Señor Director:
El reciente ascenso del ministro Nicolás Grau, de Economía a
Hacienda, merece un reconocimiento singular: no cualquiera transforma un historial de tropiezos en credenciales de liderazgo.
Su biografía pública parte con el descalabro financiero en la FECH, cuando la conmemoración del centenario dejó pérdidas millonarias. Un ensayo general de lo que sería su marca registrada: la gestión creativa.
Como ministro de Economía, Nicolás Grau innovó con la teoría de la “inflación benéfica” para las pymes, una joya del pensamiento económico que ni Keynes se habría imaginado. Mientras el país sufría el alza del costo de la vida, sus palabras al menos aportaron pedagogía.
Luego, cuando millonarias inversiones extranjeras en litio y vacunas se desvanecieron, serenamente atribuyó la responsabilidad al “mercado”, minimizando la influencia de la incertidumbre regulatoria.
Y cuando la minería aguardaba su participación en su cita anual más importante, optó con convicción por un campeonato de fútbol, demostrando que la diversificación de prioridades también puede entenderse como política pública.
Si a esto sumamos reuniones no registradas con lobbistas, errores en cifras pesqueras y declaraciones juveniles contra Carabineros, que hoy intenta
explicar como frustraciones de la juventud, tenemos el retrato completo de un
economista versátil, siempre dispuesto a innovar en la manera de equivocarse.
Por ello, su llegada a Hacienda debe celebrarse como un acto de coherencia gubernamental: si en Economía dejó huella, en Hacienda puede coronar la obra.
La historia, con su ironía habitual, dirá si estamos ante un visionario
incomprendido o ante un simple entusiasta del ensayo y error.
Raúl Cruzat Abello
Un ciudadano de a pie
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