Cuando hable con un político respecto a su propuesta de reforma al sistema político, pregúntele para cada medida que propone: ¿Cómo queda usted y su partido con esa medida? Si la respuesta es que le afecta a otros, o que derechamente le beneficia… dígale que no sea caradura.

Impactante. Sin arrugarse, la clase política propone cambios al sistema político-electoral cuyo efecto principal es una acumulación de poder desmedida. Su propuesta puede resumirse en la creación de una partidocracia oligopólica, controlado por las actuales élites de los partidos grandes. Tendremos “Putines” apernados en todos los partidos, a pesar de que saben que la mayoría de los problemas detectados se resuelven si migramos al sistema político “Uninominal Mayoritario”.

Con cero autocrítica, el “establishment” político se ha tornado una “élite ensimismada”, incapaz de reconocer que la actual crisis responde en gran medida a su propia conducta, culpando a terceros de los problemas que ellos y sus acuerdos han producido (lo anterior, sin dejar de aceptar la responsabilidad que algunos libertarios y librepensadores también tenemos).

Hacen propuestas como si en Chile contáramos con directivas de partidos que respetan su propia institucionalidad, no se utilizara a los tribunales internos para expulsar a quienes no son parte del grupo ganador, efectuaran elecciones democráticas verificables, transparentaran la información financiera, entre un largo etcétera.

Habiendo los chilenos rechazado mayoritariamente su propuesta de cambio al sistema político el 17 de diciembre recién pasado, vuelven a la carga con las mismas ideas rechazadas.

Veamos que proponen

Primero. En nombre de la fragmentación política, plantean eliminar a los partidos que obtengan menos de un 5%. Lo que no cuentan es que, en su propuesta, ellos se repartirían los parlamentarios que hubieran sido electos por esos partidos que dejarían de existir. Es decir, se quedan con más cupos, dejando sin representación a los chilenos que apoyaron a las ideas de los parlamentarios excluidos.

Segundo. Que los parlamentarios electos que renuncien a su militancia pierdan el escaño, y crear órdenes de partido. Pregunto ¿Qué pasa cuando es la directiva del partido la que abandona sus ideas, por ejemplo, para privilegiar una candidatura presidencial específica?

Así como no es deseable que parlamentarios renuncien a su militancia, tampoco es sano que los partidos renuncien a sus principios y propuestas publicadas, especialmente si tienen el poder de dar órdenes para votaciones. Esto no es solo un problema de la actual DC que pacta con el PC, también ocurrió con el Partido Republicano. Este partido desechó casi instantáneamente su propuesta de modificación al sistema político (el “Uninominal Mayoritario”), entre muchas otras, una vez que controló el segundo proceso constitucional.

Tercero. La clase política espera aumentar el porcentaje de firmas para crear un partido, eliminar la posibilidad de partidos regionales y quitarle el reembolso por voto a los nuevos. Al igual que muchos empresarios socialistas, intentan aumentar las barreras de entradas para proteger sus intereses, haciendo imposible la entrada de nuevos “competidores”.

Cuarto. Bajan calculadamente algunos umbrales y entregan condiciones de fusión/federación para permitir el despegue/mantención de los “partidos amigos”, tal cual lo hacían los desvergonzados, vigesimocuarto, quinto y octavo transitorios de la segunda propuesta constitucional. Por supuesto, el problema es la competencia externa, no las filiales.

Me parece especialmente grave todo esto, en tanto el diagnóstico de los problemas del sistema son efectivamente bastantes transversales.

Si lo que queremos es reducir la cantidad de partidos y parlamentarios, eliminar los parlamentarios del 1%, aumentar la representatividad de la política, terminar con los “díscolos”, facilitar la posibilidad de acuerdos reduciendo la polarización, existe una solución evidente:

El sistema “Uninominal Mayoritario”

Todos los actores políticos la conocen, pero no la apoyan porque los obliga a todos, no solo a los nuevos, a adaptarse, competir y mejorar.

Primero dibujamos el país en 100 distritos pequeños, similares en población, y en cada uno elegimos a un solo diputado. Gana el que logra más votos. En el acto se acabaron los parlamentarios del 1% y se reducirían los partidos (o coaliciones) a dos o tres.

Los proyectos extremos se esfumarían ya que no podrían lograr la mayoría, siendo los parlamentarios electos personas profundamente conectadas con su distrito, mejorando fuertemente la representatividad.

Las primarias tendrían que ser obligatorias, con reglas objetivas, de manera que las corrientes de las coaliciones puedan competir sin imposiciones de una directiva de corriente distinta. Con estas reglas, ningún independiente ni “díscolo” podrá sobrevivir, por lo que ni siquiera tendría sentido para un parlamentario renunciar a su partido.

Si la representación es popular en la Cámara, el Senado tendría que enfocarse en lo territorial. Por lo anterior, proponemos la elección de las dos (o tres) primeras mayorías por región.

Un lector sagaz podrá darse cuenta de que con el sistema propuesto en esta columna, me tocaría enfrentar la elección más difícil, cara y competitiva del país: la senatorial de la Región Metropolitana de Santiago, con exiguas opciones de éxito.

Cuando hable con un político respecto a su propuesta de reforma al sistema político, pregúntele para cada medida que propone: ¿Cómo queda usted y su partido con esa medida? Si la respuesta es que le afecta a otros, o que derechamente le beneficia… dígale que no sea caradura.