Los “cafés con piernas” del centro de Santiago siguen en pie. Sus voluptuosas camareras vestidas con diminutos uniformes regalan sonrisas y contención a los hombres que los visitan cada día, un ritual que ha escapado a la presión de los movimientos feministas.

Primero fue el café Haití, que a fines de la década de 1970 vistió a sus meseras con minifalda y tacones, pero el tono subió y los cafés se multiplicaron a principios de los noventa en medio del destape posdictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) de la mano de una nueva cadena que instaló un “minuto feliz”, show erótico en horario de oficina en el que las camareras mostraban sus pechos durante 60 segundos.

Sin “minuto feliz”, una treintena de estos cafés se mantienen abiertos en el centro de Santiago, en su mayoría atendidos por camareras extranjeras pero en los que se repite una dinámica de años: en su interior no se sirve alcohol y la prostitución está prohibida.

Con un escotado y cortísimo vestido fucsia, la venezolana Estivalí Saume atiende en el café Bombay. Si bien cuando llegó hace dos años a Chile escapando de la crisis que vive su país miró de reojo esta labor, hoy la defiende y descarta que ofrezcan “un trabajo vulgar”.

“No por tener un vestido corto o lucir sexy me pueden catalogar como trabajadora sexual”, relata a la AFP esta joven de 25 años.

“Muchos fantasean un poco pero es solo vender una imagen, no se vende nada más”, aclara en medio del movimiento de clientes.

Café Haití | Facebook
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Saludos afectuosos, chistes y sonrisas son parte del menú. Sin embargo, hay varias categorías. Están las cafeterías más tradicionales, en las que pueden ingresar también mujeres y sus vitrinas son transparentes. Allí, las camareras visten minifaldas y camisas que son ajustadas pero no tan reveladoras.

Otros, ubicados principalmente en galerías interiores, tienen vidrios oscuros y sus puertas permanecen cerradas. En ellos, las meseras dejan menos espacio a la imaginación, llegando en ocasiones a atender en bikinis.

Terapia del café

Muchos son clientes de años a los que atiende la misma chica sin que la relación vaya más allá de un café, un beso en la mejilla y hasta un “presente” o regalito que premie la simpatía.

Para la colombiana Alejandra Valencia, de 23 años, los hombres acuden a estos lugares porque encuentran a “alguien que los escucha”.

“Se convierten en amigos, porque vienen casi todos los días y a veces somos casi psicólogas, escuchamos sus problemas y también es recíproco y ellos nos escuchan”, relata la empleada a la AFP.

La chilena Katherine Morales defiende la transparencia que rige la relación entre clientes y meseras. “Los límites los ponemos nosotras. La simpatía, un poquito de risa, no es solo coquetería, es como cada quien es”, dice.

Para Marcela Hurtado, académica de la Universidad Austral de Chile que por años ha investigado el tema, los cafés reproducen un modelo “de sumisión de las mujeres que en Chile ya no existe”.

“Es un modelo casi de los años 50, con una mujer servicial que siempre los está esperando”, agrega.

Las meseras son ajenas a las críticas. Para ellas, se trata de un trabajo más con un horario flexible y diurno, que les permite cuidar de su familia o estudiar y cuyo salario, en el entorno de los 2.000 dólares, es muy conveniente gracias a las propinas.

¿Indiferencia feminista?

Si el poderoso movimiento #MeToo logró poner de rodillas a hombres poderosos y dar un nuevo impulso a las reivindicaciones feministas, para la sociedad chilena la “institución” de los tradicionales cafés forma parte de la cultura del centro, poblado sobre todo de funcionarios públicos durante el día.

Tripadvisor
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Menos católicos que hace décadas y con una juventud mucho más liberada que en la mayoría de los países de la región, los chilenos de hoy son menos conservadores que hace unas décadas. La socialista Michelle Bachelet, en su última presidencia, trajo aires reformistas con la aprobación del aborto terapéutico y una ley de Unión Civil que incluye a las parejas del mismo sexo y recientemente se ha aprobado la ley de identidad de género, que permite el cambio de identidad a las personas transgénero.

Leyes que penan el acoso callejero y otros guiños a los movimientos que luchan por la erradicación del machismo también ganaron terreno, pero los “cafés con piernas” siguen vivos porque como sociedad se prefiere mirar al costado antes de cuestionar el accionar de los hombres que deciden mantener este modelo, advierte Hurtado.

“¿Es un problema de las mujeres? No lo es. Es un problema de los hombres, ellos han decidido mantener estos simulacros” de sumisión, agrega la especialista para la que las feministas tienen “luchas tan grandes, tan tremendas” que problemáticas como la de los cafés quedan atrás.

Una visión considerada exagerada por los clientes que niegan que su gusto por estos comercios “cosifique” a las mujeres.

“Es mi momento de relajo, vengo por un café y las meseras son atentas y eso no tiene nada de malo”, dice a la AFP un cliente, que prefiere reservar su identidad para evitar “problemas en casa”.