Desde hace una semana, y mientras se desarrollan las negociaciones para obtener la rendición sin combates de Sirte, uno de los últimos bastiones fieles a Muamar Gadafi, la guerra continúa en dicho frente al ritmo de breves duelos de artillería y de incursiones de comandos.

En un paisaje ocre de tierras áridas por las que pasa una larga franja de asfalto paralela a una línea de alta tensión, un punto minúsculo se perfila en el horizonte: una patrulla avanzada de reconocimiento de las tropas del CNT.

“Es nuestro equipo de reconocimientos”, explica Mustafá Bendardaf, uno de los comandantes de la ex rebelión libia, hoy en el poder, en el frente de Sirte, a unos 90 km al este de este bastión fiel a Muamar Gadafi y región de origen del ex dirigente.

“El objetivo es visualizar las líneas enemigas” para hacer seguro un próximo avance de unos dos kilómetros hasta un antiguo puesto de enlace de telefonía móvil.

Una explosión hace temblar el suelo y una leve columna de humo gris se levanta a un centenar de metros más al este. Al parecer la patrulla ha sido descubierta, pero no se mueve a pesar de los tiros de artillería del campo adverso.

Desde el cielo se escucha el zumbido incesante de los aviones de la OTAN, invisibles a simple vista.

“Han atacado durante todo el día”, explica Bendardaf, refiriéndose a sus bombardeos aéreos contra los tanques y vehículos lanzacohetes del ejército de Gadafi.

Camuflado detrás de un muro de arena, un tanque T-55 de los combatientes del CNT dispara. Imposible de ubicar el punto de impacto o el objetivo.

La guerra del desierto no es particularmente espectacular este día. Desde hace una semana, cuando comenzaron las negociaciones para obtener que Sirte se rinda de manera pacífica, se llevan a cabo a ese ritmo, en un pequeño juego del gato y el ratón, con breves intercambios de artillería y ataques de comandos.

“Hemos recibido la orden de no movernos mientras prosigan las negociaciones, es decir hasta el sábado próximo”, protesta el comandante Bendardaf, que apenas puede disimular su mal humor por tener que contener el avance de sus hombres.

En tanto “se acosa al enemigo, se le provoca”, se jacta el comandante, importador de juguetes en la vida civil.

Al terminar la tarde en las primeras líneas, los hombres que no están ocupados en escrutar las líneas enemigas en el horizonte, aprovechan de la brisa tibia que viene del Mediterráneo que no está lejos para relajarse.

Una excavadora trabaja construyendo barreras de arena para fortalecer las posiciones en las dunes cubiertas de matorrales espinosos, fuera del alcance de las armas automáticas del adversario, pero no de sus peligros cohetes Grad BM-21.

Dos combatientes en short casi adolescentes cabalgan montados en borriquillos asustados, provocando las carcajadas de sus camaradas.

El té está calentándose sobre las brasas mientras los hombres en uniformes disparatados se asean o conversan bajo las tiendas instaladas entre las camionetas equipadas con lanzacohetes o cañones anti-aéreos.

“Somos pacientes, Gadafi estará terminada dentro de poco, nuestro pueblo está liberado” alega Alí “Motorola”, un libio-estadounidense de 28 años, que volvió en marzo de su ciudad de Maittri, en Luisiana para “tomar parte en la liberación” de su país.

Un soldado se encarama al techo de su vehículo todo terreno, se vuelve hacia el sudeste, en dirección a La Meca y con las manos en las orejas comienza a llamar a la oración vespertina.