Max Weber alguna vez dijo: “Quien vive para la política hace de ella su vida en un sentido íntimo: o bien vive de la política —como profesión— o bien vive para la política —como vocación”.

Qué lindo. Qué inspirador. Qué lejano a la realidad de quienes salimos de la universidad con la ingenua idea de que trabajar en el Estado era una forma digna de cambiar las cosas. Porque claro, nadie te dice que vivir para la política en Chile es casi tan difícil como ganarte la lotería.

Ingresar a la administración pública siendo recién egresado es un deporte extremo. Primero hay que sobrevivir al portal Empleos Públicos, esa joya digital que parece diseñada en 2004 con un pc de cyber y jamás actualizada.

Después vienen las bases de concurso: documentos extensos, con jerga legal, requisitos que rayan en lo absurdo y formatos que cambian cada vez que postulas. ¿Y cuántos postulantes? 500, 700, 850. Tranquilo, seguro te toca.

Pero lo mejor está en los requisitos: se solicita título profesional, al menos tres años de experiencia en el sector público (siendo recién titulado, por supuesto), diplomado obligatorio, magíster deseable, inglés intermedio, Excel nivel ninja y vocación de mártir. Todo eso, claro, por la módica suma de $850.000 brutos a honorarios, sin previsión, sin estabilidad y sin derecho a enfermarte. Pero bueno, algo es algo. Después de todo, viniste a servir, ¿no?

Mientras tanto, uno prende la tv y ve nombramientos por confianza política (a dedo), licencias médicas fraudulentas, contratos millonarios por asesorías que nadie puede explicar, y municipios con más escándalos que funcionarios. Pero uno sigue creyendo que, con esfuerzo, algún día, quizás, le llegará su oportunidad.

La verdad, cuesta no sentirse estafado. Porque a esta altura la vocación ya no alcanza. No cuando te obligan a competir con otras 500 personas por un cargo grado 18 mientras ves cómo se reparten cupos entre apellidos conocidos. Y lo más curioso: el sistema te exige transparencia, probidad y compromiso… justo lo que tan poco abunda en sus entrañas.

Ahora la pregunta es: ¿Vale la pena seguir intentando? Tal vez. Pero hay días en que suena más lógico abrir un emprendimiento de sopaipillas o un Onlyfans. Porque, honestamente, entre vivir para la política o vivir frustrado por ella, parece que Weber se olvidó de mencionar la tercera opción: dejar de creer.

Matías Rivas González
Administrador Público y Licenciado en Ciencias Políticas
Universidad de Talca

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