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Resumen generado con una herramienta de Inteligencia Artificial desarrollada por BioBioChile y revisado por el autor de este artículo.

Benedict Allen, aventurero inglés, ha desafiado peligros extremos en la selva amazónica y otras regiones sin tecnología, abrazando la exploración como forma de vida. Incluso tuvo que sacrificar a su perro para sobrevivir en un momento crítico.

Caminar por la selva amazónica y enfrentar la naturaleza para fotografiar y grabar videos parece ser el trabajo soñado. Y en efecto, lo es para Benedict Allen, un aventurero inglés que ha sorteado miles de peligros y ha evadido la muerte.

Más aún, ha emprendido viajes intrépidos a Namibia, Mongolia y hasta Siberia, sin un teléfono satelital o GPS que lo guíe.

Al viajar completamente solo, Benedict defiende que se trata de una filosofía de vida. “Para mí, personalmente, la exploración no se trata de conquistar la naturaleza, plantar banderas o dejar tu marca. Se trata de lo contrario: abrirse uno mismo y permitir que el lugar deje su huella en ti”, mencionó en conversación con la BBC de Londres.

De igual forma, esta conducta temeraria lo ha llevado a mirar la muerte a los ojos y cometer acciones polémicas para mantenerse con vida.

Esta manera de vivir, fue heredada de su padre, que era un intrépido piloto de pruebas que llegó a sobrevolar el bombardero Vulcan, que usaba un motor a reacción. Su ejemplo, contó a The Guardian, “me hizo creer que era posible ser explorador. Empecé a coleccionar fósiles y convertí el cobertizo de herramientas en un museo de fósiles. Al principio, era un poco solitario, quizás un poco soñador”.

El perro de Benedict Allen

El peligro, sin duda, es una situación que Benedict ha vivido desde joven. A los 22 años se perdió en el corazón del Amazonas, en compañía de su perro.

El explorador y el can, habían escapado de un ataque de un grupo de mineros. Eso sí, los perpetradores provocaron que Allen se perdiera en el bosque tropical más grande del mundo.

Aparte de que el explorador no contaba con su mochila que contenía comida, por lo que tomó una trágica decisión: asesinó a su perro.

“Fue terrible, terrible“, escribió el explorador en el Daily Mail. “No se lo deseo a nadie. Pero lo cierto es que tuve dos tipos de malaria y tenía que salir del bosque de alguna manera”, agregó con pesar.

“Y sabía que el perro se estaba muriendo y yo también, así que mi única oportunidad era matar al perro y conseguir un poco de carne y un poco de comida, y así fue como sobreviví”, expreso al diario británico. En 2011, el aventurero afirmó que la difícil decisión lo “persiguió” durante años.

Perdido en Papúa Nueva Guinea

Benedict Allen, siempre ha mantenido una actitud despreocupada al acercarse a las tribus que tanto lo entusiasman. De hecho, cuando era joven visitó a los Yaifos, una tribu perdida en Papúa Nueva Guinea.

El encuentro era una experiencia única para el Allen, que prefería “ser uno más” entre los habitantes de esta enigmática cultura.

La última vez que Benedict Allen vio a la tribu Yaifo, ellos lo atacaron con flechas, pese a que rozó la tragedia, después de ser recibido con hostilidad, este inglés pudo ganarse la confianza de los miembros. En un tuit, del 11 de octubre de 2017, Allen escribió: “Me voy a Heathrow (el aeropuerto de Londres). Puede que sea por un tiempo (no traten de rescatarme, por favor, a donde voy a PNG (Papúa Nueva Guinea) nunca me encontrarán”.

Así las cosas, recordando la aventura que tuvo hace 30 años, el hombre quiso redescubrir a la tribu que lo impactó. Pero el viaje estuvo lejos de cumplir sus expectativas, pues adentrarse en Papúa Nueva Guinea, significaba enfrentarse a lluvias torrenciales y deslizamientos de tierra, y por supuesto a las guerras tribales que ocurren en la accidentada geografía.

Todo este riesgo, mantenía nerviosa a su esposa Lenka y a su hermana Katie. “Para cualquiera son muy emocionantes las expediciones y todas las cosas que hace, pero para su hermana y su esposa son más bien una preocupación. Es horrible”, dijo a BBC Radio su hermana Katie.

Frente a este escenario, Allen vivió un verdadero tormento: se contagió de malaria y dengue al pisar el territorio. Como se traslada sin aparatos tecnológicos, tampoco podía dar aviso de su actual paradero.

En una entrevista con el periodista Frank Gardner, el aventurero expresó que estaba consciente de los peligros que enfrentaba en el paisaje selvático. “No me perdí. Siempre supe exactamente dónde estaba. Las cosas empezaron a ir mal. Hubo tormentas enormes. Un puente de enredaderas que debía cruzar otro puente fue arrastrado por el agua, así que me frené. Entonces empecé a sentir los síntomas de la malaria. Mi mosquitera no funcionaba, mis pastillas [contra la malaria] estaban empapadas, así que no pude tomar el tratamiento. Y entonces, la gota que colmó el vaso, descubrí que se avecinaba una guerra… Estaban luchando y no podía salir”, dijo a la cámara de la BBC, con el rostro visiblemente demacrado.

En otro testimonio, concedido al diario The Guardian, informó que antes de su rescate, Allen grabó un video para su familia: “Si no me encuentran y encuentran esta grabación, llévenla a la embajada”, dijo a la cámara, mientras mostraba fotos de tres hijos.

La intensa vida de Benedict Allen

Mirando en retrospectiva, Allen describió que su aventura en Papúa Nueva Guinea, pudo ser el final de su vida. Así lo creyó cuando estaba en una estación misionera abandonada en medio de los bosques de este país oceánico.

“En un momento así, es difícil no pensar en el pasado: en las veces que podría haber muerto, pero no lo hice. En la vida que he vivido, y en la que no”, confesó en una publicación para el diario Telegraph.

En ese sentido, gracias al rescate organizado por el periódico Daily Mail, Allen pudo volver a casa, cuya figura despierta pasiones encontradas, puesto que lo señalan como un soñador, mientras otras personas lo acusan de ser un inconsciente.

Él, sin embargo, se mantiene firme en sus convicciones. “Hay cierta urgencia que sientes a medida que envejeces. Sientes que el tiempo se agota”, reflexionó Benedict, el hombre que se perdió 20 días en la selva de Papúa Nueva Guinea.