Estados Unidos concluye oficialmente el próximo martes 31 de agosto su misión de combate en Irak, siete años después de la caída de Sadam Husein, cuando el país vive un repunte de violencia que los expertos atribuyen a un clima político deletéreo.

La progresiva reducción de efectivos del ejército norteamericano en Irak, donde 4.417 soldados han perdido la vida desde 2003, ha coincidido estos últimos meses con un incremento de los atentados contra las fuerzas iraquíes, que inquietan por su nivel de preparación.

El general Babaker Zebari, jefe de Estado Mayor iraquí, consideró prematura recientemente la retirada estadounidense y exhortó a Estados Unidos a permanecer en su país hasta que el ejército esté completamente listo en 2020.

Sin embargo, Washington mantuvo su estrategia de retirada gradual, que debe conducir al final de 2011 a la retirada del último soldado norteamericano del suelo iraquí.

El nivel de los ataques no es comparable con el de los años 2006 y 2007, cuando todos los meses morían 2.000 personas en actos violentos confesionales que oponían a sunitas y chiitas o en atentados cometidos por los insurgentes. Pero la cifra está nuevamente en alza: en lo que va de año, 300 iraquíes perecen mensualmente de muerte violenta.

Este auge de la inseguridad coincide con una crisis política debida a la incapacidad de los partidos políticos, casi seis meses después de las legislativas, para formar un gobierno.

El primer ministro saliente, Nuri al Maliki, afirma que este repunte de la violencia no es más que la última convulsión de una insurrección agónica, pero muchos iraquíes consideran que el actual callejón sin salida de la joven democracia iraquí es fruto de las ambiciones personales de sus dirigentes.

El ejército norteamericano cuenta con 49.700 efectivos -menos de un tercio que en 2007- y debería mantenerse en ese nivel hasta el verano boreal de 2011, con el fin de consagrarse a la formación de las fuerzas iraquíes.

“Quedan problemas por resolver, pero circulando por el país parece claro que Irak ha cambiado mucho en los últimos tres años y las fuerzas iraquíes de seguridad están mucho más cualificadas que antes”, afirmó el lunes el jefe de las fuerzas norteamericanas en Irak, el general Ray Odierno, en un encuentro con periodistas.

También expresó su inquietud por la crisis política. “La gente está muy frustrada y esto representa un peligro potencial si los políticos no están atentos”, dijo, aunque excluyó la posibilidad de un golpe militar.

Según Odierno, “los generales se han mantenido neutrales”. “Pienso que quieren que el proceso político siga su curso (y) la población no quiere que se cree un terreno propicio para una dictadura”, comentó.

Los expertos evocan igualmente el clima político deletéreo. Brian Fishman, de la Fundación New America, de Washington, comparte la opinión del general Odierno de que “es hora de que las fuerzas estadounidenses vuelvan a casa”.

“Esta retirada dejará un espacio mayor a los grupos (insurgentes) armados pero el verdadero problema es el punto muerto político. Cuanto más se prolongue, más apoyará la gente abierta o discretamente la violencia como medio de hacer tambalear el sistema”, afirmó.

“Las fuerzas de seguridad iraquíes son bastante fuertes”, estima Fishman. “El problema son los políticos y Estados Unidos no puede solucionar los problemas en su lugar”.

Ni el primer ministro saliente, Nuri al Maliki, ni el ex jefe de Gobierno Iyad Allawi han sido capaces hasta ahora de formar una coalición con mayoría en el Parlamento.

Michael O’Hanlon, especialista de Irak en la Brookings Institution de Washington, también está convencido de que el futuro del país no depende del número de soldados en el terreno sino de la voluntad política.

“Si no surge rápidamente una coalición de gobierno, pueden reabrirse muchas cicatrices vinculadas al confesionalismo”, advierte.