Casi dos décadas de “estado de terror”, resumen la vida de una niña que respira con cierto alivio tras la condena a su verdugo pariente, pero no son suficiente castigo para devolverle su inocencia.

María es la protagonista de la historia que salió a la luz en el diario español El País.

A la edad en la que muchas niñas juegan con muñecas, su tío le mostró material pornográfico a ella y a su melliza en el inmueble de un amigo de este en Palma de Mallorca en España.

“Nos enseñaba revistas porno y nos hizo entrar a una habitación pequeña donde jugamos a las enfermeras, nos obligó a tocarle, una primero y otra después”.

Parece que tenía un siniestro plan para la vida de una criatura que, como familiar adulto, debía proteger. No lo hizo así. 4 años después, la violó por primera vez.

“Con 11 años me penetró por primera vez y a partir de ahí las violaciones se convirtieron en algo rutinario. A mi hermana ya no le hacía nada y eso me tranquilizaba. Ella se había negado y la echó a un lado, empezó a ignorarla. Yo estaba como paralizada”, reveló María.

Desde ese nefasto día en que consumó su crimen, no paró de violarla en incontables ocasiones. Tanto así, que no hay un número.

“Las violaciones de mi tío se convirtieron en algo rutinario”, asegura en su descargo.

Viviendo bajo el mismo techo, el sujeto se aprovechó de apadrinarla en gastos. Le otorgaba, según el testimonio publicado, los obsequios que ella le pedía. Incluso, le daba tabaco.

La llevaba de paseo los sábados. Se trataba del violador furtivo que, como el enemigo, acecha de cerca. Esta vez, se encontraba en la misma vivienda.

María, su hermana y su primo / Cedida

¿Cómo puede actuar con tanta facilidad un violador? En este caso, el sujeto vivía en el segundo piso en la casa de los padres de María. Ahí, residía con su esposa y tenía acceso a la parte de la vivienda donde estaban las niñas, cuyo padre estaba enfermo y postrado. Entonces, aprovechaba cuando la madre de ambas se iba a trabajar.

“Era capaz de bajar a ver a mi madre, como si nada hubiera pasado, después de que me violara. Todavía continúo disociando mogollón, puedo estar fatal, y la persona con la que hablo ni siquiera lo sospechará”.

Cuando se encargaba de sacar a su víctima, supuestamente de paseo, la llevaba a un bote (propiedad del victimario). En ese lugar la violaba y le daba cigarros. Por si la vejación no era suficiente, grababa todo.

El abuso venía también en dosis de manipulación: “Hizo que solo pudiera confiar en él, aunque fuera una mierda”

Pixabay / Foto referencial

El testimonio revela la vida solitaria de una niña, retraída del resto, por obvias razones. La obligó a guardar el secreto. Ahora reconoce que le tiene miedo.

“Lo que más recuerdo es la soledad. Me hablaba mal de mis padres, de mi hermana, de mi tía. Me decía que yo era una privilegiada. Me amenazaba. Asumí que tenía que vivir eso, era incapaz de parar esa situación”.

Así fue durante casi 20 años, hasta que, con la emancipación, llegó el coraje de denunciar.

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“En un momento, se hizo a un lado y nos enseñó los genitales. Cuando llegamos a casa, me cogió en la cocina y me dijo: ‘Después de la comunión, te enseñaré muchas más cosas’”
- María: la niña abusada por su tío desde los 7 a los 26 años.

15 años de cárcel vs 19 de violación

Salir de la casa, que se supone sería su hogar, la llevó a denunciar el crimen en su contra.

Cuando se emancipó, tenía 26 años, pero no fue hasta que cumplió los 37, que rompió el silencio de forma estruendosa.

Un día, se armó de valor y gritó todo ante su familia, durante una reunión ocurrida en Palma de Mallorca, España, quedando todo al descubierto, incluida, la amenaza constante, si revelaba los abusos.

“Me amenazaba con que iría a un internado si lo contaba, me decía que no me iba a creer nadie, que me echarían de la familia”.

El padre de María, ya había muerto. Ya fuera de su casa, ella inició sus estudios de psicología. Quería, con eso, alejarse de las dos Marías: la abusada por su tío, y la otra que tenía que aparentar que no pasaba nada. Transcurrieron otros 11 años para gritarlo todo.

Conoció a quien sería su pareja y se enamoró, pero antes de revelar su calvario, cuando tenía que volver a su casa, el tormento regresaba de nuevo.

“Era como si volviera a ser una niña delante de él”, relata la mujer, quien elevó la revelación a instancias judiciales.

El sujeto, que ahora tiene 79 años, identificado como Eduardo de la Cruz, fue procesado y encontrado culpable de agresión sexual con intimidación y acceso carnal.

Antes de su aprehensión, se había ido a vivir a la casa de otro familiar.

No obstante, su mujer, quien vivía con él cuando abusaba de las niñas, aún lo apoya y sigue habitando el piso de arriba de la casa, bajo el mismo techo en el que María tanto padeció.

15 años de prisión han sido otorgados al hombre, quien declaró que “la relación fue consentida desde los 16 años”. Sus abogados, están apelando a la anulación de la decisión judicial, bajo un nefasto resquicio.

“En el peor de los casos, los hechos están prescritos”, dijo su defensor, Pedro Crespín.

Su agresor octogenario yace en prisión, pero eso no devuelve la paz a su víctima, quien en momentos de escape, se infligía lesiones.

“Parte de mi autodestrucción fue a través de trastornos alimentarios. No he tenido amigos de verdad hasta ahora. No podía ser yo misma, había una parte de mí que siempre ocultaba, me costaba abrirme. Nunca voy a perdonarle que me haya robado tanto”.

“Nunca voy a estar bien”

Sanar, es un proceso cuesta arriba que tiene a esta joven de 26 años, en una espiral constante de recuerdos. La carga de miedo, rencor, culpa y otros sentimientos asociados a su experiencia, la mantienen en terapia. Es decir, en la batalla por lograr dejar atrás parte de su pasado tormentoso.

“Los abusos en la infancia pueden afectar en el área social, en la afectividad, en cómo alguien se vive a sí mismo, a su autoestima, su estado emocional, a la salud mental, puede haber posibles patologías mentales o momentos con más episodios de ansiedad, depresión”, aseguró, la psicóloga Carla Román, de la fundación Vicki Bernadet, quien trata a María.

Describe a su paciente como una mujer que retenía a esa niña paralizada e indefensa.

“Nuca voy a estar bien”, confirma María, en medio del diagnóstico, aunque matiza con el hecho de querer mantenerse en la pelea. “Pero muchas veces no puedo no pensar en lo ocurrido. Una época intenté no dormir porque soñaba con lo que pasó”, confesó.

El juicio contra su violador ha complicado el proceso de sanar porque ha tenido que contar en al menos 5 ocasiones todo lo vivido. Se trata de la llamada revictimización, aún y cuando la víctima espera ver tras las rejas a su verdugo.

Considera que el personal policial, médico y judicial se ha portado a la altura con ella. No obstante, no le permite dejar atrás todo.

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