A horas de haber lanzado el libro “Imputada, la historia de la negra tatuada de la UDI”, la exjefa de prensa de ese partido, Lily Zúñiga, cedió en exclusiva a Biobiochile.cl un extracto de la reveladora publicación en la que narra su experiencia trabajando como encargada de las comunicaciones del gremialismo.

Discriminación, machismo, acosos y rivalidades de poder forman parte del relato compuesto por 174 páginas, en el que Zúñiga desclasifica pasajes que dejan en jaque a las bases valóricas del partido.

Por ejemplo, de la diputada María José Hoffmann escribió lo siguiente: “Siempre ha sido una mujer muy clasista y racista. (…). Solía usar calificativos groseros, como maraca y perra, para dirigirse a las mujeres que no eran de su agrado. Para ella, todas eran maracas; confundía ese término, usándolo como sinónimo de víbora”.

También describe cómo operaban ciertas transacciones de dinero para financiar campañas y se refiere a empresas que denomina como “de papel”: “Nunca dejes huellas en transferencias bancarias, todo por mano y cara a cara”, aseguró que alguna vez le dijo Gonzalo Cornejo, exalcalde de Recoleta y marido de la diputada Claudia Nogueira.

Zúñiga perteneció a la Unión Demócrata Independiente por más de 10 años. Su trabajo y militancia culminaron en 2015 tras ser imputada por la Fiscalía en el marco de la investigación del Caso Penta, por la entrega de dos boletas ideológicamente falsas.

Lee a continuación un extracto de “Imputada, la historia de la negra tatuada de la UDI”:

“Recuerdo que una vez, después de la celebración de las Fiestas Patrias, Juan Antonio Coloma comentó que cuando había eventos populares los parlamentarios tenían que sacar a la más fea a bailar y después a la más guatona, porque así no hacían sentir mal a las otras mujeres. En tiempos de campaña, los «piquitos» estaban a la orden del día, pero siempre a la más «fea y bigotuda», porque, según las propias palabras de varios parlamentarios, esas serían las que votarían por ellos. Ni hablar de las actividades en las plazas que algunas veces incluían hasta un «bailoteo» de los candidatos.

(…) No quería ser una nueva Isabel Pla, la tonta útil que calzaba perfecto para ellos: no alegaba, no exigía y respondía con un sí a todo lo que le solicitaban. Tampoco quería ser María José Hoffmann, la mujer que todos «pelaban», pero como estaba relacionada familiarmente con los Coloma, nadie tocaba. Menos quería ser como Beatriz Lagos, militante que era criticada por su sobrepeso y piel brillante, producto de su excesivo sudor, pero que para el partido era muy útil porque movía a las poblaciones y a los concejales. Siempre fue mirada en menos, pero ella apretó los dientes y se vendió al sistema.

En uno de los tantos consejos del partido realizados en las Termas de Cauquenes, el diputado Ignacio Urrutia, que claramente había tomado más de la cuenta –algo habitual en estas reuniones políticas–, llegó a molestarme porque según sus propias palabras, era una provocación que yo asistiera con jeans a estos eventos.

Al principio lo tomé como una más de las tantas salidas de madre de estos personajes y no le di real importancia, pero iniciando el clásico «karaoke», mientras conversaba con Domingo Arteaga, el «honorable» sin ningún temor a la reacción de los asistentes y menos de la mía, estiró su mano directo a mi trasero y me pegó un literal «agarrón» que me dejó congelada. Miré a mi alrededor y todos se hicieron los tontos.

Domingo reaccionó molesto y lo enfrentó, pero Urrutia solo se concentró en responsabilizarme porque «no podía andar vestida así». En ese minuto me abalance sobre él para golpearlo, pero me detuvo Arteaga y simplemente me retiré.

El día lunes llegó a mi oficina muy bien peinado y sobrio a pedir disculpas, explicando que su comportamiento se debió a las copas de más que bebió esa noche. No acepté sus justificaciones, y dije que si esto se volvía a repetir mi reacción no sería tan controlada.

Las mujeres de mi «categoría» debíamos defendernos solas, porque para los hombres de este partido el ser funcionaria incluía «servicios adicionales» que ellos consideraban como parte «integral» del paquete.

Era tal el descaro de estos «señores», que muchas veces escuché que las oficinas de las juventudes eran «usadas» después de las 19:00 horas para encuentros con «señoritas» que tenían la esperanza de que estos «honorables», de apellidos pomposos, dejaran a sus mujeres para casarse con ellas… Algo que por supuesto jamás sucedió.

Secretarias, estudiantes en práctica, diseñadoras, entre otras, desfilaron en esos horarios ante la ávida mirada de esa infinita lista de hombres que mayoritariamente pertenecían a los grupos católicos más extremos: Opus Dei, Legionarios de Criterio y Schoenstatt. Tipos que todos los domingos asisten «impecables» a las iglesias con sus familias perfectas, dignas de publicidad de mall del sector oriente, y no de los «atajarrotos», como suelen decirles a los centros comerciales ubicados en las comunas más periféricas.

Ser mujer en la UDI no era fácil, pero se hace aún más difícil cuando no eres la hija de, la hermana de, la prima o la sobrina de algún renombrado empresario o político. Ser mujer en Chile es una gran odisea que se convierte en una guerra cuando estás en la casona de Suecia 286”.