Sicario liberado. Pero tranquilos, tenía todas las firmas.

Hoy Chile se estremeció con una noticia digna de un thriller judicial de bajo presupuesto pero consecuencias muy reales. El documento tenía el código correcto, los sellos oficiales, la firma digital de rigor y toda la estética de la legalidad. El sistema, en teoría, funcionó a la perfección. De hecho, es probable que hoy alguien esté celebrando la eficiencia del trámite. No obstante, algo sutil falló. Una habilidad casi extinta hoy, el maldito sentido común. Nadie rompió las reglas… solo la realidad.

Un sicario liberado

Pero, ¿quién diablos es el responsable? ¿La corrupción? Porque en plena campaña política, todos —milagrosamente— parecen tener la respuesta. Las entrevistas se llenan de frases de cartón piedra, los dardos vuelan con una precisión que ojalá tuvieran para gobernar, y los comités brotan como callampas después de la lluvia… claro, después del escándalo, cuando ya no hay celda que cerrar ni vergüenza que esconder.

Se anuncian investigaciones, hojas de ruta, medidas correctivas con nombre en inglés. Todo muy interesante, todo muy necesario. Pero todo retroactivo. Puro after party institucional.

¿Quién debió frenar esta cadena de estupideces antes de que se abriera la reja? ¿Quién tenía el deber de decir “esto no cuadra”? El señor sicario no escapó. No rompió candados ni trepó muros. Salió caminando en paz, amparado por la bendición de un sistema que, con rigurosa eficiencia, se limitó a cumplir… sin pensar.

Tal vez se esté preguntando: ¿Y esto qué tiene que ver conmigo? Solo pregúntese: ¿Cuántas veces en su empresa se ha aprobado algo solo porque “el proceso lo permite”, “el sistema lo validó” o “tenía todas las firmas”? El correo se envió, el Excel se cerró, el documento pasó. Todos cumplieron su parte. Pero nadie pensó. Nadie dudó. Nadie se atrevió a hacer la pregunta clave: ¿Esto tiene sentido, o solo parece tenerlo porque viene firmado por el “jefe”?

No basta con tener una matriz de riesgo; hay que tener criterio

La historia del sicario expone el talón de Aquiles de nuestras organizaciones modernas: la fe ciega en procesos sin conciencia, sin juicio, sin responsables (reales). Y lo más grave es que muchos directorios están diseñados para exactamente eso: validar, no pensar.

Hoy nos encanta decir que nuestras instituciones están “a la altura del 2025”: que usamos inteligencia artificial, blockchain, compliance digital, firmas electrónicas y flujos automatizados. Pero tener procesos del siglo XXI no te salva de cometer errores del siglo XIX si nadie se atreve a levantar la mano y decir: esto huele raro. Y eso, justamente, es lo que los directorios deberían estar haciendo: oler lo raro. No firmar como notarios, sino gobernar como líderes.

No basta con tener una matriz de riesgo; hay que tener criterio. No sirve tener un comité de auditoría si nadie se atreve a auditar el poder. Porque el mayor riesgo ya no es cometer un error, sino no tener a nadie que lo detecte a tiempo. La negligencia te hace cómplice.

Cabe preguntarse por los sicarios diarios que validamos en una sociedad polarizada. Quizás no tiene antecedentes penales ni tatuajes intimidantes, pero puede estar disfrazado de contrato inflado, de proveedor intocable, de gasto sin sentido, de proyecto sin norte. Puede esconderse en un “sí” sin convicción, en una aprobación por cansancio, en una cultura de obediencia disfrazada de eficiencia.

¿Quién lo deja entrar? ¿Quién le abre la puerta con su firma? O bien, ¿quién lo ve pasar sin hacer preguntas? Hoy los sistemas están diseñados para fluir, no para frenar. Todo se aprueba porque “es lo que tocaba hacer”. Nadie quiere ser el aguafiestas, el que pide revisar, el que incomoda. El coraje es funado al parecer. Pero en toda organización saludable, debe haber alguien que diga: “esperen, esto no cuadra”. Y si no lo hay, ese silencio es más peligroso que cualquier sicario armado.

Porque un país que no cuestiona está condenado al subdesarrollo. Una institución que cree que “todo está en orden” porque el sistema lo dice, es simplemente un desastre esperando fecha. Y una empresa que reemplaza el pensamiento crítico por flujos automatizados con emojis de aprobación, es una bomba de tiempo envuelta en PowerPoint. Así como el sicario salió caminando por la puerta del penal sin resistencia ni alarma, hay decisiones absurdas, contratos tóxicos y errores monumentales paseándose hoy, con total normalidad, por los pasillos de tu organización.

Tienen nombre de proyecto, tienen presupuesto aprobado, tienen incluso KPI. Y lo más aterrador: tienen firmas. Así que, director, gerente y querido emprendedor de lo que sea: la próxima vez que te llegue un documento para firmar, no mires solo si cumple el proceso. Pregúntate si cumple el propósito. Porque tal vez, sin saberlo, tú también estés abriendo la puerta y entregando las llaves al próximo sicario institucional con severas consecuencias sociales.