“No es la forma”. Probablemente esta sea una de las frases más vilipendiadas desde el inicio del estallido social, convirtiéndose en emblema de un debate sobre la legitimidad o no del uso de la violencia como método para presionar al Gobierno y al Congreso en busca de cambios reales. Para algunos, es un reproche a la destrucción de infraestructura pública y propiedad privada; para otros, sin acciones como el ataque a las estaciones del Metro, no se habría llegado a cambios como el debate por una nueva Constitución. “¿Teníamos que quemarlo todo para que nos escuchen?”, parece ser el eslógan opuesto.

Sin embargo, un estudio internacional parece dar la razón a los primeros.

Se trata de una investigación realizada desde inicios de siglo por la cientista política de la Universidad de Harvard, Erica Chenoweth, quien comenzó su análisis con la premisa contraria, tras pasar años estudiando los factores que contribuyen al surgimiento del terrorismo. “Mi mayor motivación era mi propio escepticismo sobre el que la resistencia no violenta pudiera ser un método efectivo para lograr grandes cambios en la sociedad”, declaró a la BBC.

Sorprendida porque nadie antes realizara un estudio minucioso sobre el tema, Chenoweth hizo una revisión profunda de 323 movimientos sociales y de resistencia civil ocurridos en distintas partes del mundo, entre los años 1900 y 2006, con datos corroborados por otros expertos en la materia. Se fijó un estándar estricto, donde un movimiento se consideraba exitoso si lograba sus metas en el plazo de un año desde su punto más álgido, y sólo como resultado directo de sus actividades. Por esto, un cambio de régimen impulsado por intervención militar extranjera no se consideraba exitoso.

Poder Popular en Filipinas | Nestor Barido
Poder Popular en Filipinas | Nestor Barido

De la misma forma, un movimiento se consideraría violento si ocurrían bombazos, secuestros, destrucción de infraestructura o cualquier otro daño físico a personas o propiedades.

Sus parámetros eran tan estrictos que la independencia de la India liderada por Gandhi, uno de los emblemas de los movimientos pacifistas, no pasaba el test, debido a que la escasez de recursos militares de los británicos fue un factor decisivo en su retiro, sumado a la influencia de las protestas masivas.

¿El resultado? los movimientos no violentos tienen el doble de posibilidades de tener éxito que los movimientos violentos, ya que los pacíficos lograron cambios políticos y sociales en un 53% de las veces, mientras que los violentos sólo tuvieron éxito en un 26% de los casos.

“En gran parte esto se debe a la gran cantidad de personas reunidas. Chenoweth explica que los movimientos no violentos tienen más posibilidades de tener éxito debido a que logran la participación de muchas más personas en un espectro social mucho más amplio, lo que puede lograr una disrupción severa que paraliza la vida urbana normal y el funcionamiento de la sociedad”, detalla la BBC.

Los números son claros al respecto: de los 25 movimientos más grandes que estudió, 20 eran no violentos, y de ellos 14 fueron un éxito absoluto. En promedio, los movimientos pacíficos atraen cuatro veces más gente (200.000) que los violentos (50.000).

Un ejemplo es el movimiento de Poder Popular en Filipinas, que en 1986 atrajo a 2 millones de participantes para derribar al dictador Ferdinand Marcos. De igual forma, el levantamiento contra la dictadura brasileña de 1984 y 1985 incorporó un millón de participantes activos, mientras que la Revolución de Terciopelo que sacó al Partido Comunista del gobierno en Checoslovaquia en 1989, constó de 500.000 participantes.

El número mágico: 3,5% de la población

A partir de estas cifras, Chenoweth y el Centro Internacional de Conflictos No Violentos (ICNC), determinaron la regla del 3.5%. Esto significa que si al menos este porcentaje de la población de un país se une a un movimiento, su éxito es prácticamente inevitable.

“No registramos movimientos que hayan fallado tras haber alcanzado un 3.5% de participación durante su punto más álgido”, asegura la cientista política, citando además del movimiento de Poder Popular de Filipinas, a la revolución Cantada que permitió recuperar la independencia de Estonia, Letonia y Lituania de la Unión Soviética en 1991, y a la revolución de las Rosas que en 2003 terminó con el gobierno de Eduard Shevardnadze.

Cristóbal Escobar | Agencia Uno
Cristóbal Escobar | Agencia Uno

Para Chenoweth, existen varias razones por las que la no violencia permite aumentar exponencialmente el número de participantes y ganar adhesión.

1) Que las protestas violentas excluyen a las personas que rechazan o temen el derramamiento de sangre, mientras que las manifestaciones pacíficas mantienen en alto la moral.

2) Que los movimientos no violentos tienen menos barreras de participación, ya que no necesitas tener grandes aptitudes físicas para hacerte parte de una huelga o paralización, mientras que las protestas violentas dependen sólo de hombres jóvenes.

3) Las manifestaciones no violentas tienen más posibilidades de ser difundidas o debatidas abiertamente, por lo que alcanzan un público más amplio.

4) Los movimientos violentos dependen de una provisión de armas o de coordinación en forma clandestina, lo que cierra la participación a mucha gente.

5) Dado que las protestas pacíficas alcanzan un público más amplio, es más fácil que adhieran miembros de la policía y militares, que son las fuerzas de las que depende un gobierno para mantener el orden y permanecer en el poder.

6) De la misma forma, en un movimiento pacífico, la gran cantidad de manifestantes harán que las fuerzas de seguridad teman que entre ellos esté su familia o amigos, por lo que serán más reacios a arremeter violentamente contra la multitud. “O bien, cuando vean la masividad de la protesta, llegarán a la conclusión de que están derrotados y no querrán hundirse junto con el barco”, explica la profesional.

“Hay muchas más opciones para participar de una resistencia no violenta que reduce el riesgo de daño físico de la gente, y más a medida que los números crecen, comparado a las acciones armadas. Además los métodos de resistencia no violenta suelen ser más visibles, por lo que es más fácil para la gente encontrar cómo hacerse parte directamente y cómo coordinar sus actividades para obtener la mayor disrupción social”, sentencia Chenoweth.