Defender a la comunidad judía del antisemitismo es defender los valores universales de dignidad y respeto que sostienen nuestras democracias.
Mientras en Chile una vez más la democracia salía fortalecida de un proceso electoral ejemplar, en Australia la convivencia democrática sufría un golpe doloroso, pero no del todo inesperado.
El atentado antisemita registrado el domingo en Bondi Beach, Sidney, durante la celebración de la festividad judía de Janucá, dejó al menos 12 muertos y decenas de heridos. Familias reunidas para encender las velas de la Fiesta de las Luces y renovar su compromiso con valores como pluralismo, libertad y tolerancia, fueron atacadas simplemente por su identidad judía.
El horror de estas imágenes nos interpela: niños celebrando una tradición milenaria, padres transmitiendo su herencia cultural, ancianos compartiendo la memoria de generaciones. Ninguna palabra alcanza para expresar la solidaridad que merecen las víctimas ni el repudio absoluto que exige este tipo de violencia.
Pero este ataque no ocurre en el vacío. Los números son brutales: la Agencia Europea de Derechos Fundamentales reporta un crecimiento del antisemitismo superior al 400% desde octubre de 2023 y en el caso específico de Australia el antisemitismo ha crecido más de 300%.
Chile no es la excepción en este panorama. Recordemos las manifestaciones antisemitas en Pucón, los incidentes durante el Mundial de Ciclismo en Peñalolén y diversas acciones de cancelación ideológica-religiosa. Lamentablemente, estamos ante un fenómeno global que crece y se normaliza.
El ataque registrado en Australia, además de abominable, resulta paradojal. En Janucá se conmemora la resistencia contra quienes quisieron eliminar una identidad, y el milagro de la supervivencia en libertad. Sus mensajes centrales son universales y su celebración es puertas afuera, para compartir estos valores sin distinción de nacionalidad, religión, ideología o etnia. Por eso, que esta celebración de libertad y dignidad sea atacada con violencia letal debería avergonzarnos como humanidad.
Aquí está el punto crucial: ninguna sociedad democrática puede tolerar que se ataque a ciudadanos por su identidad. Del mismo modo que no toleramos el racismo, la xenofobia o la persecución a minorías sexuales, el antisemitismo no puede tener cabida en nuestras comunidades. Este no es “un problema judío”, es un problema de todos, porque cuando permitimos que el odio florezca contra un grupo, erosionamos los cimientos de la convivencia democrática.
El antisemitismo es el canario en la mina de carbón de la intolerancia, por lo cual las señales de alerta ya están presentes. Cuando normalizamos el discurso de odio contra algunos, abrimos las compuertas para que ese veneno se extienda contra otros. La lucha contra el antisemitismo no es un favor a la comunidad judía; es un acto de autodefensa democrática.
Las víctimas de Bondi Beach merecen más que nuestra compasión momentánea. Merecen que transformemos este horror en acción: leyes más estrictas contra los crímenes de odio, educación que combata los prejuicios, liderazgos políticos que no guarden silencio cómplice.
Defender a la comunidad judía del antisemitismo es defender los valores universales de dignidad y respeto que sostienen nuestras democracias.
Janucá celebra la luz que vence a la oscuridad. Nuestra respuesta al odio debe ser luminosa: claridad moral, firmeza institucional, y la convicción inquebrantable de que ningún ciudadano debería temer por su vida al celebrar su identidad.
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