El cuarteto liderado por el vocalista oriundo de Viña del Mar, Tom Araya, se presentó -a tablero vuelto- por cuarta vez en Chile, festejando 30 años de carrera junto a una de sus fanaticadas más incondicionales del mundo.

Cada vez que Slayer pisa suelo nacional provoca una reacción inmediata entre los amantes de la veta más extrema del rock, quienes son capaces de copar cualquier recinto donde se presente. Esta devoción hacia el grupo estadounidense, a la luz de lo vivido la noche del 2 de junio en el Movistar Arena, se explica por sí sola y tiene estricta relación con la entrega máxima de los músicos sobre el escenario.

En el marco de su gira mundial “World Painted Blood Tour 2011”, que por primera vez los llevará también a tocar en Viña del Mar este viernes 3 de junio, el cuarteto ofreció un show redondo desplegando toda la brutalidad y energía propia del estilo.

Así, al alero de las baterías aceleradas y los riffs demoledores que tanto efecto producen en los metaleros, el vínculo entre la banda y sus adeptos se reforzó una vez más.

Los 5 años que pasaron desde su última presentación en velódromo del Estadio Nacional comenzaron a quedar en el olvido minutos antes de las 22:00 horas con los primeros acordes de la canción que da el nombre a la gira y que ha sido la encargada de abrir los fuegos en los últimos conciertos.

Bastó con eso para provocar el desborde del mar, torsos y largas cabelleras que con una violencia apasionada se cohesionó inmediatamente con el espectáculo, transformándose en parte fundamental de su buen cometido (increíblemente hubo hasta extintores y bengalas).

Justo antes de la clásica “War Ensemble”, vino el saludo de Araya con un coloquial “Hola po”, para luego dar el vamos al bombardeo de guitarreos con otro chilenismo: “se va a sacar la cresta aquí”, aseguro. Fue así como “God Hate Us All”, “Dead Skin Mask” y “Mandatory suicide” causaron un verdadero estruendo en el recinto ubicado en el Parque O’Higgins. Pero fue con los clásicos “South of Heaven”, “Raining Blood” y “Angel of Death”, al finalizar, que la audiencia se desenfrenó totalmente.

Un punto que resalta desde los primeros acordes es el fiato total que existe entre los músicos. Las guitarras de Kerry King y Gary Holt (músico del grupo Exodus que reemplazó a Jeff Hanneman que por problemas de salud quedó ausente de la gira), en total simbiosis con la batería de Dave Lombardo y la gutural voz de Araya, quien sorprende por su capacidad para mantener uniforme la voz: erguida en alto por toda la hora y media de concierto.

Una sinergia brutal de virtuosismo y carisma interpretativo que se hace evidente al escuchar cada uno de los temas del set list. Esto corresponde a un mérito adquirido a través de un extenso recorrido de tres décadas que convierten a éste en uno de los mejores show de metal del mundo.

Slayer se presentó por primera vez en Chile en 1994 junto a Black Sabbath y Kiss en la Estación Mapocho, desde esa oportunidad el romance entre la agrupación y el público se hizo inmortal, y es justamente ese feedback lo que ha provocado que para los músicos este escenario sea algo muy particular.

Si a esto le sumamos el origen de Tom Araya, quien nació y vivió hasta los cinco años en Viña del Mar (en un comienzo se dijo que se le haría entrega de las llaves de las ciudad, pero al final solo recibirá un homenaje), estamos en presencia de uno de los grupos más queridos que la afición chilena siente como propia.

La nueva visita de Slayer fue asimilada como una verdadera fiesta del metal en donde inclusive afloraron sentimientos de patriotismo inusitados, que surgieron con el canto al unísono de la masa tributando a Araya: “¡Chileno, Chileno, chileno!”. “Se están pasando”, respondió con picardía el cantante y bajista.

Una vez más queda demostrado que en Chile el rock, y en particular el metal, es una parte fundamental de la cultura popular.

Sebastián Jimenez

Sebastián Jimenez

por Sebastián Jimenez

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Por Sebastián Jimenez

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