Eduardo Bitrán ha declarado que la cultura empresarial no está alineada con los requerimientos que se necesitan para promover la innovación. Este énfasis en la empresa se suma a las constantes referencias a la falta de capacidad del Estado para abordar los desafíos de la innovación. Habrá que decir que tanto una afirmación como la otra son ciertas. Ni el sector empresarial chileno ni el sector público son ejemplo de innovación ni de una capacidad adaptativa significativa ante nuevos desafíos.

La construcción de una cultura de innovación se asume un rasgo fundamental de la posibilidad de desarrollo de los países en la actualidad. Y es que los proyectos con alto potencial de valor requieren entornos que promuevan y aumenten la probabilidad de éxito y desarrollo de dichas ideas. Quienes creen que una buena idea siempre conseguirá fondos o siempre triunfará, no conocen el funcionamiento de los procesos creativos ni tampoco entienden como funciona una sociedad. ¿Por qué? Porque una innovación es una apuesta a la transformación. Y este es el punto de fondo. A continuación intentaré explicar el tránsito entre apuesta y transformación.

En una apuesta un actor (individual o grupal) busca posicionarse en un lugar distinto al que ocupa, un lugar más avanzado, más ventajoso, pero ante todo diferente a la posición que ocupa hoy. Al hacerlo ocupa recursos existentes y apuesta por otros recursos que no tiene, pero que espera lograr obtener en corto plazo para sustentar la apuesta ejecutada.

En Chile hablamos de ‘sabanitas cortas’. Si visto un lado, otro se desviste. La apuesta siempre es así. No hay apuestas seguras, por supuesto. El proceso de transformación es entonces un riesgo porque el cambio voluntario es una apuesta. Esto nos habla de las dificultades enormes del cambio. Si el cambio ocurre sin mi intención, lo padezco y la adaptación es difícil. Si la transformación la busco yo mismo, la adaptación es más sencilla, pero necesariamente el movimiento fue artificial y debo ser capaz de construir recursos que lo sustenten en poco tiempo.

Un cambio cultural orientado en torno a objetivos cuidadosamente diseñados es viable, pero sigue siendo difícil. La transformación tiene fundamentalmente dos rasgos: primero, el uso de valores del pasado, pero ordenados de manera novedosa; en segundo lugar, la agregación de elementos sobre una base simbólica consolidada. El pasado es la base de la transformación, pero a la vez el pasado es negado.

La palabra revolución refería originalmente a un movimiento constante alrededor de un eje (cientos de revoluciones por minuto, por ejemplo, para referir a las rotaciones de un cigüeñal) y posteriormente ha referido a movimientos intempestivos y disruptivos que revuelven y desarman las estructuras vigentes. La palabra ‘revolución’ contiene toda la historia de lo estable y lo inestable, de la permanencia y el cambio.

La gestión de la transformación de un país no solo necesita de modelos de gestión del cambio productivo u organizacional. Requiere muchos elementos más. Hoy Chile quiere emprender una transformación, según diversas declaraciones. Pero, ¿es así? La verdad no.

Chile no ha hecho apuesta alguna. ¿Hay algún paso que haya dado? ¿Ha buscado una nueva posición? Luego de una larga decadencia no se ha avanzado en ningún paso osado. No se verifica ninguna modificación que busque un cambio estructural de modelo de desarrollo, de modelo de Estado, de capacidad productiva, educativa o cultural.

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La gestión de la transformación comienza luego de la apuesta. Se puede diseñar antes, pero comienza después. Si Chile no ha apostado, no hay transformación planificada ni deseada.

Pero Chile está cambiando, por supuesto. Está cambiando porque padece una crisis. Y la crisis es la forma de la transformación no buscada. En medio de este escenario, se debe lograr administrar la crisis para permitir que el cambio que suceda sea virtuoso, aunque su alumbramiento haya sido difícil.

Del actual escenario chileno hay tres cambios que parecen decisivos si se trata de transformaciones culturales que están sobre la mesa.

1) Chile tiene una historia de valoración institucional que hoy no está presente. Este escenario de crisis es muy delicado porque la posible incomprensión de este diagnóstico supone un alto riesgo. Las debilidades en el proceso de legitimación friccionan toda operación y tornan improbable la existencia de soluciones válidas.

