El asesinato cruel, despiadado y masivo de más de un centenar de personas indefensas, en la ciudad de París, el viernes 13 en la noche, es un crimen de lesa humanidad. Se trata de una acción terrorista perpetrada por una organización política estrictamente jerarquizada, aunque autónoma en sus comandos operativos, armada y financiada con el objetivo de usar el terror, con vistas a la imposición de un orden social absolutista, bajo el mando de una secta religiosa, ultra dogmática, fanática e intolerante.

El terror es el instrumento del fanatismo y la intolerancia. Son crímenes que se prepararon y programaron con la fría determinación e implacable voluntad de castigar a quienes se considera infieles o herejes, y de acometer con el sacrificio de estas víctimas, la conquista de objetivos decididos por la más alta jerarquía organizacional de esa agrupación criminal.
 
En esta tragedia, el llamado Estado Islámico asume la representación de una visión intolerante y fanática del islamismo como justificación religiosa para dar la orden de matar, siendo la masacre de las víctimas el medio utilizado tras el objetivo de sembrar el terror y el caos en los países y ciudades definidos como enemigos por quienes ejecutan la barbarie en nombre de Dios.
 
Estamos ante un despiadado intento de regresión civilizacional, este fundamentalismo que pretende instaurar el “califato”, un régimen de dictadura absoluta y pretensión expansionista; de instauración de un régimen patriarcal de dominación y humillación de la mujer, de morbosas y sádicas formas y métodos de sujeción y dominio de los más fuertes y poderosos, los escogidos por sobre los débiles y sometidos.
 

Esta teocracia neonazi apunta a imponer aberrantes prácticas de dominación exigiendo por la fuerza policiaca y la coerción religiosa la total sumisión de quienes sean sus dominados; es decir, mediante la entrega irracional de la propia vida y de la dignidad al Estado Islámico, ya que Dios actuaría desde el mismo, donde lo que está detrás de esta representación ideológica es la renuncia a la libertad de hombres y mujeres que sean sus cautivos.

 
El integrismo islámico es el dominio extremadamente violento y sin límites de la peor forma de dominación social en que esclavizar y subyugar es su mayor designio. Es la expresión ideológica de una sociedad sin democracia, sometida, clasista y discriminatoria que vuelve a interponerse en el desarrollo de la humanidad que hace ya milenios inventó que ante estas tiranías opresivas, la libertad está primero.
 
Los hechos son evidentes y no existe razón alguna que permita justificar una matanza tan terrible como la que ha conmovido la ciudad de París y al mundo. Ni el nombre de Dios, ni el de una causa, ni el de un líder o de un partido político puede convocar a tales extremos de criminalidad e irracionalidad.
 
No cabe duda que se trata de un crimen de lesa humanidad, al que la comunidad internacional debe responder con la mayor convicción, energía y lucidez a fin que no se sigan utilizando soldados sin alma enceguecidos por el salvajismo para cometer los peores asesinatos. Hay que salir al paso de la barbarie para defender la libertad, como el valor supremo de la civilización humana.