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Resumen generado con una herramienta de Inteligencia Artificial desarrollada por BioBioChile y revisado por el autor de este artículo.

El libro "Yo no soy esa", de Greta Montero, presenta ocho cuentos diversos que van desde la farándula metropolitana hasta los abusos en una iglesia protestante, mostrando realidades de ciudades como Coronel. A través de relatos disparejos pero con una voz femenina intensa, Montero crea un collage narrativo que refleja la inestabilidad de un paisaje fragmentado.

Tanta globalización nos hace olvidar los bordes de verdad. No los bordes “globalizados”, pasados por el “casting” de los expertos en nichos de mercado. Sino esos bordes que hay en nosotros, en nuestras ciudades. O esos bordes que hay en los barrios y en las ciudades de los bordes. Los bordes de los bordes.

Yo no soy esa

Yo no soy esa, de Greta Montero (Coronel, Región del Bío-Bío, 1986), es un pequeño libro con ocho cuentos. Cuentos tan diversos y variados, en sus temas, locaciones, formas de escritura y miradas, que, de manera natural, pienso en Coronel. O en otras tantas ciudades que, habiendo perdido -al menos en apariencia- su sentido originario, parecen a la deriva. Pueblos hechos de derrumbes, decadencia y parches. De sobrevivencias inestables, precarias. Mezcla de antiguo y pasajero bienestar, con nuevas condiciones de ciudad dormitorio, residencia de jubilados, inmigrantes perdidos, adictos y un reloj que va a otro ritmo. Suma de pérdidas y abandonos.

“Los jóvenes cristianos dejaron de saludarme en la calle. Entré a la universidad y me crucé con ellos varias veces. Miraban para otro lado, no volvieron a llamarme. Después de esa noche no volví a ir a la iglesia nunca más.” (p 50)

Greta Montero entrega cuentos que van desde la farándula metropolitana, a la tensa relación entre una madre y una hija a través de WhatsApp, una partera que llega a una vivienda mapuche perdida entre cerros o los abusos en una iglesia protestante. Son cuentos disparejos, que da la impresión que saltan sin ton ni son entre tanta diversidad. Salvo por la intensidad, por la voz femenina que se siente detrás, en la mirada, la sensibilidad.

“Él me mira como si fuera estúpida. “¿Usted lo mantiene y piensa que él se va a ir así como así? Tenemos quince llamadas más en espera, vamos a dejar un registro por violencia sicológica, ya que usted no quiere decir si él le pegó o no. Si vuelve, no lo deje entrar, nos llama de nuevo”. “Es que no me pegó”, le respondo. Me mira igual, como estúpida. “No lo deje entrar, llámenos. La van a citar del juzgado”. Se van.” (p 34-35)

Pero esa sensación de falta de unidad es engañosa. Porque hacia el final, Yo no soy esa, de Greta Montero, va armando un paisaje a modo de collage. Una construcción como si estuviera hecha de retazos, de módulos adquiridos en distintas partes, de distinta procedencia para armar un todo inacabado. O que podría armarse de otra forma, sin importar mucho. Inestable, pero en pie, como buena parte de esas ciudades.

Yo no soy esa es, en cierta medida, como mirar a Coronel y transmitir el deseo, la profunda necesidad, de volver la mirada hacia al mar, a la hora de la puesta de sol, que es cuando el resto del paisaje y sus habitantes se va ocultando en la penumbra. Y solo queda eso, el sol apagándose.

Yo no soy esa, de Greta Montero, muestra márgenes sin efectos especiales, sin glamour, ni mística. Sin sueños, ni luces de pantallas. Solo con el peso de lo que ya no será.

Portada de Yo no soy esa de Greta Montero, Editorial Aparte

Yo no soy esa

Greta Montero
Editorial Aparte

Colección Berlinés
2023