¿Quién no escribió alguna vez un poema comparando a su madre con una flor?

Bueno, y en caso de no haberlo hecho, no se puede negar que para muchos la mamá es la flor del hogar.

Tomando las características de flores nativas de Chile y Sudamérica, en la antesala de este Día de la Madre 2020, WWF Chile profundizó en este vínculo entre las reinas de la flora y la mujer más importante de la casa.

Copihue

Una mamá copihue sería popular, distinguida, delicada y muy dulce, con preferencia por el clima lluvioso.

El copihue (Lapageria rosea) es la flor nacional de Chile y está protegida por ley, por lo cual no puede cortarse.

Esta enredadera puede alcanzar una longitud de hasta 6 metros y sus flores un tamaño de 10 centímetros.

Su distribución contempla desde las regiones de Valparaíso a Los Lagos, sin embargo, es muy escasa en la V región debido a la megasequía, el cambio climático y la presión inmobiliaria.

Es en el sur de Chile donde las condiciones de humedad le ayudan a prosperar de mejor manera, logrando distinguirse por su llamativo e intenso color rojo entre las profundidades de los bosques nativos de roble y coigüe.

El copihue florece entre los meses de marzo y mayo, o sea, en este momento se encuentra en plena floración. Produce un fruto comestible, una baya de color verde que adquiere una tonalidad amarilla al madurar y que contiene en su interior una pulpa blanca de sabor dulce.

Cryztoobal, licensed under CC BY-NC 2.0
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Amancay

Si esta flor te recuerda a tu mamá es por su elegancia, luminosidad, belleza y templanza.

Reconocida por su flores amarillas y anaranjadas, el amancay (Alstroemeria aurea) es una de las reinas del verano. Su planta es de tallos simples y erguidos, los que pueden llegar a medir hasta 90 centímetros de alto.

Es una flor luminosa y atractiva para las abejas y abejorros, quienes la polinizan con fascinación. Florece entre los meses de diciembre y marzo.

El amancay se adapta a diferentes climas, encontrándose en Chile desde el Maule a Aysén. Crece a la semisombra del bosque templado y también en lugares soleados, le gustan los suelos drenados y se da bien en zonas áridas.

Dangelin5, licensed under CC BY-SA 4.0
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Flor del chagual

Si tu mamá se asemeja a la flor del chagual es porque le encanta tomar sol, tiene un gran corazón, es fuerte y resistente.

El chagual (Puya chilensis) es una planta que puede llegar a medir más de 3 metros de altura.

Crece entre Coquimbo y Biobío, principalmente en lugares áridos, adornando las laderas del valle central y la Cordillera de la Costa cuando florece en primavera. Sus flores son de color turquesa y crecen como espigas.

Sin duda, lo más llamativo del chagual es su corazón, ya que es la unión de todas sus hojas en el tallo, tomando un aspecto similar a una piña.

Antífama, licensed under CC BY 2.0
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Chilco

Si tu mamá es sabia, llamativa, alegre, dulce y fuerte es como una flor de chilco.

Arbusto nativo de Chile y Argentina, el chilco (Fuchsia magellanica) tiene flores de color rojizo fucsia y un toque morado que cuelgan como campanitas de sus ramas, produciendo en otoño un fruto abultado y pequeño de sabor dulce.

Habita entre Valparaíso y Magallanes, es muy resistente, de rápido crecimiento y desarrollo, lo que la hace una grana colonizadora debido a lo fructíferas que son sus semillas.

Sumado a lo anterior le gusta estar cerca del agua. De hecho su nombre proviene de la palabra chil ko en mapudungun, que significa “el que nace cerca del agua”.

Carlos Salgado Mella
Carlos Salgado Mella

Añañuca

Si consideras que tu mamá es como una añañuca, seguro se debe a su belleza, resistencia y lo misteriosa que puede llegar a ser.

Es una flor típica de nuestra zona norte y centro. La añañuca mide alrededor de 20 centímetros de alto y sus colores van de los rojos intensos y fucsias a los amarillos y blancos.

Florece a pleno sol, pero protegida por la niebla costera que le provee de humedad es muy resistente al frío.

Su nombre se debe a una hermosa y mágica leyenda nortina. Lee a continuación la versión que entrega el Ministerio de Educación.

Cuenta la leyenda que, hace mucho tiempo, Añañuca era una joven de carne y hueso que vivía en un pueblo nortino. Un día, un minero que andaba en busca de la mina que le traería fortuna se detuvo en el pueblo y conoció a la joven. Ambos se enamoraron y el minero decidió dejar sus planes y quedarse a vivir junto a ella.

Eran muy felices, hasta que una noche el minero tuvo un sueño que le reveló el lugar donde se encontraba la mina que por tanto tiempo buscó. Al día siguiente en la mañana tomó la decisión: partiría en busca de la mina.

La joven, muy triste, esperó y esperó, pero el minero nunca llegó. Se dice que se lo tragó el desierto. La hermosa joven, producto de la gran pena, murió y fue enterrada en un día lluvioso en pleno valle. Al día siguiente salió el sol y el valle se cubrió de flores rojas
que recibieron el nombre de la mujer: añañucas.

Dick Culbert, licensed under CC BY 2.0 0
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