Pocas dudas existen de la profunda crisis de gobernabilidad y la creciente desconfianza ciudadana en nuestro diseño institucional, particularmente, en el Poder Legislativo.

La fragmentación política, la desvinculación territorial, la polarización, la cantidad de parlamentarios independientes, y los del “1%”, han decantado en un Congreso disfuncional, caracterizado por la constante presencia de voces populistas y obstruccionismo legislativo.

Lejos de resolver la preocupante deslegitimidad política, el reemplazo del sistema electoral por uno proporcional el año 2015, acrecentó la falta de representatividad y afectó gravemente la gobernabilidad.

Muchos de los partidos políticos hoy funcionan además con una falta total de institucionalidad.

Hasta aquí parece haber consenso. Planteo avanzar decididamente hacia un sistema electoral “Uninominal Mayoritario”, en que se elija a un solo diputado, se reduzca el tamaño de cada distrito y la cantidad de parlamentarios a elegir, y se habiliten primarias abiertas que permitan la participación de los distintos grupos internos de los partidos.

Veamos cómo se resuelve de manera simple cada uno de los problemas incorporados en el diagnóstico compartido.

– Fragmentación. Al elegirse solo un diputado por distrito, los partidos estarán obligados a fusionarse hasta llegar a 2 o 3 máximo. Si la derecha por ejemplo no lo hace, una izquierda unida podría lograr casi la totalidad de la Cámara. La fragmentación se acabaría en cosa de días.

– Desvinculación territorial. Al existir distritos muchísimo más pequeños, los parlamentarios estarán obligados a mantener contacto personal con la gente para poder reelegirse. La desconexión de la política con la ciudadanía debería tender a mejorar.

– Polarización. Las propuestas radicales a ojos de la ciudadanía (no de los partidos, la prensa o la academia), no serán capaces de aglutinar las mayorías necesarias. El sistema tiende a la moderación.

– Exceso de Independientes. No solo la elección de independientes se hace virtualmente imposible, sino que también la renuncia a su partido, una vez electo el candidato, se hace inviable. El parlamentario necesariamente deberá ganar una primaria interna para obtener el derecho a competir, sin que existan partidos de su sector que lo puedan acoger si se independiza. Mandará la opinión de militantes y ciudadanos. El cupo para la reelección del parlamentario ya no dependerá de la cercanía con el controlador del partido como lo es hoy.

– Parlamentarios del 1%. Nadie podrá ser electo sin la más alta mayoría distrital. Así como se propone una representación estrictamente poblacional para la Cámara de Diputados, esta se tempera con una estrictamente regional para el Senado en que se elijan sólo dos (o tres) senadores por región.

El estudio comparado de sistemas políticos establece la inconveniente combinación entre presidencialismo y multipartidismo. Los partidos carecen de incentivos para cooperar. El modelo presidencial democrático más estable de la tierra es el de Estados Unidos, que combina el presidencialismo con un Congreso elegido de manera mayoritaria, similar a lo propuesto.

Entiendo que no es fácil que los partidos políticos actuales apoyen esta propuesta porque les significa perder control, identidad e historia. Pero preocupa que se aferren a ideas muy similares a la planteada por el Consejo Constitucional que lideró el partido Republicano, que fue rechazada ampliamente por la ciudadanía y que pretendía quitarle al elector su capacidad de representación para cederla a las propias directivas de los conglomerados, convirtiéndolos en verdaderas oligarquías.

La mezcla de lo anterior con la pronunciada falta de institucionalidad de los partidos políticos, podría ser una cura peor que la enfermedad.

Por eso, sorprende la insistencia del establishment político con una reforma que muchos parlamentarios parecieran ver como la forma de cerrar los procesos constitucionales fracasados.
Una reforma política que tenga a Chile y la gente en el centro es imperativa. Pero debemos abandonar toda propuesta que esconda la implementación de una “partidocracia”.

El progreso de las naciones depende en gran parte de la estabilidad política y solidez institucional. Sin embargo, dicha solidez sólo será permanente si es un fiel reflejo de los designios de la ciudadanía, los electores, y no de intereses partidistas.
La mejor solución para el diagnóstico compartido, es el cambio del actual sistema electoral por uno Uninominal Mayoritario.