Si no aprendemos de lo que hoy ocurre en Vichuquén, este no será un caso aislado, sino el anticipo de lo que veremos en muchos otros lagos de Chile.

Más de 13 millones de células de cianobacterias (Nodularia) por mililitro de agua fueron observadas en las aguas del Lago Vichuquén, lo que generó una alerta sanitaria sin precedentes en la zona, situando al lago en el Nivel de Alerta 2 de la Organización Mundial de la Salud, el más alto para aguas recreacionales.

Esto no es un accidente natural ni un evento inesperado, es la consecuencia visible de un proceso silencioso y acumulativo, la eutrofización de un ecosistema frágil, costero y altamente presionado, que durante años ha recibido más nutrientes de los que puede procesar.

El problema va mucho más allá del color verde intenso o del mal olor que hoy preocupa a los vecinos y visitantes. Nodularia es un género de cianobacterias conocido por su capacidad de producir nodularina, una toxina hepatotóxica que puede causar daño hepático, síntomas gastrointestinales y efectos sistémicos en humanos y animales.

Aunque la presencia de la toxina aún debe confirmarse mediante análisis químicos específicos, la evidencia disponible obliga a aplicar el principio de precaución. La muerte de al menos nueve perros tras beber agua del lago es una señal clara de que el riesgo existe.

Desde el punto de vista científico, el escenario es conocido. Vichuquén es un lago costero, con influencia marina, escasa renovación de agua, estratificación por densidad y bajos niveles de oxígeno en el fondo. Estas condiciones favorecen la acumulación de nutrientes como nitrógeno y fósforo, tanto desde fuentes externas (aguas servidas, escorrentía urbana y agrícola, crecimiento inmobiliario no regulado) como desde el propio sedimento del lago, que actúa como una “batería interna” de fósforo cuando falta oxígeno.

En este contexto, las cianobacterias tienen ventajas competitivas claras ya que toleran bajas concentraciones de oxígeno, aprovechan la estabilidad del agua y proliferan rápidamente con altas temperaturas y radiación solar.

Nada de esto es nuevo. Informes previos de la DGA y de universidades ya advertían altos niveles de nutrientes y clorofila, así como eventos recurrentes de floraciones.

Lo nuevo es la magnitud, la frecuencia y el impacto social y económico que hoy se hace evidente como la cancelación masiva de reservas en plena temporada estival, la afectación directa a emprendedores, trabajadores del turismo y comunidades locales, y una sensación de abandono frente a una emergencia ambiental que desborda las capacidades municipales.

¿Qué hacemos ahora?

Y es muy importante tener en claro que, a pesar de la alerta sanitaria y el escenario verde oscuro, el lago no está perdido, pero tampoco se va a recuperar solo. No hay que esperar que el cambio de estación resuelva el problema. Es necesario intervenir ya que estos eventos tienden a repetirse, intensificarse y adelantarse en el calendario, especialmente bajo escenarios de cambio climático.

La pregunta clave no es quién tiene la culpa inmediata, sino qué hacemos ahora y cómo evitamos que vuelva a ocurrir.

Un plan de acción sólido sería que primero, en el corto plazo, se requiere monitoreo continuo y transparente, no solo de cianobacterias, sino de toxinas, oxígeno disuelto, clorofila y nutrientes. La información debe ser pública, comprensible y oportuna para la comunidad.

En segundo lugar, es imprescindible reducir la carga de nutrientes en la cuenca, revisar y mejorar el manejo de aguas servidas y fosas sépticas, controlar escorrentías agrícolas y urbanas, y ordenar el crecimiento inmobiliario en torno al lago. Sin control de nutrientes, no hay solución posible.

Tercero, se deben implementar medidas de manejo interno del lago, como estrategias de oxigenación o mejora de la circulación en sectores críticos, evaluadas técnicamente y con respaldo científico. Estas acciones no reemplazan el control de fuentes, pero pueden reducir la severidad de los episodios.

Cuarto, es urgente restaurar y proteger las riberas, humedales y zonas de amortiguación, que actúan como filtros naturales. Eliminar el ecotono y rellenar bordes es hipotecar la salud futura del lago.

Vichuquén necesita un plan de gestión integral del lago y su cuenca, con financiamiento acorde a la magnitud del problema, coordinación interinstitucional real y participación de la comunidad. Está en juego el medio ambiente, la salud pública, la economía local y la identidad de un territorio.

Si no aprendemos de lo que hoy ocurre en Vichuquén, este no será un caso aislado, sino el anticipo de lo que veremos en muchos otros lagos de Chile. La ciencia ya explicó el problema. Ahora falta decisión, gestión y responsabilidad colectiva.

Dr. Ricardo Salazar González
Académico de la Escuela de Química de la UC.
Investigador del Centro de Derecho y Gestión de Aguas

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