La película de Fernando Guzzoni (“Carne de perro”) aborda la historia de un joven de clase media que no ha terminado el colegio, vive solo con su padre, y no estudia ni trabaja. Y lo hace de manera directa, ruda, sin concesiones y sin dar juicios para lograr, con el gran aporte de dos protagonistas notables, la que podría ser la mejor cinta chilena del año.

La vida de Jesús (Nicolás Durán) está a la deriva, dedicado a bailar (en los alrededores del GAM, en competencias, etc) y al “carrete” duro, con mucho alcohol y drogas. En ese contexto se desarrolla una trama que toma algunos aspectos del caso Zamudio.

Carne de perro

Fernando Guzzoni presentó en “Carne de perro”, su primer largometraje, la historia de un violador de Derechos Humanos en dictadura (Alejandro Goic). Un ser marginal, marginado Y poco significativo que está a la deriva, atravesado por el temor a la justicia y a la traición, separado y solo, viviendo en un estado de precariedad económica y material angustiantes.

“Carne de perro”
abordó un tema duro desde el otro lado, y lo hizo sin juzgar pero sin contemplaciones, sin concesiones.

Jesús

En esta cinta, Fernando Guzzoni aborda un segmento de la juventud de clase media (vive en las Torres de San Borja, en el centro de Santiago) que se ve pero no se conoce: muchos con padres ausentes, sin proyectos, con situaciones económicas precarias, que experimentan sin muchos límites y con menos precauciones.

Una marginalidad “invisibilizada” que Guzzoni muestra “desde dentro”, desde ella, con jóvenes que se “revientan”, que no saben lo que quieren pero tampoco buscan saberlo. Que viven el momento bailando, bebiendo o drogándose si tienen dinero o si hay alguien que les comparta. O teniendo sexo ocasional en un parque o con un amigo en su dormitorio. Todo es posible porque nada o poco importa.

La mirada de Guzzoni, nuevamente, es cruda, directa, sin concesiones al punto de poder ofender a varios (mostrando en forma explícita una felación, una relación homosexual, una masturbación), angustiante incluso, pero sin juzgar.

En este sentido, Fernando Guzzoni traspasa al espectador la responsabilidad de elaborar, de formarse una opinión, de juzgar, de tomar partido. Pero lo hace exponiendo de forma tan abierta y transparente esa realidad que, en muchos casos, tenderá a inmovilizar, a dejarnos anonadados, superados.

Nicolás Durán (seleccionado de un casting de más de 400 jóvenes, sin formación en actuación) hace un rol notable, donde traspasa límites y se pone al servicio de un personaje complejo, atormentado, desinhibido y frágil a la vez. Logra un Jesús completamente creíble.

Junto a la muy buena actuación de Nicolás Durán, como Jesús, destaca Alejandro Goic como Héctor, el padre de Jesús, haciendo una dupla creíble, que logran generar empatía y rechazo en forma simultánea.

“Jesús hace decir: cabro culiado, pero pobre cabro”, afirma Fernando Guzzoni.

Jesús tiene algo de “Aquí no ha pasado nada” (de Alejandro Fernández Almendras, basado en “el caso Larraín”) y de “Volantín cortao” (de Diego Ayala Riquelme y Aníbal Jofré), pero no aborda ni el mundo de la clase alta (como sucede en la de Fernández Almendras, “Princesita” o “Joven y alocada” de Marialy Rivas, “Vida de familia” de Alicia Scherson, entre tantas otras) ni sectores populares (“Volantín cortao”, “Cabros de mierda” de Gonzalo Justiniano, por ejemplo). Aborda a jóvenes de la “esforzada clase media”, esa que está fuera de los subsidios y de los privilegios de la clase alta. Ese segmento que parece “normal”, pero aquí muestra un lado oscuro, una bomba de tiempo que se muestra sin prejuicios ni juicios…

Por último, el final de “Jesús” es notable, sujeto a diversas interpretaciones. Un final que, nuevamente, nos deja pensando y tratando de “terminar” la historia. De “cerrarla” o de ponerle un punto final para irnos tranquilos.

“El mejor final del cine chileno del último año”, según René Naranjo. “Jesús” será, posiblemente, el mejor largometraje de ficción chileno que se mostrará en salas en 2017.