2) Chile tiene una historia de financiamiento del país a partir de la minería, pero carece de una cultura nacional asociada a la minería. En síntesis, Chile es un país basado en una cultura del valle central fuertemente agrícola; pero que se financia con minerales del norte. Si se pretende potenciar el anómico norte de Chile es necesario un desarrollo cultural y urbano que hoy es muy deficitario. La minería no debe ser culturalmente ‘el sueldo de Chile’. Debe ser parte del escenario cultural.

3) Chile tiene que dar un paso a la innovación, lo que significa una mirada muy diferente sobre el riesgo. Nuestra política se ha tornado un coro de repeticiones y nuestras empresas quieren proyectos seguros. Si Chile pretende tener un rol en la innovación, el riesgo debe ser favorecido. Pero no se trata solo de instrumentos de apoyo. Se trata de una cultura que facilite el aumento del repertorio con el cual se ha de operar. Se trata de multiplicar las formas de conocimiento, de tener diagnósticos profundos, de acostumbrarse a trabajar con muchísima información y a tomar decisiones que no están avaladas. Se trata de jefaturas que no sancionan los errores, sino que se preocupan de que las acciones emprendidas se encuentren sustentadas en antecedentes. Y se trata de considerar los retrasos basados en la cobardía o la inacción como errores graves.

Hoy Chile está atrasado varios lustros en su plan de trabajo ante la mayor oportunidad de la historia económica del país. Hay responsabilidades evidentes. Los gobiernos de Chile y las elites del país no han estado a la altura.

Chile no cumple, hoy por hoy, las condiciones para ser mencionado como un país innovador. Vale la pena agregar un punto central: la existencia de notorios casos de éxito en innovación no implica, en absoluto, que exista eso que suele denominarse como un ‘ecosistema de innovación’. Es bastante evidente que los logros individuales no constituyen pruebas de la habilitación de capacidades institucionales en favor de la innovación. Este error de percepción es habitual. Cuando sabemos de algunos casos de deportistas exitosos mundialmente, asumimos normalmente que esos logros son más resultado de la capacidad y esfuerzo de los deportistas y sus familias; más que del ‘sistema’. Y en general estamos en lo correcto.

Lo cierto es que Chile no ha mejorado, en más de una década, su porcentaje de inversión en Investigación y Desarrollo (siempre en el orden del 0,35% del PIB). Y más importante que eso: Chile no muestra hoy condiciones estructurales para adaptarse a los siguientes cambios:

– La cuarta revolución industrial

– Los desafíos del cambio climático

– Las políticas de descarbonización

– Los desafíos geopolíticos de los nuevos conflictos y el nuevo orden internacional

– Los desafíos institucionales de sociedades disruptivas

– La robótica y la inteligencia artificial cambian el trabajo

– Aumento de las migraciones entre países

– Coyunturas de protestas más frecuentes

– Guerras se producen en casi un tercio de los países del mundo de manera estable por una década

Vivimos una época de grandes desafíos, algunos muy riesgosos, otros con gran potencial para avanzar hacia un desarrollo integral. La Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional (GI-TOC) señala que los desafíos sociales del mundo son: la desarticulación del crimen organizado, la reducción de la desigualdad, la reducción de los conflictos, la estabilización de la política, la capacidad de gestionar el cambio climático, el uso adecuado de la tecnología y la capacidad de regular los mercados financieros. Además estamos ante un desafío enorme que es capaz de reducir la corrupción y afrontar un problema como es la migración forzada.

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Y aquí volvemos al principio.

Chile no ha construido una transformación. La padece porque no fue capaz de hacerla a tiempo y de modo planificado. Hoy estamos en crisis, que es la palabra que describe un cambio que no se sabe dónde lleva.

Y una crisis se caracteriza por algo muy simple: tienes pocas oportunidades para salir del escenario en que te encuentras y el poco tiempo que te queda para actuar debes usarlo para actuar con total precisión.

La estrategia de innovación que Chile necesita es una urgencia nacional. Pero detrás de ella se necesita promover una cultura y un conjunto de conductas muy diferentes a las que están vigentes. El eje de lo público y lo privado, en este sentido, no tiene mayor relevancia. ¿Debemos ser optimistas? La verdad no hay muchas razones. Pero es claro que al frente hay una oportunidad muy grande, ya que Chile es el principal país del mundo en potencial de energías renovables y eso puede cambiar nuestra historia. Pero eso no depende de la inversión extranjera o de un plan de gestión. Eso depende de una transformación exitosa, dentro de cada compañía, dentro de cada sector económico, en la ciudadanía y, sobre todo, en las elites.