Si no se cumple lo prometido no pasa nada. Incluso más, siempre hay candidatos de continuidad del gobierno que en sus cuatro años no cumplió con lo prometido. ¿Se sanciona al candidato que gana y no cumple sus promesas? ¿Se sanciona al candidato diputado o senador que promete cosas que exceden sus funciones propias?

La obligación de inscribir programas no tiene control ni sanción en caso de no cumplirse. Se escribe cualquier cosa, porque hay veces en que las sonrisas o los eslóganes tienen más peso electoral. La gran lección viene hoy de nuestros vecinos bolivianos.

¿Contra el populismo?

Los candidatos presidenciales en Chile deben inscribir un resumen de su programa de gobierno. ¿Por qué? ¿Para qué?

A alguien se le ocurrió que las personas que quieren conducir el país por un cuatrienio deben comprometerse a algo. Deben prometer por escrito al país lo que pretenden hacer desde la presidencia de la República.

Se supone que a nadie puede bastarle el deseo de ser presidente y con ello fundar una candidatura. Es el fantasma del populismo latinoamericano que tan bien expresó el cinco veces elegido Presidente del Ecuador con la frase: “Denme un balcón y seré Presidente del Ecuador”. En la misma línea de Arnulfo Arias Madrid, el panameño, que ocupó la presidencia tres veces, siendo derrocado en la última después de once días de gobierno.

Para evitar el populismo de “Fra Fra” o de otros candidatos que llegaron a ser 13 en una elección, se exige tener un programa: ideas con propuestas concretas, decir qué hacer, qué no hacer y cómo cumplir con lo prometido.

Los programas inscritos

Por cierto, aún no he leído los programas que están recién registrados en el servicio electoral, pero los propios candidatos o sus jefes de comando o de equipos programáticos, se han encargado de difundir algunas de las ideas.

Sergio Bitar dijo públicamente que lo que él había leído de los distintos programas, al menos lo que ya se conocía de los cuatro o cinco que estaban hasta la semana pasada, le permitía sostener que entre ellos no percibía diferencias importantes en los temas económicos. Todos apuntaban a lo mismo. ¿A qué? A la satisfacción de necesidades básicas, inmediatas, urgentes, pero ninguno buscando soluciones estructurales que tuviesen que ver con la integralidad de los temas.

Se trata de resolver urgencias, de prometer una cifra de crecimiento (todos hablan del 4%), de buscar soluciones prácticas, todo lo que puede ser bueno, pero se agota en esfuerzos que no siempre tienen los resultados esperados, justamente porque el sistema imperante funciona sobre la base de la injusticia social, la acumulación de riqueza y la mantención de áreas de pobreza.

El modelo

Es un proyecto social que ha logrado expresarse incluso en el diseño urbano: Santiago, la capital que quiere ser imitada por todos, ya no es una sociedad donde convivan las personas de distintos niveles económicos, sino que es una prolongación de una geografía, donde en los sectores “altos” están los más ricos y en los bajos los más pobres.

Casi todos, porque por cierto hay pequeños enclaves de pobreza en la mayoría de las comunas, pero existe una agrupación de pobres en el sector poniente y sur, dejando unos pocos al norte y mínimos al oriente. Mientras los ricos se instalan en el oriente. Basta ver el movimiento de personas en los diferentes medios de locomoción para percatarse que en la mañana los pobres viajan a trabajar al norte y al oriente y regresan cuando ya es de noche a sus casas al sur y al poniente.

Los abusos de poder

Los programas apuntan a dar respuesta a los titulares de los medios de comunicación: por ejemplo, la seguridad. Se ha creado la imagen de un país violento, mucho más de lo que es en la realidad.

Es verdad que gracias a la lenidad y a la corrupción de las policías, de las fuerzas armadas, de sectores políticos, de algunos aparatos del sistema judicial, el crimen organizado y las pandillas extranjeras se han entronizado en el país. La generalización del consumo de la droga, el incumplimiento de las leyes, la falta de controles preventivos eficaces, el debilitamiento de las instituciones, la crisis ética de los sectores más poderosos, entre otras cosas, agudizan esa sensación de inseguridad general.

