Las tragedias tienen dos puntas. Así lo veía Fernando Guzzoni en su primer largometraje, Carne de Perro, y así lo vuelve a plantear con Jesús , una de las más logradas películas chilenas de este año.

Un punto de vista muy interesante y habitualmente desatendido: el del victimario, que a su vez es víctima.
La historia, libremente inspirada en el caso Zamudio, sigue a un adolescente sin norte: su madre ha muerto, su padre (Alejandro Goic) trabaja y va y viene; no se ven mucho, hablan poco.

Jesús (Nicolás Durán) no va al colegio, que ha dejado a medio terminar, ni trabaja. Baila en una banda K-Pop con sus amigos, con quienes se droga, se emborracha, mira videos hardcore… Tiene sexo con quien sea y en cualquier parte.

En suma, mata su vida en diversiones tontas, dañinas e inconducentes. El grupo deambula borracho de parque en parque, dando vuelta las bolsas de basura, trepándose a las rejas. Una noche, en ese mismo ánimo de ir haciendo lo que se les pasa por delante, se encuentran con otro chico, y porque sí, empiezan a golpearlo y patearlo.

Jesús es una tragedia, pura y dura. Una película muy cruda, muy explícita, que incluye fuertes escenas de sexo y también violencia, pero no es chocante. Porque lo que hay tras de todo este sórdido universo de chicos inconscientes de lo que hacen es una dolorosa tragedia humana: aquí no hay gore, ni ninguna escena postiza.
Todo lo que esta allí está en función de comunicar muy precisamente lo que pretende contar.

Lee el comentario completo de Ana Josefa Silva en su sitio oficial