Durante este año, la violencia en las escuelas ha sido una noticia recurrente. El confinamiento por la pandemia y el retorno a las clases presenciales ha dejado en evidencia una serie de hechos violentos en establecimientos escolares a lo largo de todo Chile, con un aumento del 38% en las denuncias por maltrato entre estudiantes, según datos de la Superintendencia de Educación.

Tenemos frente a nosotros las consecuencias de un largo periodo de distanciamiento social, que se refleja en dificultades relacionales y de salud mental que repercuten en la convivencia cotidiana en las escuelas, sin embargo, no todo esto se explica por los efectos post pandémicos, pues la crisis de convivencia viene siendo un problema en los últimos años.

Según la UNICEF la mitad de los jóvenes en todo el mundo sufre violencia entre compañeros en la escuela, mientras que uno de cada tres estudiantes entre los 13 y los 15 años experimentan acoso o se han involucrado en peleas físicas. Por su parte, la UNESCO estima que 246 millones de niños y adolescentes podrían ser víctimas de la violencia al interior y alrededor de sus escuelas.

¿Cómo hacer de nuestras escuelas un lugar de encuentro para estudiar y desarrollarse? No existe una respuesta simple para garantizar que todos los estudiantes tengan acceso a ambientes de aprendizaje seguros y sanos, ya que son muchos los factores que influyen en las dinámicas de convivencia escolar, transformándose en un desafío complejo para las comunidades educativas.

A las pocas oportunidades de socialización que han experimentado nuestros estudiantes en los últimos años, se agregan las condiciones de base que nuestro sistema escolar y social ha cimentado a lo largo de los años como escenarios poco propicios para el desarrollo de habilidades sociales y emocionales.

Nuestro sistema educativo ha puesto el foco en la formación para la productividad y la eficiencia, fomentando el individualismo y la competitividad muy acorde al modelo socioeconómico imperante.

Más allá de los resultados académicos y las mediciones estandarizadas, se requiere incorporar espacios educativos que permitan el desarrollo socioemocional, de tal manera de revertir el desequilibrio formativo que minimiza el bienestar integral y la salud mental de los estudiantes, condiciones necesarias para cualquier experiencia de aprendizaje.

Por lo anterior se requiere resignificar el sentido de lo educativo. Si queremos reducir la violencia en la sociedad y en la escuela en particular, tenemos que crear espacios educativos dialógicos, críticos y colaborativos, que dejen atrás las perspectivas autoritarias, funcionalistas y de mercado que solo han buscado el control de unos sobre otros, abordando en este caso, la convivencia escolar desde estrategias regulatorias y punitivas.

En una de las últimas entrevistas a Humberto Maturana, sobre lo verdaderamente importante al momento de educar, nos dice: “Hoy el problema de la educación no es de la inteligencia, sino de la emoción. Si no me encuentro con el otro y no lo valoro, con emociones y sentimientos propios, no podemos educar. La educación no es sobre conocimientos, es sobre encuentros. Si guío la mirada, entonces amplío el entendimiento y puedo educar”.

Ricardo Castro C, director Escuela de Educación de la Facultad de Educación, Universidad Católica de la Santísima Concepción.

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