Quien obtiene un poco de poder abusa imitando a los que tienen mucho poder y muy pocas sanciones. Ése es el juego en la sociedad.

Y así como en el tema de la seguridad, se legisla a pedido de incidentes específicos como si las leyes solucionaran los problemas. Lo que hay que hacer es intentar modificar conductas, comportamientos, responsabilidades, la ética. ¿Qué sacamos con bajar la velocidad permitida de 60 a 50 kilómetros por hora, si en las calles los que pueden siguen transitando a 80 o 100 y en carreteras a 150? Y nadie hace nada.

El problema no es seguir apagando fogatas, sino enfrentar los problemas como lo son: estructurales, éticos, valóricos.

Los candidatos con sus grupos de apoyo hacen programas y prometen soluciones en cuatro años, que ellos mismos saben que tal como están las cosas se van a ver entrampados en sus confrontaciones de gobierno y de oposición.

¿Alguien responde?

Vuelvo a preguntar: ¿Para qué se establece la obligación de hacer programas? Yo entendería la norma si acaso los que ganan las elecciones se vieran obligados a generar proyectos y programas en un plazo determinado y debieran rendir cuenta de sus compromisos. Pero no es así.

Si no se cumple lo prometido no pasa nada. Incluso más, siempre hay candidatos de continuidad del gobierno que en sus cuatro años no cumplió con lo prometido. ¿Se sanciona al candidato que gana y no cumple sus promesas? ¿Se sanciona al candidato diputado o senador que promete cosas que exceden sus funciones propias? Ellos adhieren a los programas de candidatos presidenciales que muchas veces contradicen a los electorados locales. ¿Quién responde? Un presidente que no cumple debería tener algún tipo de sanción política.

En los programas que espero leer debería aparecer una concepción de país, una convocatoria a sostener, diseñar, transformar, generar un tipo de sociedad. Nada de eso está presente.

¿Por qué? Por no interesa: casi nadie lee los programas, más allá de los titulares. Lo que importa son las fotos de los candidatos, las sonrisas, la simpatía, las actitudes propagandísticas. La noticia del lunes era: “Programa de Jeannette Jara no contempla el aborto libre”. Es decir, ¡lo que no propone! No sus propuestas.

La lección

Miro la realidad política y no me gusta lo que veo.

Ya he sostenido que la Democracia Cristiana perdió la oportunidad histórica de canalizar un electorado que no se basta con los extremos, sino que busca otra forma de vivir. ¿Podrán Mayne-Nichols o Enríquez-Ominami ocupar ese espacio y dar una salida distinta al país?

Tal vez tengamos que adaptarnos a una realidad que, más allá de los programas que se inscriben, mantendrá las tensiones actuales, donde unos dicen querer hacer y los perdedores intentarán que los ganadores fracasen en sus empeños.

No renuncio a seguir proponiendo y trabajando para que surjan respuestas capaces de cambiar el tono y la intención, donde las urgencias y las importancias tengan pesos en lo que se hará. Se habla hoy de la importancia de resolver las urgencias. Yo digo que es urgente resolver lo importante.

La pregunta de fondo es hacia dónde queremos que vaya la sociedad.

Hay una lección interesante que podríamos mirar con alguna detención: Bolivia. Allí, un candidato que todos daban por perdedor ganó con el primer lugar y va a la segunda vuelta. Él rompió los esquemas de derechas e izquierdas y propuso una nueva mirada del país y contra todos los pronósticos y encuestas, obtuvo una gran votación. Años de procesos fracasados, desde Sánchez de Losada hasta la aventura de los cocaleros e indigenistas, dieron un espacio a esta sociedad para forjar un modelo diferente. Desde el centro y lo alto del continente quizás comenzará a brillar algo de lo que tengamos que aprender.