La educación es entonces una vía para el progreso y un dique de contención de la barbarie. Ya no es tiempo para debates. Debemos actuar urgentemente.
En una reciente entrevista, el economista francés Philippe Aghion, galardonado con el Premio Nobel de Economía 2025, se refería a Chile en términos bastante halagüeños. Sin embargo, en su mirada al mundo presente era más crítico, condenando, sin reservas, todo tipo de soluciones demagógicas provenientes de movimientos de izquierda o de derecha. Sobre Chile, destacaba aciertos macroeconómicos, pero nos alertaba acerca de la necesidad de mejorar la educación, única forma de participar en un proceso de innovación que conduzca al desarrollo.
Recordemos que el destacado economista posiciona la innovación como el eje principal del crecimiento. Una innovación que debe romper esquemas —de ahí el término “destructiva” con el que la caracteriza— y asociar plenamente a los trabajadores mediante seguridad laboral, por una parte, y flexibilidad laboral, por la otra (la “flex-sécurité” danesa).
Según sus planteamientos, la innovación requiere de un capital humano con los más altos índices de educación. Y es aquí donde se refiere a la falencia de Chile actual, de la que nos alerta en su entrevista.
Existe consenso en que se debe actuar en esta materia, en la que poco se ha avanzado en los últimos años. Por el contrario, podríamos subrayar un estancamiento en varios aspectos, como lo prueban algunos índices de la OCDE.
Una educación estancada
“Gobernar es educar”, decía Valentín Letelier, máxima que fue el lema de Pedro Aguirre Cerda. Y la frase acuñada fue un legado virtuoso: Chile progresó ininterrumpidamente durante muchos años en materia educativa y fuimos considerados un ejemplo para muchos.
Pero la realidad es otra en el presente. Ese país de gente trabajadora, humilde y solidaria cambió. Se multiplicó su población y se ampliaron sus ciudades. El ingreso creció exponencialmente; también su infraestructura e instituciones se desarrollaron. El país se hizo complejo y se vistió con ropa del Primer Mundo. Hoy, las vidrieras iluminadas exponen en abundancia los bienes y servicios. Pero el Chile del 2025 es menos solidario, más individualista y, reconozcámoslo, algo pedante.
Junto con masificarse, la educación se fue también estancando en esta última década. Al constatar algunos hitos que revelan su estado, observamos que decenas de miles de alumnos abandonan anualmente las aulas; los conocimientos básicos, evaluados con estándares internacionales, no superan lo esperado. El cuerpo docente es a veces escaso, insuficientemente formado y motivado; la infraestructura es deficiente en establecimientos a menudo mal administrados; la orientación profesional aparece ideologizada y los programas son poco adaptados para educar a futuros ciudadanos.
Tal vez lo más penoso sea constatar el cambio cultural que se ha producido en sus actores, ese que relativiza el mérito académico, la recompensa del esfuerzo y el trabajo, la autoridad del maestro, las referencias éticas y morales…y que genera la pérdida progresiva de valores que antes parecían consensuados. Convengamos que se trata de problemas que van más allá de lo estrictamente educativo, pero que la afectan y dañan, sin que veamos actuar a las autoridades con prontitud y eficacia frente a este proceso decadente.
La educación en el mercado
Un error estratégico del gobierno es el haber centrado los esfuerzos financieros en la educación superior. Era una promesa hecha en las calles, de aquellas que, de no ser cumplidas, deslegitiman y condenan, pero formulada equivocadamente, ya que ha sido en desmedro de la educación preescolar y básica, la más importante, pero la que confiere menos réditos. Los pequeños no votan ni manifiestan.
Hoy, una cantidad enorme de universidades se disputa el “mercado educativo”. Más que instituciones del saber, algunas parecen cocodrilos a la espera de su presa. Proponen carreras largas —alargadas sin causa, debiéramos precisar— que cuestan caro al Estado (… a nosotros) o a las familias que se endeudan.
Mientras el país necesita médicos, ingenieros, informáticos, profesores, electrotécnicos…hoy existen 48 carreras de derecho impartidas por las universidades, 20 de ciencias políticas, 46 de psicología, 33 de periodismo. Carreras baratas de impartir, pero costosas para quienes las estudian. Buen negocio, pero engañoso. Una suerte de estafa a futuro, ya que la cantidad de licenciados en estas disciplinas excede con creces las necesidades del mercado laboral. Mañana, muchos de ellos serán profesionales de segunda categoría, reconvertidos en otros oficios o desocupados con títulos sin valor.
Con insuficientes recursos para los niveles inferiores, desarticulada con relación al mundo real en los niveles universitarios y técnico-profesionales, la educación actual no solo es un punto débil, sino que probablemente es el que más nos penaliza para desarrollarnos.
Como es sabido, la reforma educacional impulsada por Michele Bachelet no dio los resultados esperados y ha terminado por complicar aún más la educación pública, por burocratizarla y empobrecerla, sin lograr establecer una mejor gobernanza.
El desmoronamiento de los liceos emblemáticos que, más allá de lo académico, afecta la cultura y el corazón mismo de una educación basada en la meritocracia es solo un ejemplo. Un patético ejemplo, debiéramos decir. Lo declarado por un exministro de educación y amigo cercano de la expresidenta, de querer “bajar de los patines” a los alumnos de la educación particular, es revelador de una demagogia inspirada en una ideología cargada de un resentimiento perverso.
Sanarse de la ignorancia
Hace unos días, analizando los programas de gobierno de los candidatos presidenciales en materia de educación, J.J. Bruner planteaba en una columna algunos desafíos estratégicos, haciendo alusión a los problemas de gobernanza del sistema, así como a la falta de una visión de futuro en los programas.
Entre líneas comprendíamos que había poca imaginación y compromiso con la educación por parte de los candidatos; constatación que interpela, ya que evade el desafío de salir de la ignorancia.
Un buen amigo nos hizo llegar una ponencia que efectuó hace algunos años acerca de la ignorancia. La originalidad del documento, basado en un texto corto y no desprovisto de humor, es que contenía varias fórmulas matemáticas que buscaban explicar el fenómeno y sus consecuencias.
Desconocíamos esa arista de análisis, pero nos quedamos pensando en René Descartes, el célebre filósofo y matemático cuya obra magistral ha condicionado la filosofía moderna. También él utilizó las matemáticas para formular y explicar hipótesis filosóficas, a las que agregó la duda y el empirismo como parte del método para elaborar postulados que rompían con la escolástica. Un aporte inconmensurable al razonamiento lógico, victorioso frente a la ignorancia, provisto con las armas simples de las letras, las palabras y los números.
Superar esa “miseria mayor”, como la llamaba Benito Pérez Galdós, es un tema crucial, un desafío. Y no solo para la innovación y el desarrollo, como lo plantea Philippe Aghion, sino para nuestra propia convivencia. Para que sepamos hablar correctamente, escribir y leer de corrido, actuar civilizadamente. Así de simple.
La ignorancia es un peligro permanente para la sociedad; nos alertaba ya Francisco de Miranda al decirnos que “la tiranía no puede reinar sino sobre la ignorancia de los pueblos”.
La educación es entonces una vía para el progreso y un dique de contención de la barbarie. Ya no es tiempo para debates. Debemos actuar urgentemente.
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