Abdulá Kassim está atrapado, como centenares de africanos, en un campamento insalubre y sin seguridad ubicado en un puerto cerca de Trípoli; son sospechosos de haber combatido para el régimen de Gadafi. “Nos toman por mercenarios”, dice Abdulá.

Llegaron de la capital hace dos meses, o hace escasos días, huyendo de la guerra y de la ‘caza’ a los africanos sub-saharianos, acusados de pelear con los leales al “Guía”, ahora fugado.

Un millar de nigerianos, ganeanos, malienses, somalíes o sudaneses que trabajaban como obreros en Libia desde hace años, o habían llegado a este país para embarcarse ilegalmente hacia Europa, se hacinan en el pequeño puerto de Sidi Bilal.

Los africanos están acomodados en barcas, o bajo mantas colgadas en los cascos de los barcos.

Están desesperados. “Necesitamos ayuda para salir de aquí”, dice Abdulá, de 17 años.

Las condiciones son “espantosas”, constata Simon Burroughs de Médicos sin Fronteras (MSF) en Trípoli. Los africanos duermen en colchones sobre el suelo, comen cuando rebeldes o vecinos les traen víveres, beben agua salada sacada de un pozo, se lavan con agua de mar con restos de defecaciones y no pueden ser curados de forma correcta.

Y, sobre todo, temen por su seguridad.

“Hace dos semanas, dormía cuando llegaron cinco hombres, con el rostro cubierto, y me violaron. Nadie pudo defenderme, estaban armados”, dice una nigeriana de 25 años, aterrorizada.

Si se quedan es porque no saben por el momento adonde ir. Aquí, al menos, los rebeldes del lugar los tratan bien. “Es el lugar más seguro que haya encontrado”, explica Fred Igbinosa, un nigeriano de 32 años.

Todos tienen miedo de dejar el campamento. “Si salimos, nos pueden atrapar y no sabemos si volveríamos. Somos negros, y piensan que somos mercenarios”, explica Abdulá.

En una carretera no muy lejana, un africano se ha aventurado al exterior a buscar víveres. Un libio le grita, con maldad: “¡Lárgate, no queremos verlos más por aquí!”.

Varios africanos que se atrevieron a dejar el campamento nunca volvieron. “Es muy arriesgado. Los propios rebeldes nos han aconsejado que no salgamos”, dice Pastor Antony, un nigeriano de 32 años.

Además, la mayoría de los africanos tampoco quiere volver a sus países. “Vine a trabajar aquí, enviaba dinero a mi mujer y a mis dos hijos. No quiero regresar, no hay trabajo. ¿Cómo los voy a alimentar?” se pregunta Prince Adjel, un ganeano de 34 años.

Este martes, Amnistía Internacional denunció malos tratos en Libia, especialmente contra personas sospechosas de haber combatido en el seno de las fuerzas leales a Gadafi, en particular negros y africanos subsaharianos.

La comisaria europea de Ayuda humanitaria, Kristalina Georgieva, advirtió por su lado contra violaciones de derechos humanos en Libia, y declaró que la Unión Europea (UE) “no dará una confianza sin límites” al nuevo poder.

“Si se producen nuevos derramamientos de sangre en Libia, nos opondremos. La actitud de la UE ante los que no respetan la ley será la misma que frente a Muamar Gadafi”, añadió este jueves Georgieva.