Lo que pasó el domingo 29 de junio fue el triunfo de la estrategia y la emoción sobre la espontaneidad y el amateurismo. Fue la victoria de la única candidatura que sabía para qué estaba compitiendo. Mientras los demás improvisaban creatividades, buscaban rostros de TikTok o jugaban a la candidatura ciudadana, Jeannette Jara siguió —con fidelidad helada— un libreto centenario: el del viejo Vladimir Ilich Lenin, en su clásico de 1902 ¿Qué hacer?
En contraste, sus contendores —y en especial los estrategas de Tohá— no leyeron ni siquiera toda la literatura moderna sobre el rol de las emociones en las campañas electorales.
Contra la espontaneidad, estructura
¿Qué hacer? no es un tratado sobre el marxismo. Es un excelente manual sobre organización, oportunidad y hegemonía. La no aplicación de este llevó a la derrota de los revolucionarios rusos, y su influencia fue clave en el triunfo bolchevique de 1917.
Lo primero que plantea es que el peor enemigo del éxito en una lucha política es la espontaneidad. Y Jara lo entendió muy bien: sin estructura, disciplina y paciencia, no hay poder que valga. Mientras otros jugaban a las redes sociales y encontraban buena idea tener a la candidata tomando café boliviano en una prensa francesa, Jara iba a las calles, a las poblaciones, y se hacía grabar con una taza de Nescafé, la marca más transversal de Chile.
Y le resultó. Arrasó en el voto popular. Obtuvo el 72 % de los votos en La Pintana, mientras Tohá alcanzaba el 77 % en Vitacura. Si se revisan las mesas en las ciudades grandes, se ve el impacto que logró en el mundo de las poblaciones. No solo allí: ganó en Copiapó, donde los socialistas son una potencia electoral, y también en Ñuñoa, zona tradicional frenteamplista hasta el borde de la caricatura.
Pero también en Temuco, donde los comunistas no tienen votación destacable, y en muchas localidades pequeñas como Litueche, donde siempre gana la derecha. ¿Por qué? Más allá de la disciplina y paciencia leninista, apeló claramente a las emociones, al dolor de las personas, a la empatía, a la caridad.
Algunos analistas no entienden por qué Jeannette Jara arrasó en el voto popular. Se refugian en caricaturas: que la exministra apeló al clientelismo, que es simpática, que se parece a Bachelet y otras series de ninguneos. No ven que esa paciencia que tuvo era parte de una partitura mucho más compleja: una estrategia leninista de acumulación silenciosa, orientada al control de los puntos de poder real. Ella no quería encantar a los periodistas: quería ganarle a Carolina Tohá.
Y lo hizo.
Mientras Winter apelaba a la mística del frenteamplismo extraviado, y Tohá a la ex Concertación perdida en la historia, Jara fue a hablar con los sindicatos, con las juntas de vecinos, con los comités de vivienda. No a prometer revolución, sino a decir: “yo los conozco, yo estuve ahí”.
Fue capaz de hablarle al mundo popular sin paternalismo, y al pueblo socialista sin nostalgia. Porque entendió algo que la izquierda chilena suele olvidar: las emociones valen más que las razones en las campañas. Lo decía el estratega de Clinton —“It’s the economy, stupid”—, pero en 2025 eso ya no basta. En Chile es otra cosa: “son las emociones, estúpido”. Y Jara supo tocarlas.
Estrategia, no populismo
Esto no tiene nada que ver con populismo. Tiene que ver con conducción y saber leer el momento. Lenin escribía en ¿Qué hacer? que la tarea del revolucionario es inyectar conciencia desde fuera, no esperar a que brote mágicamente. Pues bien: Jara tomó la estructura comunista, la red municipal del socialismo y la nostalgia ochentera del progresismo, y los fundió en un solo mensaje: “no les voy a fallar, no les voy a mentir”. Eso no es romanticismo, es inteligencia estratégica.
A Jara la subestimaron. Como a Bachelet en 2005. Como a Boric en la elección pasada. Como a Lagos en la segunda vuelta del año 2000. Igual que todos ellos, supo evitar la arrogancia del que se cree superior, sino que tuvo la serenidad de quien sabe que el poder se conquista con tiempo, método y carácter.
Por eso perdió Tohá, que representaba la modernidad sin territorio. Además de su error estratégico —difícil de entender, dado su talento— de rodearse de los héroes fatigados de los 90. La lealtad de ella con esa generación fue mucho mayor que la que recibió de vuelta. Varios de ellos, al olfatear la derrota, dijeron a los medios que eran solo votantes y no parte de su equipo.
Otros, en estos días, se pasean criticando las mismas recetas que le dieron a la candidata en su momento. Su franja y su campaña digital no tenían que ver con ella, como lo hizo ver el destacado publicista Martín Vinacur. Ella no es la influencer que prepara café rico, ni la “ondera” simpática del Parque Forestal, ni la anticomunista de última hora. Su historia y trayectoria son mucho más ricas y vivas que el encuadre que le prepararon sus asesores.
Y ganó Jara
Ganó Jara, que encarnó la organización con emociones. No fue una victoria de la nostalgia por la revolución cubana ni del comunismo clásico. Fue, más bien, una victoria de la política sobre lo vacío. De la estructura sobre el caos. Del ¿Qué hacer? de Lenin, sobre el ¿Qué se dice en X? de Elon Musk.
A diferencia de su contendora, manejó a la vieja guardia del PC —afectada por un nuevo “reynosismo” (esa corriente pura e ideológica que afectó al PC a fines de la década del 40)— y la mantuvo a distancia suficiente, incluso a empujones verbales, como lo hizo con Jadue.
Algo de eso entendieron los diputados PS, que no por casualidad apelaron a la película Intensamente para hacer una pieza clara, diferenciadora, que debió ser desde siempre el relato de su campaña.
Habrá quienes dicen que su triunfo es un límite. Que votaron pocos. Que no podrá crecer hacia el centro. Vi el domingo a destacados locutores de derecha celebrar su triunfo, pues implicaba, fuera de toda duda, que no había posibilidad de que el oficialismo se repitiera. La verdad es que es mucho más temible Jara con su paciencia y su conexión popular que lo que era Tohá tratando de arar el porvenir con viejos bueyes.
Vuelvan a Lenin
Si alguien cree que esta victoria se explica por la contingencia o por el azar, debería volver a Lenin. No para hacerse comunista, sino para aprender de su obsesión por la estrategia.
Jeannette Jara no es una candidata carismática. Es una candidata sólida. No grita: persuade. No arrasa: construye. No impone: busca acuerdos. No sermonea: escucha el dolor popular. Y ese tipo de política, en una época de gritos huecos y un exceso de cuicos en el espacio público, puede resultar insólitamente atractiva.
Ahora empieza otra batalla. Pero ya no cabe duda: mientras otros jugaban en redes sociales, Jara se dedicó a hacer política con las emociones. Lenin lo habría aprobado. Y eso, para algunos, es aterrador. Para otros, simplemente inevitable.
- Carlos Correa Bau