Por Ghislaine Pinochet
Educadora diferencial y psicopedagoga

En Chile, hablar de juventudes es, muchas veces, hablar desde estereotipos, o del desinterés, de la apatía política, de la dependencia, del “no estar listos”. Pero lo que no suele decirse o no se dice lo suficiente, es que cientos de jóvenes, adolescentes e incluso niñas y niños asumen día a día roles fundamentales de cuidado en sus hogares. Lo hacen en silencio, sin reconocimiento, sin apoyo y con un peso emocional, físico y social que ninguna política pública ha querido abordar con real responsabilidad.

Las llamadas “juventudes cuidadoras” son aquellas que, siendo menores de 30 años, dedican parte importante de su tiempo al cuidado de familiares con dependencia, ya sea por discapacidad, enfermedades crónicas, problemas de salud mental o vejez. Son jóvenes que, muchas veces, abandonan o postergan sus estudios, sus proyectos, sus vidas personales, porque el sistema simplemente no contempla una red de apoyo que reemplace lo que el Estado no hace.

Como educadora y trabajadora en entornos de juventudes, he tenido la oportunidad de conocer de cerca estas realidades, que se repiten con crudeza en distintos contextos socioeconómicos, pero que golpean con especial fuerza a los sectores más vulnerables. Son jóvenes que, a falta de servicios de salud oportunos, educación inclusiva real o programas de respiro, terminan asumiendo funciones que corresponden al Estado, sin siquiera ser reconocidos como cuidadores.

Aquí no hablamos solo de una cuestión de carga, sino de una injusticia estructural. Porque cuando una adolescente cuida a su hermano con discapacidad severa mientras intenta rendir la PAES, o cuando un joven interrumpe su carrera universitaria para cuidar a su abuela postrada, lo que está ocurriendo es una reproducción silenciosa de desigualdad generacional, de género y de clase. Y lo más alarmante, ocurre sin nombre, sin estadísticas claras, sin visibilidad en las políticas públicas.

Las juventudes cuidadoras existen y es urgente reconocerlas

Desde el Instituto Nacional de la Juventud han comenzado a empujar esta conversación y visibilizar esta realidad, porque comprenden que el silencio en torno a esta temática, es también una forma de violencia. Las juventudes cuidadoras existen, y no basta con nombrarlas, es urgente reconocerlas como sujetas y sujetos de derecho, con acceso preferente a programas sociales, con acompañamiento psicoemocional, con becas, con oportunidades de estudio flexibles y con espacios de respiro y contención.

No es menor que la mayoría de estas juventudes cuidadoras sean mujeres. Porque el mandato del cuidado, aún hoy, sigue pesando con más fuerza sobre los cuerpos feminizados, y se perpetúa desde la infancia. Esta realidad no solo me interpela desde lo profesional, sino desde lo ético y lo político. El sistema escolar y universitario, tal como está, no contempla a estudiantes que también son cuidadores. Les exige rendimiento, asistencia, participación, pero no les da todas las condiciones.

El desafío es grande, pero no imposible. Chile necesita con urgencia una política intersectorial que aborde esta problemática desde la corresponsabilidad social, con enfoque de género, interseccionalidad y justicia social. Porque no se trata de hacerles la vida más fácil a estos jóvenes, se trata de garantizarles los derechos que les han sido históricamente negados.

El reconocimiento de las juventudes cuidadoras no puede seguir siendo postergado. No podemos seguir construyendo un país a costa del sacrificio silencioso de nuestras juventudes. Es hora de escucharlas, de creerles, de cuidarlas también a ellas.

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