No es primera vez que el expresidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle emite una declaración “comentando” decisiones tomadas por el partido —en este caso, a través de sus órganos regulares y en un proceso democrático impecable, aprobado por un 63%—. Tiene todo el derecho, pero hay momentos y momentos en que la prudencia es una buena consejera.
Una nueva declaración del expresidente Frei
Las palabras de Frei se emiten en un escenario político neurálgico muy importante, y en que los contenidos de sus afirmaciones ciertamente pueden tener consecuencias hacia adentro y fuera del partido, acerca de lo cual el exmandatario no puede argumentar desconocimiento. Bastará observar la mayoría de los medios de hoy para constatar cómo sus dichos son difundidos profusamente, con una intención comunicacional que no hay que ser muy perspicaz para saber cuál es.
Sin embargo, independientemente de ser un modesto militante, tengo el derecho a sostener que lo afirmado por Frei Ruiz-Tagle incurre en dos fallos que no pueden soslayarse, lo que lamento profundamente por provenir de una persona de alta investidura y de alguien que —tal cual él mismo lo afirma— tiene una histórica militancia en nuestro partido. Estos fallos son: procedimental y doctrinario.
¿Por qué ahora y por qué así?
En lo procedimental, uno se pregunta: ¿por qué el exmandatario no usó los conductos regulares y participó en la Junta Nacional, de manera de intentar allí —y entonces— entregar y desarrollar sus argumentos y tesis, para así influir en los delegados asistentes? Sus dichos ex post son claramente un intento de dar un golpe de autoridad, transgreden las instancias que el partido ha establecido estatutariamente para la toma de sus decisiones y, en los hechos, incitan a una división partidaria ante una disyuntiva que enfrenta el país. Y habida consideración de una decisión no solo ampliamente mayoritaria, sino absolutamente coherente con nuestros valores y principios. Esto nos lleva al siguiente fallo de lo afirmado por Eduardo Frei R.
En lo doctrinal, hay que reiterar que, para la Democracia Cristiana, el tema clave y prioritario para su decisión en el Chile de hoy no tiene que ver con el comunismo ni con la tríada derechas, centro e izquierdas, sino con las características y carencias actuales que diferentes estudios nacionales e internacionales han sindicado que nos afectan, y de qué modo —a partir de nuestros valores— somos capaces de realizar cambios en algunos ámbitos que traigan una mejor vida, en cantidad y calidad, para la gente.
Nuestro país muestra aún dos rasgos que atraviesan y contaminan la estructura y expresión concreta de su democracia: la concentración de la riqueza y su hermana íntima, la desigualdad. Y esta, no solo económica, sino también con relación a derechos sociales inherentes a la dignidad de toda persona. A ello se agrega una dimensión sociológico-cultural, en que los sentidos y significados comunitarios se han ido perdiendo, la participación ciudadana es prácticamente inexistente, y lo social deviene en la sumatoria de los afanes y aspiraciones individuales.
¿Contradicción o coherencia doctrinaria?
Frente a esto, la justicia social, el bien común y la participación ciudadana —que, entre otros, forman parte medular de nuestra arquitectura doctrinario-ideológica y que han sido plasmados tanto en la formación de la Falange Nacional como, posteriormente, en la Declaración de Principios de nuestro partido— están en el trasfondo de nuestra decisión. Esto, porque el acordar sumarse a una coalición de centroizquierda encabezada por una candidata que ganó por un 66% una primaria ejemplar —y cuyo objetivo, así como el manifestado por todos los partidos integrantes del acuerdo, es profundizar y ampliar la democracia en Chile— no solo no es una contradicción con los principios de nuestro partido, sino que es una oportunidad para, precisamente, bregar por su concreción. Ello, con la condición manifestada por nuestro presidente Francisco Huenchumilla de acordar un programa común y un pacto parlamentario “lo mejor posible” para todos los partidos concertados.
La otra motivación que ciertamente subyace a nuestra decisión —la que el expresidente Frei Ruiz-Tagle soslaya y no hace mención en sus dichos— es que toda la información existente, ratificada persistentemente por diversas encuestas, nos dice que, de los dos candidatos de derecha, quien pasará a la segunda vuelta, es el representante de la extrema derecha, José Antonio Kast. El que sí —y a través de sus propias declaraciones— constituye un gran peligro para nuestra democracia en cuestiones tales como algunos logros sociales alcanzados, temas vinculados a derechos de las mujeres, derechos humanos, justicia social y derechos laborales, entre otros.
Entonces, si la alternativa es entre libertad y dictadura; entre democracia y totalitarismo, como diversos medios y sectores económicos y políticos han vociferado —y considerando la historia y antecedentes de los actores políticos en la escena 2025—, el peligro no radica, ni mucho menos, en Janet Jara ni en los integrantes de la coalición de centroizquierda.
Finalmente, el expresidente sostiene que el PDC surgió como una alternativa frente “a los extremismos” de derecha e izquierda. Sin embargo —y tal cual lo expresamos en un texto que distribuimos hacia el interior de nuestro partido— el mundo y el país han cambiado, y el diagnóstico actual es muy diferente al de los 60, 70, 80 y 90.
Incluso, nos parece que la referencia permanente que se hace a las categorías derecha, centro e izquierda resulta ser, en estos tiempos, un eje explicativo que tiene serias complejidades, y que se ha mimetizado con la emergencia de temas como la crisis y amenazas de la democracia, la concentración de un poder económico mundial escandaloso, la inteligencia artificial, el cambio climático, el debate de género, los nacionalismos y autoritarismos xenofóbicos, entre otros, dándose un entrecruzamiento de diferente índole entre ellos.
La que sí pareciera ser una de las distinciones que se pueden establecer en nuestro país —asumida más consciente o inconscientemente, explicitada o negada— es entre aquellos que estamos por transformar algunos aspectos y expresiones de nuestra democracia, y aquellos que se han adaptado o definitivamente suscriben las características del sistema existente y su hegemonía valórico-cultural.
Son todas estas consideraciones —y muchas más, que no corresponde traer a colación aquí por un tema del espacio del texto— lo que permite concluir, estimado camarada expresidente, que la decisión de nuestro partido ha sido acertada y coherente.
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