El celo por una elusiva y siempre discutible idea de calidad de la formulación curricular nos está dejando con un rezago importante respecto de los acelerados cambios que nuestra sociedad viene experimentando en los últimos años.

Una fábula española, conocida como “Los dos conejos”, relata el escape de uno de ellos por la persecución de unos perros de caza. En la huida se encuentra con otro conejo saliendo de su madriguera, ambos se enfrascan en una discusión sobre la raza de los perros que les acechan de modo inminente; pero la discusión se dilata y no pasa mucho rato para que los galgos les atrapen a ambos.

Cambios curriculares

En retrospectiva, los cambios curriculares de los últimos veinte años han sido procesos bastante incómodos y conflictivos en más de algún punto de su camino a la aprobación. Esto ha significado que las distintas administraciones de gobierno, al impulsar cualquier proceso de actualización, renovación o reforma curricular, perciban la tarea con un alto grado de incertidumbre respecto de los tiempos que eso podría tomar y de las contingencias que se podrían enfrentar.

Veamos. Los ajustes curriculares publicados en 2009 tomaron años en su elaboración por el ministerio y luego en su evaluación por el Consejo Nacional de Educación (CNED). Tan largo proceso se encontró de bruces con la Ley General de Educación recién aprobada ese mismo año. Sobre la marcha, en 2010 la nueva administración de gobierno frenó en seco la implementación de los ajustes y se echó a andar un nuevo proceso de elaboración curricular, haciendo caso omiso de todo el proceso anterior, argumentándose que la Ley determinaba la necesidad de nuevos documentos curriculares.

El nuevo currículum se elaboró, como pocas veces, en un tiempo récord y fueron aprobadas las Bases Curriculares del ciclo Primero a Sexto Básico a fines de 2012. Sin embargo, el currículum para el ciclo de Séptimo Básico a Segundo Medio recién terminó de ser aprobado en 2015 en su totalidad, no sin dificultades respecto de unas asignaturas primero, y luego otras.

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Por último, el ciclo terminal de la enseñanza media, tercero y cuarto medio, fue abordado en su cambio de currículum en 2015 y su aprobación final ocurrió en 2019, no sin antes cruzar por el mar de los Sargazos de la áspera polémica sobre la ausencia de la asignatura de Historia del Plan Común y la casi desaparición de la asignatura de Filosofía, cuestión esta última que se detuvo tras un intenso debate público que remató en su mantención y, más aún, en su inclusión al Plan Común para todas las modalidades educativas (Humanístico-Científica, Técnico-Profesional y Artística).

Problema de diseño de institucionalidad

Esto se podría entender como un proceso natural producto de lo sensible que resulta toda acción tendiente a cambiar o ajustar el currículum escolar, y que se debe cautelar un procedimiento adecuado que garantice calidad y pertinencia. Para esto, se la ha dado al Ministerio un rol de elaborador de las nuevas definiciones curriculares y al Consejo Nacional de Educación la función de evaluarlas y aprobarlas. Esta distribución de roles, en mi opinión es la fuente de lo que considero es un problema de diseño de institucionalidad.

En la práctica, la iteración entre las dos instancias puede resultar mucho más larga de lo razonable y la experiencia indica que el CNED tiende a adquirir un rol de co-diseñador del curriculum a través de sus evaluaciones y observaciones. El ministerio, en tanto, se ve sometido a cambios de administración de gobierno cada cuatro años, lo que tiende más bien a ralentizar los procesos, producto de los cambios de autoridades y de enfoques sobre fundamentos, contenidos y arquitecturas del currículum que se encuentra en tránsito de aprobación.

En 2023, el ministerio inició un proceso de actualización curricular teniendo en cuenta que ya ha transcurrido más de una década de la puesta en práctica del currículum de primero a sexto básico, y bordeando ese tiempo, el currículum de séptimo básico a segundo medio.

Para ello, se recogieron evidencias de su implementación, lo que incluyó la experiencia de priorización curricular gatillada por la pandemia, y al mismo tiempo, se inició un proceso amplio y robusto de participación a través del Congreso Pedagógico y Curricular, que recogió insumos para proyectar los requerimientos que las comunidades educativas y la ciudadanía en general tienen sobre el sistema escolar.

Dos años y medio después, el Consejo Nacional de Educación (CNED) aún no ha aprobado ninguno de los cambios propuestos y distintos actores del sistema escolar comienzan a preguntarse como asegurar que la reflexión y las propuestas construidas colectivamente se traduzcan en cambios curriculares concretos. Al ritmo actual, es muy probable que no tengamos un nuevo currículum este año y de aprobarse el año entrante, su implementación ya no sería viable sino hasta el 2027. Es decir, quince años después de la aprobación del currículum vigente para la educación básica.

Es decir, lo que en principio suena muy bien, deslindando la responsabilidad de elaboración curricular (Ministerio de Educación) respecto de su evaluación y aprobación (CNED), en la realidad no ha traído más que dolores de cabeza para todo el mundo.

El CNED, en su muy variable composición y funcionalidad, no necesariamente tiene una especialización curricular entre sus miembros, y más bien representa sectores y actores del campo educativo en general. Y si bien se asesoran por informes técnicos, las deliberaciones del Consejo y sus resoluciones no están exentas de sesgos y baches conceptuales importantes.

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Por cierto, no creo que estos problemas deban achacarse a los consejeros en particular, sino a una institucionalidad que no está respondiendo a la necesidad de lograr en tiempo y forma una mayor sintonía con las urgencias del sistema escolar y en particular de sus actores principales: estudiantes y docentes.

El celo por una elusiva y siempre discutible idea de calidad de la formulación curricular nos está dejando con un rezago importante respecto de los acelerados cambios que nuestra sociedad viene experimentando en los últimos años.

Por nombrar algunas pocas cuestiones acuciantes: tenemos desafíos urgentes con la legitimidad de las instituciones democráticas y la democracia; debemos hacernos cargo de los explosivos pulsos migratorios que han transformado las aulas en muchas partes del país; también debemos proyectar las consecuencias de los inminentes cambios del mercado laboral con la aparición de la inteligencia artificial y tenemos que encontrar una forma de hacer frente a la creciente normalización de expresiones culturales y conductas asociadas a la violencia o el narcotráfico en la juventud.

Es decir, estamos teniendo graves problemas para conjugar sustantividad con oportunidad. Es cierto, necesitamos buenos currículos, pero también necesitamos que se implementen en una conversación fluida con las necesidades que las nuevas generaciones van teniendo, es decir, en consonancia con las transformaciones de la sociedad, la cultura y la economía.

Conviene entonces repensar el modo que nos hemos dado para renovar las prescripciones curriculares nacionales, pues, al modo actual, no estamos logrando responder ni en tiempo ni en forma a este desafío. Mientras tanto, los galgos, o los podencos, ya están aquí.