciones auditivas, delirios de inmortalidad, delirios nihilistas e impulsos suicidas.
En cuanto al origen de la enfermedad, se cree que se debe principalmente a problemas en la amígdala y otras zonas del cerebro relacionadas con respuestas emocionales, pero aún se requiere más investigación al respecto. Por ahora, los tratamientos consisten en antidepresivos y antipsicóticos que aunque no curan el mal, logran controlar los síntomas.