La voz del destacado historiador social Gabriel Salazar (Premio Nacional de Historia 2006) da el contexto metateatral a la puesta en escena de La canción rota (1921), de la compañía La Dramática Nacional.

Sin apresuramiento y con afán didáctico, alude a las condiciones sociales y políticas que vivían los campesinos de la zona central de Chile en el primer cuarto del siglo pasado, coincidentes con las que el dramaturgo autodidacta, Antonio Acevedo Hernández (1886-1962), había teñido su obra de manera espontánea.

La breve intervención es la puerta de entrada al esfuerzo multidisciplinario de Nelda Muray, Carolina Rebolledo y Carolina Araya, directoras de un montaje que destaca a un autor que instala al personaje colectivo como protagonista de su relato -los campesinos-, en alusión al pueblo, la gente o los ciudadanos en ejercicio de su autonomía.

Y todo con la cordillera de los Andes como imponente paisaje de fondo que acompaña las alegrías e injusticias que vive una familia de inquilinos en la propiedad de un terrateniente.

Hasta que regresa un nieto que agita la convivencia al proponer que, a través de la educación, es posible salir de las condiciones sociales y laborales opresivas, acarreando represalias patronales.

Momentos claves

Amplio y multitudinario es el despliegue de recursos que utiliza la compañía para relatar la rica anécdota épica de este montaje que, sustentado por una veintena de actores, actrices y músicos en escena, se convierte en un espectáculo muy bien construido, dinámico y atractivo.

Sin perder de vista ni diluir el peso de lo colectivo, las creadoras logran también que destaquen en la cuerda de la comedia popular ciertos personajes con profunda inserción humana.

Es el caso de Panta (Agustín Moya), un campesino alegre y chispeante que transporta la sabiduría ancestral y natural de los personajes anónimos, fundamental a la hora de la convivencia y los conflictos.

El montaje otros momentos claves, como la extendida fiesta campesina que involucra a todo el elenco, un espacio donde convergen inquilinos y los empleados de la casa patronal, prepotentes y arribistas.

Sumiko Muray
Sumiko Muray

Sin embargo, el encuentro no funciona como un decorado que distrae: allí la obra avanza en su relato y conflictos, una confrontación agresiva en momentos que no impide disfrutar de las canciones, el baile y el vino, con la cueca en primer plano.

El gran despliegue y nivel se advierte también en la producción general del montaje, tanto en el vestuario, la iluminación y la escenografía: sugieren una época más que retratarla documentalmente.

Mención especial merece el trabajo musical y vocal, cuya sonoridad estimula en el público la percepción del Chile profundo, como también del sentido de esta obra de teatro social.

Matucana 100. Jueves, viernes y sábado, 20.30; domingo 19.30 horas. Entrada general $ 5.000; estudiantes y tercera edad $ 3.000; jueves popular $ 2.000. Hasta el 21 de Agosto, excepto sábado 13).