La cueca chilenera permite improvisar, pero siempre dentro de una estructura que da sentido y conecta con la gente. La política, en cambio, improvisa sin compás y sin rumbo, justo cuando se define quién bailará en el Congreso.

El 18 de agosto no es solo la antesala del mes de las empanadas y las fondas: es la fecha tope para inscribir los pactos parlamentarios que marcarán el rumbo político de los próximos cuatro años. Ese día sabremos con quién se alinea cada partido y, lo más importante, si son capaces de llegar a noviembre sin romper la coreografía. En un Congreso sin mayoría asegurada, un paso en falso puede dejar a toda una coalición fuera de juego.

Hoy el ambiente político es lento, incómodo y lleno de desconfianza. En la oposición, el Partido Republicano se mueve como si tuviera el campeonato en el bolsillo, mientras la derecha tradicional aún discute cómo llegar al escenario. En el oficialismo, Unidad por Chile se traba en distritos y cupos, con partidos que no sueltan un centímetro y un FRVS junto a los Humanistas que prefieren ir por la libre. Entre egos, celos y agendas personales, parecen más preocupados de quién se lleva la foto que de armar una estrategia que resista más de una vuelta. Para el público, esto es como esperar al conjunto estelar y recibir una prueba de sonido eterna.

La cueca, a diferencia de esta política desordenada, tiene reglas claras. Sí, hay espacio para la picardía, pero la melodía y la métrica marcan el rumbo. Esa combinación de orden y libertad es lo que permite que un campeón nacional y un vecino en la ramada compartan la pista de baile. En política, esa capacidad de improvisar con sentido y dentro de un marco se perdió: hoy los partidos actúan sin partitura, y cuando eso pasa, la gente se va a otra fiesta.

Chile Vamos sigue sin encontrar su paso firme: la derecha tradicional se queda en la conversación sobre cómo arrancar mientras su socio natural avanza sin mirar atrás hacia el extremo. Unidad por Chile tiene carta presidencial, pero no logra cuadrar su lista parlamentaria unitaria. En las regiones, suena más el rasgueo desafinado de los egos que la guitarra de la unidad. Y mientras tanto, ME-O, Harold Mayne-Nicholls y Eduardo Artés avanzan como solistas con discursos que suenan más a zapateo después de dos terremotos: puro ruido, cero melodía.

La cueca urbana, la que hicieron grandes Nano Núñez, Jorge Montiel, Pepe Fuentes, María Ester Zamora o Lucy Briceño, no discrimina: en su pista caben deportistas, carniceros, pescadores, dueñas de casa, feriantes y oficinistas. La política, si quisiera reconectar, también debería abrir la pista. Pero estamos en tiempos de efectismo y frase corta, donde prima la ocurrencia sobre el argumento. Y así, como en cueca mal bailada, se ve venir el resbalón.

Recuperar el ritmo implica dejar de girar para las cámaras y empezar a mirar al público que está en la pista. Significa que la métrica la ponga la realidad, no la coyuntura. Porque la cueca se gana con mirada, coordinación y relato, no con zapateo vacío.

Este 18 de agosto más de alguno posará como si ya hubiese ganado la competencia. Pero inscribirse no es bailar bien. La ciudadanía no puede conformarse con aplaudir al que agita más el pañuelo: hay que fijarse si la vuelta tiene sentido, si el zapateo no es puro escándalo, si se construye una melodía para todos y no solo sones de retroceso. En política, como en la cueca, el que pierde el compás pierde el baile… y aquí, los que pagan la entrada —los chilenos y chilenas— son los que más pierden.

Ernesto Fernández León
Comunicador Gráfico

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