Estrenada en la sección Una Cierta Mirada de Cannes 2018, este filme argentino coproducido con Chile es una inquietante pesadilla situada en los alrededores de Mendoza, que evoca y renueva la gran tradición argentina de lo fantástico y hace pensar en el cine de David Lynch.

De esta película se va a hablar bastante durante 2018. Es el segundo largometraje del cineasta argentino Alejandro Fadel, realizado en coproducción con Francia y Chile –a través de la productora Cinestación– y fue estrenado en dos concurridas funciones en la sección Una Cierta Mirada, que es parte de la Selección Oficial de Cannes 2018.

La historia transcurre en los extramuros cordilleranos de Mendoza, en un entorno agreste y solitario, habitado por personajes rarísimos hasta la deformidad. Allí, con mano segura y notoria destreza cinematográfica, Fadel crea un muy logrado clima de pesadilla, de laberinto, de suspensión de lo racional y de inmersión en deseos extraños, sexuales, criminales.

El protagonista de este auténtico viaje a lo desconocido es un policía fronterizo apellidado Cruz (Víctor López), hombre fornido, de voz grave y pocas palabras, quien investiga el impensado asesinato de una campesina, degollada mientras sacaba a pastar a sus cabras.

El crimen es inusual, por lo que Cruz y su superior, el Capitán (Jorge Prado) esperan los resultados de la investigación forense. Luego, en una escena que parece sacada de la más oscura ensoñación, el análisis de los restos de la difunta revelan que en su cráneo hay incrustado un enorme molar, similar al de un mamífero prehistórico. El crimen es obra de un humano fuera de sus cabales o de un monstruo indefinible?

La pregunta la responde David (Esteban Bigliardi), quien dice escuchar voces que le repiten Muere monstruo, muere y cuenta que siente una presencia espantosa pero en alguna medida fascinante, que parece un desdoblamiento.

David habla de forma literaria, con textos bien elaborados, que evocan la rica tradición argentina de lo fantástico, en un abierto contraste con el ambiente derruido de la casa que comparte con su esposa Francisca (Tania Casciani). Evidentemente, se está muy lejos de realismo en este filme, dominado por sombras, texturas a ratos repelentes e imágenes de pesadilla, y puntuado por una banda sonora de gran calidad, inquietante como todo lo que se ve en pantalla.

Fadel dirige con mano segura y por momentos virtuosa, con una llamativa capacidad para crear situaciones perturbadoras y conducir al espectador hacia un abandono total de las referencias en un camino que enfila rumbo a la noche, la muerte, el erotismo y el Mal, que no está referido a un solo personaje.

Entremedio se suceden los asesinatos de mujeres (en una alusión nada velada a la violencia de la género), los extravíos de sus cabezas, Cruz descubre un repulsivo líquido que destilan los cuerpos de las muertas y lo guarda en un frasquito, el Capitán (en una escena brillante) delira sobre los miedos de los seres humanos y describe las fobias, una a una; David recita letanías de oscuro sentido, motoristas no identificados pasan a toda velocidad al lado de los personajes, una canción de amor suena a la distancia y el paisaje mendocino, tan cercano a Chile, se vuelve improbable, irreal, lunar.

Muere monstruo, muere es un descubrimiento en grande, uno de los mejores filmes de la Selección Oficial del festival y un seguro triunfador en los festivales de cine fantástico del mundo entero. Es también la confirmación del talento de Alejandro Fadel, un nombre que habrá que tener en cuenta cada vez que se mencione a los cineastas latinoamericanos con universo autoral propio.